Pasó el tiempo de la siembra. Los 90 años son el turno del reposo, de cosechar. El pensamiento se enfoca en lo que hicimos, dejamos de hacer; lo que vimos, lo que no pudimos ver; rememorar satisfacciones, lamentar episodios. Prevalece en ese brevísimo trozo de la vida el anhelo de recrearnos, vivir de nuevo. Un justo proceder, qué duda cabe.
No es ese el caso, sin embargo, de Gustavo Coronel, geólogo, nacido en Catia noventa años atrás, formado en Los Teques y residenciado en Washington desde hace algo más de una década, quien además de hacer lo que hacemos todos, se faja cada día con tareas que no parecen estar asignadas a los que, como él, han llegado a una edad en la que esas labores generalmente las toreamos para que las aborden los que vengan después.
Una de esas empresas que justo ahora completa, ha sido la de publicar el libro Una fábrica de ciudadanos, bases para la reconstrucción de Venezuela*, un aporte fundamental para que encaremos con seriedad la difícil tarea de enrumbar a nuestro país hacia el norte que perdió hace ya demasiado tiempo.
Encuentro en este libro una admirable dosis de generosidad y al mismo tiempo de agradecimiento. Lo primero, porque el objeto de su trabajo en esta propuesta son los maestros y los niños de Venezuela que harán el cambio que solo ellos podrán materializar en los próximos años. Lo segundo, porque reconoce y hace público consistentemente su sentido de gratitud al país que le dio todo, y del que está tan cerca hoy en un lejano suburbio de Washington, como lo estuvo cuando recorría con curiosidad juvenil los rincones del Parque Gustavo Knoop de su entrañable enclave mirandino.
Una fábrica de ciudadanos…, -dice Coronel-, contiene una idea y una propuesta. La idea es que una nación no puede progresar sin poseer una masa crítica de buenos ciudadanos activos. El estancamiento de Venezuela es debido a la ausencia de esa masa crítica. No importa cuán rica sea una nación, no podrá avanzar sin esa masa crítica de buenos ciudadanos activos.
La propuesta consiste en un programa nacional de educación en valores desde el kindergarten hasta la salida del bachillerato, desde los 4 – 5 años hasta los 18 años, el cual trascienda los ciclos políticos y sea política de estado. Debemos lograr un cambio significativo de nuestras actitudes ciudadanas, pasar de ser un gentío a una nación de ciudadanos.
Llama la atención en esta propuesta la distinción que el autor hace entre buenos ciudadanos y buenos ciudadanos activos. Los buenos ciudadanos son para él aquellos que no hacen nada malo. Los que, a pesar de serlo, no contribuyen de manera comprometida a mejorar la sociedad porque consumen su tiempo en la búsqueda de su propia sobrevivencia. En el caso de nuestro país eso es literal.
Los buenos ciudadanos activos, por su parte, son quienes cumplen con sus deberes como miembros integrantes de la sociedad, que ayudan al prójimo, conocen sus derechos y los exigen, tal cual lo hacen con sus deberes, con sus obligaciones.
La buena ciudadanía para Gustavo Coronel es un concepto bidimensional: acatar las reglas del vivir en sociedad… y actuar con decisión para que esas reglas se respeten universalmente y para que la comunidad prospere.
Afirma que el paso de una dimensión a la otra nos tomará al menos dos generaciones. Es decir, un logro que biológicamente es imposible que él mismo pueda ver. De allí la generosidad a la que nos referíamos al comienzo de esta nota. Lo grande es que él lo imagina, que es el paso inicial de todo logro.
El buen ciudadano activo no nace, se forma, sostiene de manera enfática Gustavo Coronel. No podría yo estar más de acuerdo, aunque entiendo que suene para muchos como manido cliché. Esa sensación se desvanece cuando nos adentramos en su propuesta, puesto que ofrece prácticas educativas exitosas en otras partes, que tienen como centro la educación en valores.
Echa mano de la necesidad de incorporar, entre otras actividades, las enseñanzas que nos deja la neurociencia para entender mejor cómo funciona el cerebro humano, que se va formando principalmente en la imitación: el mecanismo social de aprendizaje más poderoso.
La certeza de esta tesis, es aterrorizante, puesto que, con objetividad, lo que los niños venezolanos de estos tiempos han visto -y siguen viendo-, es un espectáculo desolador en lo moral y en prácticamente todas las esferas de la vida en sociedad. Imagino que este inmenso riesgo que corre su país fue uno de los resortes que lo movió a fajarse en esta notable faena.
Por lo diáfana de su propuesta, me permito reproducir uno de los pasajes más luminosos de este libro que es, en esencia, un homenaje a la esperanza como recurso para convertir al mundo que nos rodea en un espacio para vivir libres, en armonía:
Los valores que deben comenzar a enseñar entre los 3 y 7 años de edad incluyen la puntualidad, el cumplimiento de los compromisos, la responsabilidad, la capacidad de resolver problemas por sí mismo, el autocontrol, el dominio emocional del lenguaje y -muy importante- los principios éticos universales.
Valores tales como el amor por la libertad, la dignidad, la igualdad, la nobleza, la justicia, la verdad, la belleza, la manera de ser felices a través de la moderación de nuestras ambiciones, deben enseñarse de manera continua desde los 6 – 7 años hasta la edad adulta.
¿Fácil? No lo veo así. ¿Indispensable?, sí que lo es.
Me pregunto que para cuándo lo van a dejar quienes tienen mucha más vida por delante que la que tiene Gustavo Coronel al hacernos este admirable aporte, que estimo esencial para el momento de quiebre de la sociedad que conformamos los venezolanos de los 23 estados que dibujan nuestra geografía: 22 en el territorio propio. El otro, en el resto del planeta.
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*Editorial Dahbar.
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*La fotografía de Gustavo Coronel (utilizada en el montaje) es cortesía del autor, Álvaro Benavides La Grecca, para el editor de La Gran Aldea.