En la aldea
21 diciembre 2024

El tribalismo que nos mata el debate

“¿Por qué nos cuesta tanto hablar de las sanciones sin que se caldeen los ánimos? Si evitamos las cámaras de eco, reconocemos nuestros sesgos de confirmación y nos aventuramos en el cosmos de los que dicen lo que no necesariamente queremos escuchar, asumiendo que tal discurso puede darse en buena fe, podremos apreciar que también ahí hay planteamientos acertados”.

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Alejandro Armas | 24 abril 2023

Si usted, que lee este artículo, se ha expresado públicamente en contra de las sanciones a PDVSA y otras fuentes de ingreso para la elite gobernante venezolana, ¿le han respondido que es un “chavista de closet” o que “está en la nómina de los tenedores de bonos” de la petrolera estatal? Y si se ha manifestado a favor de esas mismas sanciones, ¿le han ripostado que es un “insensato radical” o que “Leopoldo López le paga”? Es muy probable que sí, en ambos casos. Porque la típica discusión sobre las sanciones degenera en un intercambio de descalificativos y acusaciones sin pruebas con una facilidad impresionante, si no es que empieza así.

Más allá de los problemas morales relacionados, que preferí dejar para otro de mis espacios de opinión, ¿por qué nos cuesta tanto hablar de las sanciones sin que se caldeen los ánimos? Yo diría que es apenas un síntoma de una enfermedad que aqueja al espectro de todo lo que en Venezuela se hace llamar “oposición” desde hace años. Hablo del tribalismo. Prefiero ese término a “sectarismo”, porque este último me parece muy asociado a los partidos políticos. Acá hablamos de algo mucho más grande que los partidos. Hablo de grupos de opinión que, sin que todos sus integrantes tengan franelas de Primero Justicia o Vente Venezuela, incluyen a diversas personas que se han vuelto simpatizantes de prácticamente todo lo que haga alguna de esas organizaciones. Cada grupo abarca a individuos cuya profesión se vincula de alguna forma con la política (ciencias sociales, periodismo, etc.) o que simplemente opinan con frecuencia sobre política y se han ganado un seguimiento no despreciable en redes sociales, el terreno donde dichos grupos más interactúan.

“¿Cómo lidiar con todo esto? Lo primero que hay que hacer es tomar conciencia del problema. Advertir los vicios del tribalismo y de la mentalidad de rebaño”

Las divergencias entre las “tribus” radican en la forma en que la oposición debe interactuar con el chavismo. En tal sentido, podemos detectar dos grandes tendencias: la prosistema y la antisistema. La primera se decanta por posiciones más conciliadoras y por adherirse a las reglas del juego político controlado por el chavismo, esperando poder derrotarlo sin salirse de ese marco. Son los que insisten en el diálogo, con pocas o ningunas condiciones previas, y en la participación electoral a pesar de los vicios comiciales. La otra tendencia se presenta como más desafiante, profesa un recelo profundo a la viabilidad de un éxito siguiendo las normas del juego chavista y por lo tanto resalta la necesidad de emplear métodos ajenos a esas reglas e instituciones, como la protesta de calle y la presión internacional.

Ahora bien, estas divergencias corren por dos carriles que están siempre relacionados sin ser lo mismo. Uno es de tipo “racional”. Consiste en la búsqueda de coherencia en un ideario. En un sistema filosófico, si se quiere. Entonces, si uno cree que la clave para salir del entuerto político venezolano está en el diálogo conciliador, pues lógicamente molestar a la elite gobernante con sanciones internacionales no es óptimo. Además, es innecesario porque para conseguir el poder solo hay que sumar suficiente apoyo ciudadano para propinarle al chavismo una derrota en las urnas que no se atreva a desconocer. Por el contrario, quien vea esta vía clausurada debido a la intransigencia manifestada por el chavismo en el pasado tenderá a creer que las sanciones son legítimas e indispensables para hacer que la elite gobernante negocie en serio. Esta búsqueda de coherencia es una reacción psicológicamente natural. Un intento de evitar disonancias cognitivas. El problema es que a menudo se presta para rehuirle a las inmensas complejidades de nuestra debacle política, en las cuales no hay cabida para el maniqueísmo, y que requieren de un pensamiento sincrético, que acepte hechos brindados por la experiencia en las distintas aproximaciones al problema y trate de conciliarlos.

Las tribus han tenido períodos de armonía y acción conjunta próxima a alguno de los dos polos. Pero también lapsos de discordia. El primero de ellos fue acaso el estallido de protestas en 2014 conocidas como “La Salida”. Desde entonces, las tribus escogieron su campo. Partidos como Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo suelen ser de tendencia conciliadora. De ahí que su apoyo público a las sanciones se agotara relativamente rápido. A Primero Justicia, con la característica falta de cohesión ideológica y estratégica de su militancia, le ha costado más definirse. Pero ahora que Henrique Capriles, nuevamente en campaña presidencial, es la cara del partido, este se acerca cada vez más a las posturas prosistema (y por lo tanto anti sanciones), que el ex gobernador de Miranda abraza. Tenemos también aquí a todo un espectro de organizaciones y grupos de opinión a las que yo llamo “izquierda postchavista”. Gente que simpatizó por años con el Gobierno pero que ahora está descontenta con él, sin desprenderse de su fe en las tesis de izquierda radical. Se opone naturalmente a las sanciones, por su rechazo, a mi juicio anacrónico, a la política exterior estadounidense y por un empeño en creer que con ese gobierno, al que apoyaron alguna vez, el entendimiento es sencillo. Porque tan terrible no puede ser si lo respaldaron, ¿cierto?

En el campo contrario tenemos precisamente a aquellos partidos y dirigentes que apuntalaron “La Salida”, así como a sus simpatizantes sin militancia: Voluntad Popular, Vente Venezuela y Alianza Bravo Pueblo. No es casualidad que sean los más favorables a las sanciones. Siempre han sido los partidos más reacios al diálogo incondicional y a alertar sobre una inflexibilidad en el chavismo que requiere ser confrontada con medidas drásticas. A ellos se agregan partidos que durante el “gobierno interino” de Juan Guaidó se volvieron muy cercanos a su liderazgo, detrás del cual estaba sobre todo Voluntad Popular, y por consiguiente a las sanciones: La Causa R y el joven Encuentro Ciudadano, que encabeza Delsa Solórzano.

Suficiente con este carril de divergencias. Pasemos al otro, que es más problemático aun. Si el primero está marcado por el logos, si usamos las categorías retóricas de Aristóteles, el segundo es una mezcla de pathos y ethos. Se trata de un fenómeno que ha llamado mucho la atención entre politólogos y psicólogos en tiempos de polarización creciente a lo largo y ancho del mundo. Es la “polarización afectiva”. Ocurre cuando una identidad grupal ideológica se fusiona con una identidad grupal que puede ser étnica, religiosa, cultural, etc.

Obviamente, en el caso que nos atañe, lo étnico o religioso no desempeña ningún papel. Pero sí una suerte de complejo cultural que no tiene que ver con lo técnico o estético, sino con lo axiológico. Con los valores que cada tribu se atribuye. Cada una está convencida de estar en lo correcto no solo técnicamente, sino también moralmente. Por consiguiente, las demás son inmorales. Están tan obcecadas por su fanatismo, por su afán en demostrar que tienen la razón y en imponer a la sociedad entera su visión, que no les importa si en el proceso hacen algún daño colectivo. O sencillamente comprometidas con intereses mezquinos y hasta delictivos. Así, respaldar las sanciones es cosa de gente extremista, irresponsable, innecesariamente belicosa y/o asalariada de partidos radicales o de banqueros corruptos exiliados en Miami. Ah, y que definitivamente no está interesada en la recuperación del país. Inversamente, adversar las sanciones es cosa de gente conformista, cobarde, derrotista y/o asalariada del Gobierno o de empresarios que quieren lucrarse del statu quo. Ah, y que, de nuevo, definitivamente no está interesada en la recuperación del país.

Todos sabemos lo que pasa cuando nos conseguimos con alguien a quien consideramos desprovisto de escrúpulos éticos. Lo vemos con desprecio y rabia. Además, la intolerancia y la hostilidad están más que justificadas ante alguien que no es un adversario con el cual debatir en choque ideológico, sino un enemigo al que se le somete o se le destruye en choque existencial. El resultado es la forma visceral con la que las tribus políticas venezolanas se tratan entre sí al momento de hablar de sanciones. Las redes sociales, con su mal hábito de crear cámaras de eco e islas de opinión, contribuyen con el problema.

Llevada al extremo, la polarización afectiva se transforma en lo que Erich Fromm llamó “narcisismo colectivo”. Esa noción de que, sin importar las falencias individuales, se pertenece a un grupo inherentemente superior en términos culturales y morales. Los otros grupos deberían reconocerlo, bajar la cabeza y aceptar la conducción por el grupo propio. Cuando eso no ocurre, la reacción del ofendido por la falta de reconocimiento es una furia propia de Aquiles cuando ve el cadáver de Patroclo, o de Otelo cuando sospecha de la fidelidad de Desdémona. En fin, una pasión enemiga del sosiego y la racionalidad que exige el juicio político. En cambio, la membresía a un mismo grupo es recompensada con solidaridades automáticas y excusas para equivocaciones graves o conductas desviadas. Porque lo importante es derrotar a las demás tribus. Como sea.

¿Cómo lidiar con todo esto? Lo primero que hay que hacer es tomar conciencia del problema. Advertir los vicios del tribalismo y de la mentalidad de rebaño. También familiarizarse con otro concepto de Fromm: el “miedo a la libertad”. Ese temor excesivo a que la reafirmación del pensamiento individual desemboque en el error o en el fracaso, lo cual lleva a la entrega al pensamiento tribalista. Si evitamos las cámaras de eco, reconocemos nuestros sesgos de confirmación y nos aventuramos en el cosmos de los que dicen lo que no necesariamente queremos escuchar, asumiendo que tal discurso puede darse en buena fe, podremos apreciar que también ahí hay planteamientos acertados. Es así como, pienso yo, nos daremos cuenta de que distintas corrientes de opinión pueden llegar a acuerdos sobre cómo tratar nuestro “triste problema” nacional, parafraseando a Cheo Feliciano. Aplica para la discusión sobre las sanciones y mucho más.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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