Desde hace tiempo he tenido la impresión de que el grueso de la sociedad venezolana decidió, no diré que para siempre (porque eso es tonto en política) pero sí por tiempo indefinido, olvidarse de hacer oposición al chavismo. La mezcla de miedo a la represión, frustración por fracasos anteriores y necesidad de invertir tiempo y esfuerzo en la mera supervivencia hacen que a millones ni se les pase por la cabeza participar en algún acto de resistencia a la elite gobernante, por arbitraria que esta sea.
Pero mientras que algunos son discretamente sinceros en esta ruptura con la política disidente y se limitan a sus actividades privadas, otros sienten una necesidad de creer que todavía son parte del esfuerzo por restaurar la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela. De creer que todavía protagonizan la epopeya por el bienestar del país. ¿Y cómo concilian la satisfacción de tal necesidad con la indisposición a acometer acciones que verdaderamente desafíen al Gobierno y que por lo tanto los expongan a represalias? Pues haciendo una oposición simbólica, que sigue unas reglas diseñadas por el propio chavismo para asegurarse de que nada comprometa su hegemonía.
Por supuesto, esto nunca ha sonado bien moralmente. Así que se ha disimulado, con mil y un malabares retóricos sobre una supuesta capacidad que tiene la oposición para precipitar cambios políticos sólo mediante el voto y el diálogo con el oficialismo. Como la realidad se ha encargado una y otra vez de refutar tales actos de fe, el disimulo es cada vez más difícil. Por eso, no es de extrañar que ahora se esté pasando del disimulo a la justificación. Una apología a la que, valga decir, se le agradece la sinceridad, puesto que reconoce sin pelos en la lengua las afrentas a la moral que supone desempeñar un papel en la simulación chavista de democracia a sabiendas de que, como cantó La Lupe, es puro teatro. Pero la franqueza no lo hace correcto. Y no solo lo digo desde una perspectiva moralista, sino también fríamente utilitaria. A continuación me explicaré.
¿Cómo se puede justificar algo que confesamente repugna a lo que tenemos por convencionalmente moral? En principio se puede hacer con algo de realismo político. Partiendo de Maquiavelo, se argumenta que la política muy a menudo prescinde de las virtudes que nos enseñan en casa y en la escuela, por tener que lidiar con un mundo complejo de pluralidad de intereses, no siempre puros. Esa es la dura realidad de la naturaleza humana, y hay que adaptarse a ella. Se puede hacer sacrificios morales siempre y cuando en el largo plazo ello conlleve un beneficio colectivo.
Sobre este andamiaje teórico se coloca el resto del razonamiento justificador del caso concreto de la oposición venezolana. Dado que la dirigencia opositora ha fallado en todos sus intentos de generar un cambio de gobierno, sean estos dentro o fuera del sistema controlado por el chavismo, pues ahora no tiene más opción que integrarse plenamente a dicho sistema, sin pensar siquiera en impulsar un cambio sustancial en el país ni en pretender frenar los caprichos de la elite chavista. En otras palabras, es la admisión y excusa de lo que han hecho prácticamente todos los políticos que, identificados como opositores, han buscado desde 2017 gobernaciones, alcaldías y curules en la Asamblea Nacional. La idea es evitar provocar al Gobierno, para que éste no actúe contra la oposición nominal, y esperar a que haya mejores condiciones para una nueva movida genuinamente opositora… Quién sabe cuándo.
Mi problema con este planteamiento es que no le veo el beneficio para el bienestar colectivo en el largo plazo que habría a cambio del sacrificio moral. Tampoco me parece muy realista esperar que los “opositores” que se vayan por ese camino se mantengan pulcros durante todo el tiempo que haya que esperar por el Deus ex machina que algún día nos permitirá aspirar nuevamente a un gobierno decente. Eso es como pretender que quien se mete en un albañal salga impecable y oloroso a Chanel No.5.
Los ejemplos señalados por quienes le ven sentido a todo esto no son para nada alentadores, así que no entiendo cómo un fenómeno empíricamente observable y que no calza con la expectativa que se tiene de él constituye una perspectiva realista. Uno de ellos es la oposición rusa. Específicamente, la llamada “oposición sistémica” rusa. Aquella que tiene una pequeña presencia en el Parlamento y que desde ahí se presenta como alternativa a Vladímir Putin y sus secuaces. Pero esa es una “oposición” totalmente falsa. Más allá de alguna que otra declaración crítica, no hace absolutamente nada por poner resistencia a los designios del Kremlin. Y eso no es nuevo. Así ha sido al menos desde que Putin se encargó de dejar claro, hace muchos años, que no está interesado en que su gigantesco país sea una democracia.
Volvamos a Venezuela. No entiendo tampoco cómo ese repliegue para sobrevivir eventualmente se traducirá en un renacimiento opositor con los mismos actores. Más bien, creo que al integrarse plenamente al sistema, se volverán sus beneficiarios y por lo tanto no querrán alterarlo. A cambio de no desafiar al chavismo, recibirán cuotas minúsculas de poder, con los recursos asociados (alcaldías y una que otra gobernación). Y eso con todos los estímulos a la corrupción de los que goza la elite gobernante. Sólo piénsenlo: un alcalde “opositor” al que lo dejan quieto por no oponerse realmente y le permiten administrar ciertos fondos, sin ninguna transparencia. ¿Por qué iba a querer dejar esos privilegios y comodidades?
Eso por no hablar de aspectos no crematísticos, como el nivel de mimetismo que el chavismo espera de sus “adversarios”. Acá no hay que ponerse hipotéticos. Ya está ocurriendo. Miren nada más a la “oposición” de elementos como el diputado José Brito. No es que simplemente se apartan. Es que colaboran activamente con la elite gobernante (e.g. el señor Brito amenazando a ONG junto a la bancada chavista en la AN).
La gran perdedora es la sociedad civil, atrapada entre un gobierno cada vez más autoritario y una “oposición” de papel que se integra cada vez más a las estructuras de poder arbitrario. Más una economía en ruinas y condiciones de vida espantosamente precarias. Me parece que ante tal escenario, se profundizará la despolitización de las masas. Cada quien tratando de sobrevivir en sus actividades privadas, desentendido totalmente de la política. Y esa “oposición”, que con el argumento de replegarse para sobrevivir se presta para preservar el sistema, caerá ante los ciudadanos en la indiferencia o el desprecio. Sin confianza me cuesta creer que podrá eventualmente propiciar un cambio, aunque recapacite.
La verdad es que si el punto de partida es la derrota irremediable de la dirigencia opositora, mejor que ese repliegue es su disolución. Al menos para efectos del respaldo ciudadano. Y quizá entonces surja un liderazgo nuevo.