José Ignacio Cabrujas con la sapiencia que confiere la dramaturgia en el análisis y construcción de personajes diagnostica un perfil identitario venezolano, lo sitúa en un drama específico que arroja luces sobre la oscuridad de nuestro ¿qué somos?
“Bolet Peraza nos alertaba que a lo largo de nuestra historia, nos ha sido vedado lo sublime, el sentimiento trágico. El venezolano no asume la tragedia, porque la tragedia expresa una fe del hombre en sí mismo” (Cabrujas, 1995). El devenir venezolano como episodios es una comedia cuyas escenas son esencialmente iguales y accidentalmente distintas; actores que bajo máscaras encarnan un papel fijo cuyo desarrollo se constriñe a la comicidad:
“Así, el país que habitamos, su naturaleza escénica, sus imágenes, lo que ha creado como imagen es una picardía, un acto de sátira de sí mismo, así nos llamamos un país de humor, a veces de buen humor y otras de mal humor” (Cabrujas, 1995).
Podríamos preguntarnos a modo de hipótesis, ¿no será que nuestro drama es una tragedia asumida como comedia, todo lo cual explicaría de algún modo lo que sucede en el teatro que es Venezuela?
Cabrujas contrapone, en su análisis de personajes, a un protagonista Bolívar, “el Libertador es sublime, nadie lo describe como astuto, como pícaro, se pondera su inteligencia, su talento, su genio, es un ícono moral, es un hombre sublime” (Cabrujas, 1995) frente a un deuteragonista Páez, “este sí, el pícaro, el astuto, el mediocre, el incapaz de ponderar un sueño” (Cabrujas, 1995), siendo la Independencia, sus figuras y el decurso de la patria el punto inicial de nuestra saga.
Por ello mismo convendría apuntar que padre y patria etimológicamente convergen en una misma raíz. Esa cualidad confiere al problema de la patria el problema del padre, y viceversa. Es decir, es la cuestión misma del origen y fundamentos, lo cual apuntamos desde el principio como el problema del ¿qué somos?
Vimos pues, que nuestros arquetipos fundacionales, para Cabrujas, son agonistas cuya pugna es maniquea, generando en el imaginario sociohistórico categorías dialécticas, contrapuestas y no superadas, que en el lenguaje hegeliano de José Rafael Herrera se indica como Trennung, ruptura que supone dos términos. Nuestro principio fundamental es bífido, lo que equivale a decir que no hay principio -puesto que el principio es unario-, existiendo un movimiento reiterado de la disyunción, aut… aut, o esto o aquello. De este modo, la identidad de la sociedad venezolana siempre se asume con inminencia existencial, movimientos telúricos que derrumban toda tentativa anterior de construcción.
Así, nuestro drama responde a una ausencia, a la ausencia del padre -ausencia de la patria-. El protagonista siempre ha operado, en Venezuela, bajo los términos del Deus ex machina; todo histrión que pretende cumplir la figura de padre [ausente] personifica a un mesías, un salvador que con sus dotes, planes y cualidades, dará conclusión a la tragedia, un final definitivo en términos vindicativos, satisfaciendo a los involucrados.
Por una parte, las investigaciones sociológicas de Alejandro Moreno Olmedo apoyan nuestras anteriores afirmaciones:
“Con la madre y los hijos, la familia está completa. Por lo tanto, en este nudo-familia no hay puesto para la tercera figura del triángulo, el padre. Si para representarnos la estructura de la familia matricentrada, recurrimos a la metáfora del círculo y la circunferencia, el padre vendría a ser una tangente” (Moreno Olmedo, p. 93, 2011).
El matricentrismo es la forma en que se constituye la familia popular venezolana. “El significado central, el que fundamenta y el que impregna el todo en la familia, es la madre. Esta centralidad e impregnación –su presencia significante en todos los ángulos de la estructura- excluye cualquier otro significado” (Moreno Olmedo, p. 93, 2011).
Por otra parte, en el análisis que realiza Colette Capriles sobre la figura y el fenómeno político, en nuestra opinión, punto axial tocante a la reflexión de la historia contemporánea venezolana, de Hugo Chávez, hallamos que el ethos chavista coincide con lo que hemos sostenido anteriormente:
“La unión no es sólo una aspiración bolivariana ni en sí misma ni según Chávez; es también una obsesión nacional. Esto trae consecuencias interpretativas, puesto que este núcleo magmático de la ideología chavista coincide con una capa profunda de nuestra conciencia pública” (Capriles, p. 80,2006).
La función psicológica de la figura paterna, inexistente en el Volksgeisto Espíritu Popular criollo como vimos más arriba -coordenada interpretativa del drama-, es la operatividad normativa y la legalidad; Chávez encapsula, simbólicamente, la ausencia de padre, corroborándose con el perjurio inicial vaticinador en su toma de posesión: “juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi Pueblo que, sobre esta moribunda Constitución […]”1. Chávez es el padre y es la ley -iniciando con él una nueva legalidad-. Por otra parte, se basa en la figura de Bolívar, a modo de un continuum de legitimidad:
“El punto de partida y lo que hasta ahora parece ser una línea profunda, pero vacía, del pentagrama ideológico del gobierno chavista es, naturalmente, el “bolivarianismo”. Digo que se trata de una línea vacía porque precisamente carece de otra cosa que no sea lo que Carrera Damas ha llamado el culto a Bolívar, a sus dichos y hechos, sin que de allí derive un cuerpo doctrinario básico reconocible dentro de las referencias contemporáneas: cada una de las citas que se hace de los textos de Bolívar puede ser incorporada a cualquier estrategia discursiva que se desee, como efectivamente lo ha sido a lo largo de la historia republicana venezolana” (Capriles, p. 78, 2006).
En Chávez se operó una estructura simbólica, un totum revolutum que lo hizo, cual hipóstasis, regente-dios-padre, siendo este para la profesora Capriles (2006) el componente teológico de su populismo.
En consecuencia, surge la idea de la presencia, posibilidad permanente y reiterada, de un Edipo caraqueño -personaje y protagonista del drama-, que responde a nuestras ausencias, a propósito de la trilogía tebana de Sófocles.
A Edipo se le atribuye la transgresión de leyes primitivas que hacen operar a todo hombre: honrar al padre, a la madre y al linaje:
“Matador de mi padre no habría sido entonces ni esposo de la que me dio el ser. Ahora me odian los dioses, soy hijo de impíos, engendré una prole que es mi consanguínea. ¡Si hay un mal que supere a otro en gravedad, a Edipo tocóle!” (Edipo Rey, 1357-1366).
El primer acto de Edipo al dimensionar su desgracia, el principio de su vida trágica, fue privarse de la vista, ya que “así en lo futuro no vería sus males ni los por él causados ni a aquellos que jamás debería haber visto” (Edipo Rey, 1271-1273). La transgresión al padre tocante a la madre se sanciona, desde tiempos remotos y en muchos tipos de civilizaciones, con un severísimo castigo, como nos lo muestra el Código de Hammurabi en su ley 157: “si alguno después de su padre ha tenido comercio con su madre, ambos cómplices serán quemados”.
Esto perfila en el funcionamiento psíquico una ley fundamental, el nacimiento de la estructura de los límites, lo que se conoce en lenguaje freudiano como castración. El fatum de Edipo lo hace transgredir la misma estructura de los límites, lo hace matar a su padre, trastornando la esfera psíquica de la legalidad.
Continuando, la visión tiene una cualidad operativa, conductual; a través de la mirada somos disciplinados: “La mirada es el punto más fuerte en el proceso de subjetivación del agenciamiento […]. Se mira para felicitar, pero también para castigar; la mirada […] infunde un en sí” (Di Giuseppe, 2022). Por todo lo cual, la razón de Edipo para cegarse a sí mismo es para imposibilitar que se le discipline, abstraerse por este medio de la esfera normativa, situándose más allá de la castración, en un sentido extramoral.
Probamos de este modo la antedicha hipótesis, la presencia de Edipo en Caracas -y de sus múltiples histriones-intérpretes en el teatro que es Venezuela -asume la naturaleza de nuestras características identitarias: estamos más allá del bien y del mal y nos parece cómico.
La consecuencia principal, cual corolario, de no saber situarnos como tragedia, con su destino y vicisitudes particulares, siempre exigentes de magnanimidad, es el simulacro, la gambeta, la comba vivencial, la desgracia vivida a través del chiste, lo que Cabrujas denominó el “Estado del disimulo”.
“El concepto de Estado es simplemente un ‘truco legal’ que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del ‘me da la gana’. Estado es lo que yo, como caudillo, como simple hombre de poder, determino que sea Estado. Ley es lo que yo determino que es Ley” (Cabrujas, p. 2, 1987).
“Creo que la sociedad venezolana, y me refiero a la sociedad en el sentido de grupo humano que establece ciertos compromisos, ciertos objetivos comunes, está basada en una mentira general, en un vivir postizo. Lo que me gusta no es legal. Lo que me gusta no es moral. Lo que me gusta no es conveniente. Lo que me gusta es un error. Entonces, obligatoriamente tengo que mentir. No voy a renunciar a mis apetencias, a mi ‘verdad’. Voy a disimularla. Voy a aparentar esto o lo otro, para así poder esconderme, porque vivo en un país donde mis deseos no forman parte de la poesía […], donde la descripción que se hace de mí en términos literarios, pictóricos, es decir, en términos ‘sublimes’ pertenece a ese edificio casi teologal que es el ‘deber ser’” (Cabrujas, p. 9, 1987).
Conjeturamos que ante el enigma de la esfinge, nuestro Edipo con voz sardónica y mirada pícara respondió: “¿Cuánto es pa’ que me dejes pasar?”.
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(1)El jurista Leonardo González aclara en El juramento y la maldición de Chávezque: “… el juramento se origina en la tradición romana, teniendo un fundamento religioso en virtud [de] que, quien lo invocaba, expresaba solemnemente su compromiso en una relación jurídica, tomando como testigo a una deidad que, en dicho caso, era Júpiter, máximo dios romano, pater [padre] religioso por antonomasia”, y “… se hace necesario precisar que hay una relación íntima entre el juramento y la maldición, puesto que, siguiendo a Agamben, si se pierde la conexión entre lo que se jura como expresión formal hablada y lo que se hace con posterioridad a la sacralidad del acto, hay perjurio y, en consecuencia, una maldición”. Obtenido de https://laprotestamilitar.blogspot.com/search/label/Leonardo%20Leonardo%20Gonz%C3%A1lez%20Contreras
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Referencias:
-Cabrujas, J. I. (1987). Estado del disimulo. (Revista Estado y Reforma, Entrevistador)
-Cabrujas, J. I. (1995). La viveza criolla. Destreza, mínimo esfuerzo o sentido del humor. Obtenido de https://maquinadecafe.blogspot.com/2011/03/la-viveza-criolla-destreza-minimo.html?m=1
-Capriles, C. (enero-junio de 2006). La enciclopedia del chavismo o hacia una teología del populismo. Revista Venezolana de Ciencia Política (29), 73-92.
-Di Giuseppe, G. (2022). Los agenciamientos educativos y su no-vivencia. Obtenido de https://caracascritica1.wixsite.com/filosofia/post/los-agenciamientos-educativos-y-su-no-vivencia
-Moreno Olmedo, A. (2011). Camino de Investigación y Comprensión. Interacción y Perspectiva. Revista de Trabajo Social, 1(2), 81-104.
-Sófocles. (2011). Tragedias. Barcelona, Austral.
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