Jorge Rodríguez se dirige a la audiencia como si fuera un chico Forbes. Ruge como un corredor de Wall Street. Brama como bramó Elon Musk cuando exigió lo que le corresponde por el éxito de taquilla de Twitter. Jorge Rodríguez reclama con furia desbordada los 3.200 millones de dólares que están atrapados en el exterior. No le falta razón. El aullido está respaldado por un portafolio de urgentes demandas.
Según leo en el portal del Ministerio de Relaciones Exteriores, ese dinero estaría destinado a modernizar 2.300 escuelas; recuperar 8 bancos de sangre; rehabilitar y equipar 10 hospitales materno-infantiles; rehabilitar otros 21 hospitales; dotar de medicamentos y vacunas a la red de salud; recuperar el programa de atención de radioterapia; proveer medicamentos a los pacientes oncológicos; y al aumento de 432 megavatios para el sistema eléctrico del país. Es así. Textual.
Caramba: ¿Quién con dos dedos de frente puede oponerse a eso? A que descongelen los fondos. A que abran el chorro. Nadie que no sea la caterva de radicales que giran sobre su propio eje de fanatismo. Pero las cosas por su nombre. En este forcejeo que mantienen Estados Unidos y el chavismo ya se ha producido una jugada que debería interpretarse como un auténtico acto de fe. En octubre pasado, Washington entregó las joyas de la corona: Joe Biden indultó a los dos sobrinos de Cilia Flores que habían sido condenados por una corte de Nueva York a 18 años de cárcel por supuestos delitos de narcotráfico.
Caracas, cierto, liberó en contraprestación a los cinco exgerentes de Citgo y a otros dos ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, puestas las fichas en una mesa de negociación no son equiparables. Abrir el juego con una operación que llegó directo al corazón de la primera combatiente tiene mucho más peso que la liberación de los siete estadounidenses. Los jóvenes son de la estricta intimidad de Cilia Flores. Se trata de un acto de corte filial con una gran repercusión política, dado el elevado puesto que ocupa Flores en el organigrama del poder. Dudo mucho que Estados Unidos los haya entregado así nomás, en una transacción que luce asimétrica. Luce. Porque lo que insinúa es otra cosa.
Ese gran acto de fe lo que persigue es forzar la barra para que el madurismo acceda a celebrar unas elecciones medianamente competitivas. No hemos visto hasta ahora un gesto de desprendimiento equivalente al de Biden del lado del Gobierno. Y en el forcejeo, los interlocutores internacionales de Miraflores pegan por donde más duele. Por el bolsillo. Lo que, naturalmente, despierta la cólera del chico Forbes.
Es de entender: un país que padece una Emergencia Humanitaria Compleja, y de la cual han huido más de siete millones de personas, no está para que lo vacilen. Pero Washington, que corrió con el enorme costo mediático de poner en libertad a Franqui Flores y a Efraín Campo Flores, detenidos inicialmente por la DEA en Haití, tampoco está para que lo vacilen. También reclama una señal de buena voluntad de parte del Gobierno venezolano. Exige que le den la joya de la corona: un torneo electoral que abra la puerta a la alternancia.
El régimen, todavía, no ha entregado una ofrenda. Entonces, Jorge Rodríguez alza el tono. Vuelve a sacar la artillería pesada contra Estados Unidos. Fiera herida. Dios: si tan solo hubiera dicho algo cuando sus correligionarios chavistas despilfarraron sin pudor más de 300.000 millones de dólares en obras que no concluyeron, según las cuentas de la organización no gubernamental Transparencia Venezuela. Elefantes blancos aquí y allá. Réplicas del fallido Helicoide. La piñata que terminó en tragedia.
¿Y el desfalco de CADIVI? El propio Jorge Giordani, ex ministro de Planificación, habló de 25.000 millones de dólares que se adjudicaron a empresas fantasmas. Jorge Rodríguez puja por los 3.200 millones de dólares. Y por más esfuerzos que uno haga para no boicotear la posibilidad de que se logre una salida negociada al drama que vivimos, por más que uno quiera echar tierrita al prontuario contable de la revolución, los otros números salen solitos. Como ocurría con aquel personaje del cuento de Julio Cortázar que vomitaba conejitos muy a su pesar. El cuento se titula Carta a una señorita en París.
Andrée se va a Europa y le presta su apartamento de la calle Suipacha de Buenos Aires al autor de la misiva, cuyo nombre nunca figura en el relato. El inquilino padece un raro mal: pare conejitos por la boca. Los animalillos poco a poco van destrozando la delicada casa de Andrée. El inquilino le escribe, apenado. Su mayor atenuante es que se trata de algo involuntario. “Cuando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco”, le dice a Andrée.
Uno también vomita conejitos -sin querer, y a riesgo de entorpecer el diálogo- cuando escucha el lamento de Jorge Rodríguez. Dios: si el ahora jefe de la delegación del chavismo en México hubiera alzado su voz cuando, a pesar de que a las arcas nacionales entraron más de un millón de millones de dólares, y sus compañeros multiplicaron por cuatro la deuda externa. Es que no solo robaron. Es que no solo despilfarraron. Es que no solo armaron un irresponsable fiestón. Es que, para colmo, debemos 150.000 millones de dólares. Los conejitos salen sin que uno pueda evitarlo. ¿Y Andorra? El 14 de diciembre de 2017, el diario El País publicaba una nota en la que se señalaba que exministros de Hugo Chávez ocultaron 2.000 millones de euros en el Principado.
El país quedó raído como el apartamento de la calle Suipacha luego de más de dos décadas de gobierno rojo. El protagonista del cuento de Cortázar al menos tuvo la cortesía de suicidarse (según lo que se interpreta del final abierto del relato). El chavismo, en cambio, ha demostrado que carece de culpa. No va a escribir una epístola para pedir perdón. Ni se va a sacrificar. Seguiremos vomitando conejitos mientras las negociaciones avancen o retrocedan. Sacar a flote esos animalitos justo en este momento en que debe imperar la imagen botánica de la rama de olivo es a todas luces una imprudencia. Pero uno no puede controlar sus reflejos. El yo mecánico.