En la aldea
26 diciembre 2024

La generación de la resistencia, sueños de libertad

“Han pasado 24 años desde que la revolución bolivariana se instaló, y 31 años desde la aparición del fenómeno Chávez. Una generación, 1992-2022. Nuestros jóvenes han vivido la decadencia de un sistema educativo que ha abierto la enorme brecha de la desigualdad, por eso no los definen ni la tecnología ni la fragilidad, porque nacieron en un contexto de pobreza, vulnerabilidad, y ausencia de libertad”.

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Mirla Pérez | 30 marzo 2023

Han pasado 24 años desde que la revolución bolivariana se instaló y 31 años desde la aparición del fenómeno Chávez. Muchos han nacido desde el momento en que la narrativa chavista domina el discurso oficial. Una generación, 1992-2022, treinta años en los que han nacido millones de jóvenes. ¿Cómo los denominan? Está entre los Millennial y los Centennial o generación Z o postmilenial, nacieron en la era digital.

En el mundo, la confluencia de estas generaciones se la denomina la generación de cristal, por su fragilidad dado el desarrollo en un contexto digital en el que se relativiza el compromiso. ¿Podemos denominarlas así en Venezuela? Los datos indican que no.

Desde el Centro de Investigaciones Populares Alejandro Moreno, hemos desarrollado junto a Estado Lab, una investigación sobre el “Joven y el voto”, a partir de estas edades, entre los 18 y los 24 años.

“Ellos han vivido la decadencia de un sistema educativo que ha abierto la enorme brecha de la desigualdad, la frustración y la tristeza de no poder dar curso a sus sueños”

Denominar esta generación de jóvenes, la nuestra, la venezolana, bajo los conceptos arriba descritos, parece no encajar. A nuestros jóvenes no los definen ni la tecnología ni la fragilidad, nacieron en un contexto de enormes discriminaciones, de pobreza, de vulnerabilidad, de ausencia de libertad. Han tenido que lidiar desde muy temprano con el hambre y con el trabajo, han tenido que ser responsables ante las exigencias del contexto.

Iré escribiendo a dos manos con ellos, los citaré, y pondré de relieve lo que ha significado vivir en Venezuela y ser joven a la vez. A ratos, cuando los leo o los escucho, parece que estuviera frente a un adulto de más de 40 años, por la responsabilidad y el compromiso desde los cuales se representan y están en el mundo. Esta es una de las generaciones que ha crecido afrontando, al modo materno, nada más lejos de la fragilidad.

“Yo diariamente me levanto a las seis de la mañana y me echo un baño y me visto para ir al liceo, como antes y me voy. Y después que llego del liceo me voy a cambiar para la casa y como, y salgo para el negocio de mi mamá, me quedo ahí y ella se va pa’ Petare a comprar chucherías y mercancía”. Nelson, 18 años.

A Nelson lo define el mundo de la familia, de la educación y del trabajo, la madre lo inicia en la responsabilidad y en el acompañamiento diario en la subsistencia, tiempo de estudiar y trabajar del lado de la madre. Hay una iniciación en la responsabilidad, este joven de hoy tenía 8 o 10 años cuando salía en las madrugadas a hacer cola junto a su madre para comprar comida. Vivió el hambre y la escasez a muy temprana edad.

La vivencia fundamental que define a nuestro joven es la del límite, una línea muy delgada separa la satisfacción del hambre. Línea delgada, frágil, que impide la seguridad, la posibilidad de prever, de proyectar, de fijarse metas e ir más allá de la sobrevivencia. La fragilidad del límite ante un contexto de vulneración y la dureza de él como persona, como generación.

“El hecho de que estoy cómodo porque tengo donde estudiar, tengo donde vivir, tengo algo que comer, lo puedo disfrutar. Pero el hecho de tener ciertas limitaciones al momento de vivir mi experiencia como joven en mi entorno, desarrollarme como tal es un poco disgustante”. Mauricio, joven de clase media.

La libertad y el disfrute como jóvenes no es posible vivirlos. No están dados, hay que construirlos con un gran esfuerzo, anteponiendo la necesidad, la familia, el trabajo, el estudio. Se trata de un joven que lucha permanentemente. No se está quieto, está en la permanente insatisfacción, pero sabiéndose comprometido.

“Y ahorita así poquito a poco, pero a veces me siento impotente porque yo quiero estudiar, pero entonces también quiero trabajar porque me siento impotente cuando mi familia a veces necesita algo y a veces no tienen, entonces yo siempre estoy acostumbrada a colaborar en la casa, algo así, y siento que es culpa mía”. Laura, 20 años.

Estudiar es el gran sueño, un camino siempre en construcción, están insatisfechos porque no logran culminar sus estudios, ésta imposibilidad la vemos con mayor acento en los jóvenes proveniente de los sectores populares; ellos han vivido la decadencia de un sistema educativo que ha abierto la enorme brecha de la desigualdad, la frustración y la tristeza de no poder dar curso a sus sueños.

Nuestros jóvenes, en general, no han vivido el bienestar, lo han escuchado, sobre todo de sus padres y abuelos, hay una permanente referencia familiar según la cual se va presentando la democracia, la libertad, la posibilidad de crecer económicamente, de tener propiedades con créditos, etc., han escuchado de un país de oportunidades, pero ellos no lo han vivido:

“… salir de la pobreza, o sea, de la pobreza mentalmente y financieramente, porque estamos en un país donde lo que hace muchos años había, ya no existe. Antes te podías dar el lujo de salir a pasear todos los días…”.

Notemos de qué lujos habla Carlos, pasear, algunos hablan de comer lo que se apetezca, de caminar por las calles, se trata de prácticas elementales, básicas, se añora lo ordinario.

Nos hemos encontrado con un joven que antepone la responsabilidad y el compromiso, no tienen tiempo que perder, la vida hay que afrontarla con determinación, razonadamente, sin tomar decisiones apresuradas. Esto funciona para la vida personal, para la familiar y para la vida pública. En este sentido, no es un joven irracional ante la política, pero sí muy crítico.

“La vivencia fundamental que define a nuestro joven es la del límite, una línea muy delgada separa la satisfacción del hambre”

La valoración política ubica a los distintos sujetos, tanto a los que mandan como a los que se oponen: “la política en mi caso, a mi parecer conlleva lo que sería el dominio subconsciente del pueblo”, sin que se les confronten. Tanto la democracia como la libertad son los dos grandes proyectos que hay que construir. No lo han vivido, y por la precariedad de la educación, no lo han estudiado, si tienen alguna noción teórica es porque les viene de la tradición oral.

“A mi parecer no hay democracia, ya que no dejan que el pueblo se exprese, no dejan que el pueblo proteste, no dejan que el pueblo elija nada, no hay elecciones democráticas: me parece que todo es arreglado para que ellos sigan en el poder”.

Nuestros jóvenes están claros, no nacieron en democracia, han tenido que lidiar con la ausencia de libertad, no han tenido opción, la válvula de escape ha sido la migración, como lo dicen, “es una luz que se abre en la oscuridad”, no hay alternativas políticas. La política es un vacío, un chiste:

“También, para mí, es eso, vacío… Un chiste. Me parece que aquí no se escucha lo que los ciudadanos quieren, para nada. No se toma en cuenta lo que el pueblo, las personas quieren, sino lo que se toma en cuenta es lo que el Gobierno quiere para sí mismo, o sea, esas pocas personas que tienen el poder, cómo ellos pueden mantener el poder”, lo dice Roberto, refiriéndose a los que mandan.

El problema es que la percepción no es muy distinta cuando hablan de los grupos políticos que se oponen:

“Son involucrados, pero no significativamente, sino para representar un agregado más: ‘te toman en cuenta cuando hay que marchar, pa’ hacer bulto…’; cuando te necesitan, pero no para tomar tu opinión realmente en cuenta”. Así lo dice Jesús, joven de los sectores populares.

La percepción generalizada del joven, es que ningún partido o movimiento político los hace parte de sus proyectos, no escuchan, no están abiertos a la construcción de un camino común hacia la libertad. Todos los caminos nos llevan a encontrarnos en la incomunicación e incomprensión de los políticos, quizás algunas notables excepciones, pero lo común es el divorcio total entre élite y pueblo. Elite política y pueblo excluido, sin puentes, sin vías de comunicación que empieza con la escucha activa de quienes tienen voluntad de poder.


*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita

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