Santos Michelena era hijo de Santiago Michelena y Ursaín, proveniente de Oyarzún, agricultor, que casó con una valenciana con historia, María Teresa Rojas Queipo, y se dedica desde su llegada a cultivar en los valles de Aragua añil, tabaco y algodón. La pareja tiene 10 hijos, y Santos es el cuarto. Este muchacho se suma al ejército juvenil de la Batalla de La Victoria, el 12 de febrero de 1814, y cae preso, pero el jefe realista Juan Manuel de Cajigal lo deja libre con la orden de que se vaya al exilio. Eso hace. Cajigal creía que le estaba infringiendo un daño y, por lo contrario, le estaba cambiando la vida favorablemente.
Se fue a Filadelfia y allá estuvo trabajando entre 1814 y 1820, entre sus 16 y 22 años. Dicen sus biógrafos, Pedro José Vargas, Simón Alberto Consalvi y Oldman Botello, que estudió en la universidad, pero ninguno señala en cuál, lo que nos lleva a creer que no siguió estudios formales. De haberlo hecho, se sabría el nombre de la universidad, y no es el caso. Lo que sí es seguro es que trabajó y conoció un país que estaba creciendo bajo el imperio del liberalismo económico y la impronta de ese libro capital para la humanidad: La riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith, del que no sólo consta que Michelena leyó con un lápiz para subrayar con la mano, sino que lo citó varias veces a lo largo de su vida. Otro de sus biógrafos, César Augusto Tinoco Richter, afirma:
“Todas las ideas de Michelena estaban guiadas por la opinión que, sobre la manera y forma como debía dirigirse la economía, triunfaba en Inglaterra. Se llamaba el libre cambio. Posteriormente comenzó a propagarse por toda Europa y el mundo” (Tinoco Richter, 1952: 50-51).
En esos años de trabajo en Filadelfia tuvo una experiencia fundamental para su futuro: la del contabilista, la del que lleva números y conoce a fondo la dinámica de los costos de producción, la oferta y la demanda, todo el universo esencial de la dinámica económica que luego le sería de notable utilidad. Además, aquellos años filadelfianos fueron una escuela de venezolanidad. Allá vivían Manuel García de Sena, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Pedro Gual y Juan Germán Roscio, nada menos.
En 1820 se muda a Cuba, pero no sabemos el motivo de su traslado. En todo caso, contrae nupcias con la cubana Encarnación Bosque, y trabaja en otra empresa como administrador. Regresa a Venezuela en 1822 y se establece en La Guaira al frente de una casa comercial. Tiene 25 años, y comienzan a nacer los hijos: Encarnación (1822), Teresa (1823), Martina (1825), Santos (1827), Camilo (1829), Jorge (1831), Mariano (1833) y Tomás Michelena Bosque (1835).
En 1824 está en Caracas y es electo diputado al Congreso de la República de Colombia, en Bogotá. Se muda a la ciudad andina y dos años después introduce en el Parlamento una nueva Ley de Comercio, que lamentablemente no fue aprobada. En el discurso que pronuncia el 2 de febrero de 1826 ante el Congreso presentando el proyecto de ley, afirma:
“Tengo el honor de presentar a vuestra consideración un proyecto de ley, por el cual se hace una variación absoluta del actual sistema, que tantos perjuicios ocasiona a la moral como al erario público; a la moral, porque hallando los comerciantes muy poco o ningún beneficio en sus negociaciones lícitas, por razón de los excesivos derechos que tienen que pagar a la importación de sus mercaderías, hacen contrabando, ya por las costas, ya por las mismas Aduanas, en connivencia muchas veces con los empleados de ellas; y el erario público, por la considerable disminución del ingreso, ocasionada por estas importaciones fraudulentas”.
Como vemos, una argumentación de claridad meridiana que condujo a Michelena a proponer la reducción del impuesto de importación y, como era de esperarse, el Congreso no aprobó la ley. Prefirieron alentar el contrabando y percibir menos ingresos, que bajar los impuestos de importación. Absurdo. Buscando lo óptimo, perdieron lo bueno.
En 1826 el vicepresidente de la República, Francisco de Paula Santander, lo designa Cónsul en Londres y allá estará hasta 1828. Esto ocurre a pesar de que Santander no simpatizaba con Michelena porque éste se opuso a su reelección como Vicepresidente, pero él fue el único que se presentó a concurso para el cargo y Santander, con gallardía, no se opuso a su designación. El cargo lo había sacado a concurso el canciller Pedro Gual, y todo esto lo sabemos porque el Presidente de Colombia, Simón Bolívar, pregunta por el caso y el Vicepresidente Santander le da una explicación satisfactoria en un oficio. Algunos analistas han visto en esta pregunta epistolar de Bolívar un dejo de animadversión hacia Michelena, pero la verdad es que no necesariamente es así. Se sabe que El Libertador estaba sobre los asuntos de Estado hasta en sus mínimas expresiones y esta no lo era, se trataba del Cónsul de Colombia en Londres. De tal modo que la pregunta epistolar no era baladí.
Estos dos años en Londres se suman a los seis de Filadelfia, para decantar en Michelena sus conocimientos acerca del funcionamiento del mundo liberal. De tal modo que aquel joven de 31 años en 1828 ha vivido 12 entre Filadelfia, Cuba, Bogotá y Londres. Casi la mitad de su vida fuera, en lugares neurálgicos como Filadelfia y Londres, donde tienen lugar la revolución industrial y la vanguardia del mundo liberal económico y político. No son muchos los venezolanos que en aquella coyuntura podían blandir esta experiencia.
El Canciller y Secretario de Hacienda de Páez (1831-1835)
Regresa a Caracas en 1828 y se ocupa de actividades agrícolas y comerciales y al ser electo José Antonio Páez Presidente de la República para el período 1831-1835, este designa a Michelena Canciller y Secretario de Hacienda. Tiene 34 años. Le toca organizar las cifras de una nueva República, la de Venezuela ya separada de Colombia. De tal modo que estamos hablando del creador de la Hacienda Pública Nacional y del Canciller que negoció el Tratado Pombo-Michelena. Esto lo lleva a mudarse de nuevo a Bogotá entre 1833 y 1834. Allá negoció el tema de la deuda externa (la parte que le tocaba a Venezuela de la deuda de Colombia), y logró que los neogranadinos aprobaran los términos del Tratado que nos entregaba la mitad de la península de La Guajira, pero el Congreso de Venezuela no lo aprobó, con argumentos de menor cuantía de muchos diputados, perdiéndose una oportunidad propicia, que si bien no era óptima era bastante mejor que lo que resultó siendo el límite entre Venezuela y Colombia en la península de La Guajira. Se perdió un trabajo consistente que nos hubiera favorecido. Sobre el tema, afirma Simón Alberto Consalvi:
“El tratado fue aprobado por el Ejecutivo colombiano y por su Congreso y fue suscrito por el Ejecutivo venezolano, pero lo rechazó el Congreso de nuestro país, entre 1836 y 1840, negando reiteradas iniciativas del Ejecutivo” (Consalvi, 1997: 149).
Se perdió el trabajo del canciller Michelena, que nos favorecía abiertamente, pero los diputados del Congreso de entonces consideraban que no era así, a diferencia de los Presidentes Páez, Vargas y Soublette, que sí lo respaldaban. Una lástima. Dice el refrán: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”.
Michelena es uno de los que respaldan la Ley del 10 de abril de 1834. Una ley que permitió la libertad de contratos y estimuló enormemente el desarrollo agrícola y pecuario hasta que los precios internacionales bajaron y las ejecuciones judiciales, la entrega de las prendas de garantía, fueron mayores que los beneficios. Pero no hay duda de que funcionó durante diez años, una etapa de crecimiento económico en Venezuela. Es importante aclarar que durante el debate de la Ley en el Congreso de la República y las observaciones publicadas en la prensa nacional, Michelena estaba ausente, pero es evidente que el espíritu de la ley se corresponde con sus ideas económicas. Además, forman parte del pensamiento económico del partido Conservador que se ha ido nucleando alrededor de Páez y Soublette. Son ideas liberales esgrimidas y defendidas por el partido Conservador.
Recordemos que los partidos Conservador y Liberal en Venezuela se definen así en relación con la cultura eclesiástica que se fue acendrando durante tres siglos coloniales. Digamos que esa es la línea divisoria, y esto siembra el terreno de grandes complejidades y complicaciones que son difíciles de explicar a la distancia sin atender a la coyuntura. Por otra parte, no había muchas otras alternativas al llamado “liberalismo manchesteriano”. De hecho, los teóricos que surgirán y le darán forma al partido Liberal, también se basan en las mismas doctrinas económicas. La gran diferencia con José María Vargas, Carlos Soublette y Santos Michelena, es que los tres vivieron en Londres, y Michelena en Filadelfia también, donde el apogeo del liberalismo de Smith era consistente. En aquellos tiempos la experiencia de primera mano contaba muchísimo, como podemos suponer. Además, el éxito norteamericano era evidente, y se basaba precisamente en la doctrina liberal que fomentaba el desarrollo de las fuerzas económicas dentro de la arquitectura del libre mercado. De tal modo que no se trataba de un capricho de Michelena, sino de lo que él había vivido in situ en la nación norteña.
Es manifiesto que una vez separada Venezuela de Colombia, vuelve a ser una República, un Estado independiente y, en tal sentido recupera sus cuentas nacionales. Durante 11 años no las tuvo, entre 1819 y 1830, ya que estaban centralizadas en Bogotá como capital de la República de Colombia, de la que Venezuela era un Departamento. Por esto es indudable que el creador de la Hacienda Pública Nacional es Santos Michelena en su condición de Secretario de Hacienda. Y es por ello que en 1840 Antonio Leocadio Guzmán en un editorial de su diario El Venezolano, lo reconoce, afirmando:
“El señor Michelena se debe todo a la Hacienda nacional. No hay que equivocarnos: él es para Venezuela lo que un Necker para la Francia, un Pitt para la Gran Bretaña: un verdadero fundador de su hacienda y de su crédito, y de los inmensos bienes que de aquí se derivan… Él centralizó la cuenta de la Tesorería Nacional, organizó cuanto corresponde a ella, redujo a presupuestos las entradas y los gastos, metodizó las rentas, moralizó la administración, puso las bases del crédito, resucitó la deuda pública, creó valores y cambio, condujo por en medio de mil dificultades el empeño sagrado de dividir la Deuda de Colombia, la clasificó y distribuyó y es hoy el hombre de la hacienda nacional”.
Sobre estos primeros años de la recién fundada República de Venezuela en 1830, el juicio de uno de nuestros mejores historiadores, Manuel Pérez Vila, es importante en cuanto al funcionamiento de la economía y, la verdad, todo lo que en esta materia se hizo llevó la impronta de Michelena. Afirma Pérez Vila en su trabajo “El gobierno deliberativo. Hacendados, comerciantes y artesanos frente a la crisis. 1830-1848”:
“Durante varios años, a partir de 1834, todo funcionó a las mil maravillas, de acuerdo con lo previsto por Santos Michelena y quienes pensaban como él. La Ley de libertad de contratos, unida a las favorables condiciones del mercado exterior, le dio un grande impulso a la economía. Las tasas de interés bajaron del 60% anual (a veces, del 120%, como se ha dicho) al 24, al 18 y al 12%, llegando en ocasiones al 9%. Las haciendas de café fueron resembradas en algunos casos o ampliadas en otros; lo mismo ocurrió con otros productos, como el algodón. Las exportaciones aumentaron, según lo hemos visto anteriormente” (Pérez Vila, 1992: 74-75).
Por supuesto, la pregunta que se impone es: ¿Hasta cuándo funcionó de maravillas? Hasta que cayeron los precios internacionales del café. El talón de Aquiles de aquella política liberal era su dependencia de los mercados internacionales. De allí provenía su fortaleza y su debilidad. Por eso la ley de libertad de contratos la firma Fermín Toro en 1834 y años después la enfrenta con el argumento de la usura, y sobre todo por la cantidad de ejecuciones judiciales en razón del incumplimiento de lo pactado por parte de los receptores del préstamo, ya que la caída de los precios internacionales les hacía imposible honrar lo recibido. El esquema micheleniano funcionó, pero al caer los precios se tambaleó uno de los factores esenciales de la ecuación. Y esta historia hay que contarla completa porque los enemigos del liberalismo, que son legiones, sólo señalan el fracaso de la ley de libertad de contratos, y olvidan que Venezuela experimentó un crecimiento económico notable en estos años en que tuvo vigencia.
El Canciller y Secretario de Hacienda de Vargas (1835)
Al ser electo Presidente de la República el ilustrísimo doctor José María Vargas, éste lo ratifica en el cargo, hasta que renuncia cuando se les condonó la pena a los que le dieron un golpe de Estado a Vargas, la llamada “Revolución de las Reformas”. No estaba el digno Michelena de acuerdo con que se condonara a los golpistas Santiago Mariño, José Tadeo Monagas, Pedro Briceño Méndez y Pedro Carujo, entre otros.
El jueves 26 de diciembre anota en su Diario el diplomático británico acreditado en Venezuela, Robert Ker Porter, acerca de Michelena y la llamada “Revolución de las Reformas:”
“Vi a Michelena esta mañana, y me dijo que el Ejecutivo ha hecho esfuerzos, por correspondencia y persuasión personal, para inducirle a cambiar de decisión, o más bien de principios, sobre el tema de los indultos pasados y probables de los rebeldes, pero su decisión es irrevocable y, por lo tanto, el señor Gallegos ha sido nombrado para substituirle. Su salida del ministerio en esta coyuntura aun es peor que un perdón general a los revoltosos. Creo que las circunstancias le traerán tantas dificultades y deshonra al gobierno como honor y respeto a él, por parte de todos aquellos que saben cómo valorar una conducta política tan virtuosa” (Porter, 1997:744).
Y tal cual como lo esperaba Porter, el prestigio de Michelena creció con su renuncia, y poco más de un año después el presidente Soublette lo busca para que resuelva las negociaciones en Nueva Granada y lo designa Embajador.
La verdad, fue encomiable la manera como Páez impuso su autoridad y les torció el brazo a los golpistas contra Vargas y lo restituyó en la presidencia, pero fue lamentable como condonó sus delitos, como si no los hubieran cometido. Esto no lo podía dejar pasar por debajo de la mesa Michelena, y renunció irrevocablemente. Un dato de oro sobre su personalidad: sus principios estaban por encima de la detentación de los cargos públicos. La gente así lo reconoció. Su carta de renuncia es precisa; la firma el 19 de noviembre de 1835. Dice:
“He votado en el Consejo de Gobierno y opinado en el de Ministros contra la concesión de grados militares a los jefes militares, a los jefes y oficiales de Barcelona reincidentes en el delito de traición, después de haberla combatido con todas mis fuerzas, por considerarla de una gran trascendencia moral y política. En tales circunstancias debo retirarme del Ministerio; mi conciencia me lo ordena y el patriotismo me lo aconseja, para que la administración pueda ser homogénea” (Michelena, 1961: 251).
El Embajador de Soublette en Nueva Granada (1837-1839)
En 1837 Soublette designa a Michelena Ministro Plenipotenciario en Nueva Granada para que culmine el engorroso tema de la deuda externa de la República de Colombia, como apuntamos antes. Pero esta Embajada es fruto también de su designación como Secretario de Hacienda y Canciller, de tal modo que lo ha sido de José Antonio Páez, José María Vargas y Carlos Soublette. Sobre esta designación, Porter escribe en su Diario el 17 de marzo de 1837:
“Fui a ver a Páez esta noche. Tiene buen aspecto y me dijo lo muy agradecido y orgulloso que estaba por el mensaje que le había enviado el rey. Hablamos largamente sobre Soublette y los futuros ministros. Recomendé enérgicamente, para el bienestar del Estado que se arreglaran las cosas, de ser posible, para inducir a Michelena a que vuelva a ocupar su antiguo cargo. Estuvo de acuerdo en que ello traería ventajas, y dijo que el Vicepresidente haría todo lo posible; que estaba seguro de ello” (Porter, 1997: 791).
Y en efecto, vemos que así ocurrió. Innecesario anotar que Porter tenía en gran estima a Michelena, y también innecesario recordar que la influencia de Porter sobre Páez era significativa, que trabaron una estrecha amistad y que el mandatario siempre tuvo oídos para sus consejos. Tanta fue la relación que quien dibuja y concibe el Escudo Nacional, dentro de los parámetros de la heráldica, es el dibujante Porter, como es bien sabido, por encargo de Páez.
En Bogotá estará Michelena con su numerosa prole después de un accidentado viaje por caminos precarios, entre 1837 y 1839, hasta que se firma el acuerdo y las cifras fueron proporcionales y satisfactorias para Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. Entonces, en el acto de despedida el Presidente de Nueva Granada, José Ignacio de Márquez, le tributa un reconocimiento y Michelena responde:
“V.E. se persuadirá que si bien la vuelta a la patria debe serme bajo muchos respectos placentera, no es posible, sin sentir profundo pesar, separarme para siempre de un país naturalmente amigo y aliado de Venezuela, donde he residido largo tiempo en diferentes épocas: cuyos altos funcionarios me han honrado con su aprecio y estimación, y al cual me unen vínculos de estrecha amistad. Si algo puede templar tan justa pena es la consideración de que la paz y la buena correspondencia entre los dos países se hallan sólidamente establecidas, y que la Nueva Granada recobrando la calma interior, necesaria para la actividad del trabajo y desarrollo de la industria, continuará progresando a la sombra de sus instituciones políticas, y bajo la vivificativa influencia del saber y del patriotismo de sus primeros magistrados”.
Por su parte, el general Páez en su Autobiografía destaca el hecho y la participación de Michelena. Afirma:
“Desde el 25 de abril de 1838 se había instalado en Bogotá la asamblea de plenipotenciarios de las tres Repúblicas del Ecuador, Nueva Granada y Venezuela a fin de reconocer, liquidar, dividir y adjudicar los créditos activos y pasivos de la antigua Colombia, con arreglo a las estipulaciones de la convención de 23 de diciembre de 1834, y habiendo terminado las tareas el 16 de marzo de 1839 el señor Santos Michelena, Ministro Plenipotenciario de Venezuela en Bogotá, le envió al Secretario de Estado una comunicación dándole cuenta de la parte que correspondía a Venezuela en la deuda interior colombiana… En nombre mío manifestó el secretario Smith que el Gobierno se hallaba plenamente satisfecho del acierto con que el Sr. Michelena había desempeñado las delicadas funciones que se le confiaron y de sus desvelos por promover y consultar los intereses de Venezuela y de sus ciudadanos respecto a las adjudicaciones y compensaciones de los créditos correspondientes” (Páez, 1946: 321-322).
Regresaba al país Michelena habiendo cosechado un éxito importante, no así en relación con el Tratado Pombo-Michelena, desaprobado por el Congreso, como vimos antes. En todo caso, la aureola de prestigio lo llevó a la candidatura a la Vicepresidencia de la República, y fue electo holgadamente.
El Vicepresidente de la República (1841)
Cuando Páez es electo de nuevo Presidente de la República para el período 1939-1943, Michelena es electo Vicepresidente, en 1840, y asume el 29 de enero de 1841, a mitad del período de Páez, como lo establecía el texto constitucional. Su prestigio es enorme y se presenta luego como candidato a la Presidencia de la República en 1843, pero pierde ante Soublette. El tercer candidato era Diego Bautista Urbaneja. Entonces, se retira de la vida pública a su Hacienda Onoto en Aragua, hasta que regresa como diputado al Congreso Nacional de 1846. Era muy difícil que un civil como Michelena le ganara unas elecciones al general Soublette, sobre todo después de los hechos ocurridos con el doctor Vargas, a quien los militares golpistas no quisieron dejarlo gobernar.
No obstante no haber alcanzado la primera magistratura, Michelena ofrece una vida pletórica de contribuciones centrales para la formación del Estado en el siglo XIX. Un estadista de gran calado. Un liberal. Lamentablemente, en el oprobioso asalto al Congreso comandado por José Tadeo Monagas el 24 de enero de 1848, una verdadera vergüenza, fue herido varias veces y falleció 48 días después. No existía la penicilina, ese milagro de la ciencia médica del siglo XX. En su Autobiografía el general Páez dejó escrito:
“Allí cayó herido para luego morir el virtuoso Santos Michelena, que tantos y tan grandes servicios había prestado a la Hacienda de Venezuela” (Páez, 1946: 454).
Los informes del Secretario de Hacienda: piezas de doctrina
Las Memorias del Secretario de Hacienda de 1831, 1832 y 1833 están firmadas por Santos Michelena, la de 1834 por uno de sus colaboradores, P.P. Díaz, ya que él estaba en Bogotá, como dijimos antes. Son un banquete para los amantes de la precisión, lo que revela el nivel de detalle con que el estadista llevaba sus cuentas y, también, sus preocupaciones.
El 23 de mayo de 1831 Michelena presenta la primera Memoria de la Venezuela independiente de Colombia. El panorama no es auspicioso, dado el enorme déficit acumulado. Afirma:
“Resta ahora examinar de qué manera se cubrirá el déficit. Para una nación que por repetidas faltas en el cumplimiento de sus promesas ha perdido la confianza, aun de sus propios ciudadanos, no queda otro medio que el de aumentar los impuestos o establecer otros nuevos. Pero, ¿será justo, será posible que por los efectos de una larga guerra y de una administración locamente dispendiosa, se hallan los pueblos reducidos a la más espantosa miseria: cuando para pagar los consuelos de la vida, se aumenten las exacciones y con ellas sus privaciones y desgracias?, ¿no dictan más bien la prudencia, la conveniencia y la razón, que mientras se reponen de las calamidades pasadas se disminuyan aquéllas, ya que no es posible franquearle auxilios?
La adopción, Señor, de semejante arbitrio reducirá los pueblos a la desesperación, y expondría la tranquilidad del Estado a frecuentes convulsiones, y después de causar tantos males, no se crea que produciría siquiera el resultado prometido. Parece, pues, que debe hacerse desaparecer aquel déficit disminuyendo los gastos por una suma de igual importancia en las clases que aún admitan economías. Sólo así podrá el erario de las dificultades que lo rodean, sólo así podremos algún día cumplir con los sagrados empeños que junto con la Nueva Granada contrajimos con algunos extranjeros y nacionales, y sólo así lograremos ver consolidado el crédito, sin lo cual ni hay poder, ni bienestar ni felicidad nacional”.
Dos afirmaciones merecen nuestra atención. La primera: “Una administración locamente dispendiosa”. Se refiere a la de Colombia, no puede ser otra. A la administración entre 1819 y 1830, cuando el presupuesto nacional se administraba en Bogotá, en cabeza del Presidente Bolívar y el Vicepresidente Santander. La crítica no es menor: “locamente dispendiosa” es una calificación severa que refleja lo que pensaba Michelena de Santander como administrador, y también se autorretrata, él se propone otro camino, que se expresa en la segunda observación que queremos hacer.
Ante la urgencia del déficit presupuestario nacional se abre una disyuntiva: subir los impuestos o bajar los gastos. Michelena opta por lo segundo, y lo argumenta con base en el pueblo. No se le puede pedir a la gente que pague por lo que no ha hecho, es en el fondo la máxima que lo guía. Esto es lo correcto desde el punto de vista humano, aquí asoma el hombre de Estado, más allá del administrador que con subir los impuestos equilibraba sus cuentas, pero con un costo social muy alto.
En la Memoria de la Secretaría de Hacienda presentada el 20 de enero de 1833, la tercera de su gestión, Michelena se da un gusto colosal, afirma:
“Por resultado de este nuevo orden de cosas es que en el año económico a que se refiere la cuenta que voy a dar a las Cámaras, no sólo se satisficieron todos los gastos de la administración, y una gruesa suma de las deudas del Estado, sino quedó en caja un sobrante de consideración, cuando en ningún tiempo, ni bajo el régimen colonial de España, ni bajo el sistema departamental de Colombia, fueron bastantes las rentas y contribuciones para pagar las erogaciones ordinarias; no obstante que entonces existían varios impuestos que están ya suprimidos o han cedido a las provincias”.
Como vemos, por primera vez desde su existencia independiente en 1811 las cuentas de Venezuela fueron favorables. Se pagó deuda incluso y, por añadidura, quedó un remanente en caja, sin que quedasen cuentas por pagar. Un milagro, puede decirse, y se debe sin la menor duda a Michelena y a su superior inmediato, el Presidente de la República José Antonio Páez, que respaldaba la “severidad” de su hacendista.
Observaciones finales
Sorprende leer las pocas biografías de Páez que se han escrito y no advertir que se señale la definitiva importancia de Michelena en su primer gobierno. Pareciera que no se comprende claramente que se trata de la refundación hacendística de la República, y que eso lo hizo el Secretario de Hacienda, así como la consolidación y pago de la deuda interna y externa. ¿Por qué será que estos logros no son señalados en consonancia con su importancia y, en cambio, se esmeran en los pleitos de Páez con Monagas, la persecución del bandido Cisneros, y otros detalles bélicos?
La razón debe ser la misma por la que Santos Michelena es un personaje central y casi desconocido: los asuntos de la administración del Estado están fuera del influjo de la épica y el ditirambo. Deben ser las mismas razones que llevan a que la enseñanza de nuestra historia haga énfasis en los hechos militares y a los civiles se les invisibiliza. Deben ser las mismas razones que suelen confundir la biografía de Bolívar con la historia nacional, como si los hechos venezolanos pasaran al limbo a partir de 1830 y la muerte del héroe.
Con frecuencia nos preguntamos por qué y cómo llegamos a la situación actual. Los factores son muchos, pero el desconocimiento de la historia es uno, el otro es la lectura sesgada que se hace de ella. Buena parte del desdén por Michelena proviene de la lectura estatista de la historia nacional, que considera el período de los conservadores (1830-1847) una epifanía del liberalismo económico, y olvida los logros, que no fueron pocos, en aquel Estado que retomaba su camino, separado de Colombia. También incide que un hombre serio, organizado, metódico, desarmado, qué interés puede tener. Ojalá y estas observaciones contribuyan con la relectura de otros civiles de aquel tiempo fundacional. Nos hace falta para completar el cuadro.
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Bibliografía:
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-Carrillo Batalla, Tomás Enrique (1993). El pensamiento económico de Santos Michelena. Caracas, Academia Nacional de Ciencias Económicas.
-Consalvi, Simón Alberto (2012). Santos Michelena. Caracas, BBV N° 150, El Nacional-Banco del Caribe.
–El perfil y la sombra (1997). Caracas, Tierra de Gracia Editores.
-Grases, Pedro y Manuel PÉREZ VILA (1961). Pensamiento político venezolano del siglo XIX. Liberales y Conservadores. Tomo I. Caracas, Publicaciones de la Presidencia de la República.
-Michelena, Tomás (1951). Reseña biográfica de Santos Michelena. Caracas, Ávila Gráfica.
-Páez, José Antonio (1946). Autobiografía del general José Antonio Páez. Caracas, Ediciones del Ministerio de Educación Nacional. Dirección de Cultura.
-Pérez Vila, Manuel (1992). “El gobierno deliberativo. Hacendados, comerciantes y artesanos ante la crisis. 1830-1848” en Política y economía en Venezuela. Caracas, Fundación John Boulton.
-Porter, Robert Ker (1997). Diario de un diplomático británico en Venezuela: 1825-1842. Caracas, Fundación Polar.
-Tinoco Richter, C.A. (1952). Santos Michelena (1797-1848). Caracas, Ediciones de la Fundación Eugenio Mendoza.
-Uslar Pietri, Arturo (1937). “Las ideas económicas de Santos Michelena” en Revista de Hacienda, año 1, N°5, julio-septiembre de 1937.
-Vargas, Pedro José (1972). Santos Michelena. Biografía y esbozo de su tiempo. Caracas, Ediciones del Congreso de la República.