En la aldea
05 febrero 2025

Guaidó con cadenas

“Es evidente que algo ha venido fallando, que hemos sido incapaces de trasladar de manera coordinada al plano colectivo las capacidades individuales con las que contamos. Ojalá este descenso de Juan Guaidó a nuestro cementerio de héroes rotos ayude a ser más serenos, reflexivos y, cuando haga falta, taimados a quienes aspiran dirigir el combate a la dictadura”.

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Francisco Suniaga | 26 abril 2023

El fin de semana, mientras organizaba el material para escribir mi nota sobre Juan Guaidó, hasta ese momento candidato en las eventuales primarias opositoras, las redes sociales comenzaron a referir acciones en un tiempo real que señalaban un supuesto asilo en la Embajada de Francia. Versión negada poco después por los funcionarios diplomáticos galos.

Seguir el derrotero de Guaidó a partir de esa primera información incierta no fue difícil. En las redes apareció de nuevo una noticia: Se fue a Colombia, atravesó la frontera a pie por uno de los pasos habilitados. Pero esta vez, en minutos, las imágenes estaban en las televisoras de España y Alemania. Por si no bastara, Diosdado Cabello lo ratificó diciendo que “el cobarde” Guaidó había huido al vecino país. Información que de inmediato se vinculó a un presunto intento de asistir a la Cumbre de Gustavo Petro. La última noticia fue un comunicado de la Cancillería de Colombia reconociendo que lo había expulsado “por encontrarse en Bogotá de manera irregular”. Los últimos registros aseguran que viajó con dirección a Miami.

La rapidez con la que los hechos políticos ocurren en Venezuela es tal que en muy poco tiempo tornan obsoleto cualquier registro. Así, la necesidad de cambiar de tema apareció de inmediato como una opción. No había ni que pensarlo, el lunes 24 de abril estaba ocurriendo una noticia de trascendencia en el mundo de las letras hispanoamericanas: A Rafael Cadenas se le entregaba en Madrid, España, el Premio Cervantes, el más importante de la literatura en nuestra lengua.

“¿Por qué hemos devenido en una máquina de demoler liderazgos?”

De hecho, la estaba mirando en streaming por Youtube (un evento que merecía cadena nacional de radio y televisión). Una hermosa ceremonia, de esas que pone un nudo en la garganta a cualquier venezolano, en la que uno de sus coterráneos, con su sencillez y dignidad habituales, “casi desnudo, como los hijos de la mar”, recibió del Rey la altísima distinción. Y luego, “lleno de España” y con unas pocas palabras, destacó el valor de la lengua ante cualquier totalitarismo, denunció a la dictadura venezolana, alabó a la libertad y defendió a nuestra universidad. Palabras sabias y balsámicas para tanto dolor.

En los ratos en que la ceremonia era solo visual, mis pensamientos iban hasta Colombia, hasta donde suponía estaba Juan Guaidó. La razón es que guardando la distancia geográfica, la que media entre la literatura y la política, y la que pueda haber entre un político joven y un gran poeta de noventa y tres años, hay algo que las vincula, es la misma Venezuela, la misma realidad, ese ser y no ser que nos caracteriza como pueblo.

Cuando joven y veinteañero, Cadenas se rebeló contra una dictadura venezolana y también fue perseguido, encarcelado y exiliado. Más aún, el poeta llegó a Madrid a recibir su premio como cualquier otro venezolano maltratado por el gobierno de Nicolás Maduro; que decidió ignorar por completo su logro, que es orgullo de toda Venezuela. Creo incluso que, con su ausencia, Pedro Sánchez, el presidente del gobierno español, teledirigido desde Venezuela, formó parte de ese plan para pretender despreciar al poeta Cadenas, a las letras y a la Universidad de Alcalá misma. Craso error, porque son muchas las armas de un poeta. Estoy convencido de que incluir a Pedro Sánchez en el saludo protocolar a las autoridades españolas asistentes, no fue un lapsus ni un error. Debió ser una fina ironía del ganador del Cervantes para hacer evidente su ausencia.

Volviendo a Guaidó, quiero dejar constancia de mi reconocimiento a su esfuerzo, constancia y valentía por restituir la democracia. Muchos venezolanos, consumidos por la desesperanza de la catástrofe del país (no es para menos, el horror ya va para veinticinco años) y desnaturalizados por el dolor, le dieron la espalda. Poco a poco, a medida que fue siendo evidente que no podría hacerlo, los apoyos efervescentes del comienzo se fueron decantando y convirtiendo en desprecio. Sus propios aliados políticos lo dejaron solo y le quitaron el escudo de Presidente de la Asamblea e Interino. Los sesenta países y finalmente Estados Unidos, que era la fuerza que lo mantenía en libertad, soltaron sus amarras. Había llegado el momento en el que quedarse significaba cárcel y vejaciones.

La derrota de Guaidó es producto de una serie de decisiones equivocadas, fundadas quizás en inexperiencia y falsas percepciones suyas y de quienes lo acompañaban. Pero no es suya la totalidad de las culpas, todos los venezolanos demócratas, que clamamos por el cambio, deberíamos preguntarnos qué hicimos para impedirla. ¿Por qué hemos devenido en una máquina de demoler liderazgos? Ya son tantos que nadie está exento de responsabilidad. Es evidente que algo ha venido fallando, que hemos sido incapaces de trasladar de manera coordinada al plano colectivo las capacidades individuales con las que contamos. Ojalá este descenso de Juan Guaidó a nuestro cementerio de héroes rotos ayude a ser más serenos, reflexivos y, cuando haga falta, taimados a quienes aspiran dirigir el combate a la dictadura.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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