“El deseo de ser visto se disfraza, en definitiva, de intención de conocerse a sí mismo” Clément Rosset
“Existe un ejemplo muy conocido”, decía el profesor George Challenger a sus alumnos, “del proceso del devenir. Una orquídea deviene abeja y, a su vez, la abeja deviene orquídea. Eso se conoce como el devenir -abeja de la orquídea o el devenir- orquídea de la abeja. También se conoce como una plusvalía del signo, pero eso es otra historia”. El profesor Challenguer, tan provocador, empieza a ejemplificar la escena en otros cuerpos. “No existe en ningún momento un devenir-hombre. El hombre es lo más general, mayoritario, lo molar y estadísticamente primero; todo devenir es necesariamente devenir minoritario: devenir-mujer, devenir-animal, etc. Lo importante es esto, mis estudiantes: Devenir no es nunca imitar, ni apropiarse, ni convertirse; el devenir es un proceso en sí mismo, de puro cambio molecular que esquiva el presente”. Al finalizar su lección, no quedaba nada del profesor Challenger.
Pareciera que en todos lados se encuentra impresa la identidad, sea en las cosas o sea en el sujeto. Ya desde hace tiempo atrás se ha rebatido, no tanto la importancia, sino la posibilidad de una identidad real. Sin embargo, aunque la identidad en su forma conceptual se encuentra a tela de juicio, el proceso identitario de las comunidades o de los sujetos se ha fortificado. Todos pertenecen a una identidad: son hombres, mujeres, latinos, latinxs, homosexuales, afrodescendientes, etc. “Estadística o moralmente somos heterosexuales, pero personalmente somos homosexuales, sin saber o sabiéndolo, y por último somos trans-sexuados elemental o molecularmente”1. Luchan por su identidad como si fuese su propia vida, necesitan identificarse con un grupo o con un movimiento. Se han creado políticas identitarias para una mejor representación de la identidad de una comunidad, sea cual sea esta. No niegan el poder de la identidad, la abrazan perfectamente y no pueden vivir sin ella. Todos deben ser algo, nacidos desde su propia voluntad como un yo. Luego, existe conflicto entre los grupos identitarios: algunas feministas no están de acuerdo con la inclusión de las mujeres transgénero; discordia entre personas nacidas en Latinoamérica y extranjeros que, desde una raíz latina, admiten ser ellos mismos latinoamericanos; distintos grupos homosexuales reprochan la existencia de las personas bisexuales; condena de las personas de color a aquellas que son de piel más clara, aunque hayan nacido en el mismo entorno. Se encuentra una identidad y se va a la guerra por ella. Pareciera que, sin importar que la identidad conceptual esté rota, la identidad personal, afectiva, el yo autónomo que decide ser X o Y, es lo más fuerte que existe.
Gracias a un genial artículo de mi amigo Luis Marciales, publicado en La Gran Aldea, me pude acercar al filósofo Clément Rosset. Este autor posee un pequeño libro en donde reflexiona sobre el problema de la identidad personal. A grandes rasgos Rosset plantea que existen dos formas de identidad: por un lado, la identidad social, que depende de la interacción con el otro que determina lo que soy; y, por otro lado, la identidad personal que es “considerada primera y anterior con respecto a cualquier identidad social, también se la podría llamar identidad ‘pre-identitaria’ […] el yo ‘pre-identitario’ se presenta así como el verdadero y auténtico ‘yo’”2. Es muy sencillo ver en el mundo contemporáneo cualquier eslogan que diga la frase “sé tú mismo”, en llamado a una identidad pre-identitaria que se encuentra en el fondo del corazón del humano o, en el peor de los casos, alienado por un sistema de represión constante e ideológico. Lo cierto es que la existencia de ese yo pre-identitario es un espejismo, una ilusión de consistencia que nos hacemos nosotros mismos. Rosset nos muestra que la identidad social es la única que puede ser llamada “real”, mientras que la identidad personal, pre-identitaria, no es más que un vacío. Un ejemplo que el autor evoca es que, cuando alguien sufre una crisis de identidad, esto ocurre en el momento en que su identidad social se quiebra. “Cada vez que se produce una crisis de identidad, la identidad social es lo primero que se resquebraja, amenazan el frágil edificio de lo que creemos experimentar cómo el yo”3. Lo que creemos lo más seguro, la prueba inundable del ser, el yo indivisible y autónomo, no es más que un juego de espejos, entre un otro que constituye mi identidad personal y una supuesta identidad pre-identitaria que, realmente, se corresponde con la imagen que el otro posee del sujeto. La clave para encontrar al supuesto yo está, paradójicamente, en otro sujeto. “Sólo la imitación de otro permite que mi personalidad se constituya”4. Esto lo entienden perfectamente los poetas cuando, en palabras de mi amigo Pablo Alas, se entiende “a la poesía como un proceso en el que se crea una escisión entre un “yo”, previo a la escritura, y “otro yo” recién transformado por la revelación del acto poético”5. El poeta no se entiende como un yo constituyente sino como un yo constituido, a la espera de un otro que es, en este caso, la poesía.
Ahora bien, el tema tomado por Rosset explica de forma certera las antinomias del yo que se vuelven evidentes en el mundo contemporáneo. Cuando alguien grita: “yo soy X y pertenezco a Y”, cabe preguntar quién es ese yo que es X y pertenece a Y. Ese yo que grita nunca es el yo, sino algo más profundo, encontrado en primera instancia en el otro, pero, de forma más inconsciente, presente en todos lados, a saber, el deseo. Pensar simplemente el deseo como falta o como deseo del otro es reducir el problema y quedarse en lo molar; eso respondería de forma simplista la pregunta por el yo, cosa que Rosset no advierte, pero termina cometiendo. En cambio, es posible un entendimiento del deseo desde otro punto de vista, en donde lo molar queda separado de forma heterogénea de lo molecular.
De forma general, la elaboración del deseo en el hombre no responde a las órdenes de una única instancia, derivada precisamente de una supuesta identidad personal, sino que resulta de una maquinaria muy compleja, compuesta por tendencias múltiples, diversas y a menudo opuestas que Gilles Deleuze y Félix Guattari han intentado analizar6…
El mayor descubrimiento de Guille Deleuze y Félix Guattari es el inconsciente maquínico. Todo, dicen estos autores, son máquinas que se conectan, desconectan, cortan flujos y se consumen. A estas máquinas se les llaman máquinas deseantes, y el proceso por el que trabajan siempre es molecular. Cuando una máquina se usa o acopla constantemente con otra máquina se logra codificar el uso de esa máquina, por ejemplo: el pene se conecta a la vagina y cortan ambos el flujo de esperma, ahí hay una codificación sexual de las máquinas, un funcionamiento establecido. No obstante, cuando una máquina tiene conexiones nuevas, distintas a los códigos, se dice que esa máquina se descodifica, los flujos vuelan y se vuelven a codificar. Al finalizar el proceso, aparece algo que es determinado por sus acoples, a saber, el sujeto. “Viene a ser lo mismo decir que el sujeto es producido como un resto, al lado de las máquinas deseantes, o que él mismo se confunde con esta tercera máquina productiva y la reconciliación residual que realiza”7. El sujeto no es nada sin las máquinas que lo generan, y estas máquinas se encuentran en un agenciamiento que posibilita tanto al sujeto como al objeto.
El estudio de estas máquinas deseantes es el esquizoanálisis, marco teórico que no ha sido tomado en cuenta tal vez por sus enunciados descabellados o su falta de academicidad. Sin embargo, considero que este sistema de estudio es mucho más significante en tanto nos indica cómo funciona una máquina, más allá de generar una conclusión normativa o una explicación del último sentido; no se pregunta qué es, sino cómo se conecta. De esta forma el esquizoanálisis plantea el proceso de las máquinas y sus enunciados en dos polos. Por un lado, tenemos los conjuntos molares, las enunciaciones de los agenciamientos, que reducen a un binario las relaciones maquínicas que se plantean en la existencia. Y, por otro lado, tenemos los conjuntos moleculares, donde ya no existe un “Yo” unitario, que se presenta como génesis de las relaciones o agenciamientos, sino un proceso de devenir maquínico que se expresa mediante las conexiones y cortes de flujos dentro de ese mismo agenciamiento.
Deleuze y Guattari son muy explícitos en que el amor por lo molar se convierte necesariamente en paranoia; es decir, que cuando el proceso de acoplamiento de máquinas es dejado atrás, abandonado en favor de relaciones binarias o de excluyentes, es fácil la confusión de las relaciones reales de las maquinas, lo que hace que, de alguna manera, se luche por la esclavitud como si fuese nuestra libertad. Las luchas identitarias, incluso cuando carecen de esa identidad, se mantienen en esos procesos molares. La filósofa Rosi Braidotti, a pesar de ser una heredera de Deleuze, falla aún en su planteamiento cuando anuncia que “necesitamos elaborar colectiva y socialmente una nueva política del lenguaje: mitos y figuraciones políticas para representar este tipo de subjetividad que denominare nómade”8. Cuando las luchas se mantienen en el polo molar, y se deja intacto lo molecular, la cosa por la que se lucha (en este caso la identidad) se convierte en una simple mercancía con todo su carácter fetichista. Podemos nombrar todo lo que queramos, pero el proceso no va a cambiar, es un intento inútil de representar lo no representable. La identidad, siguiendo el tratamiento de la conciencia según Nietzsche, se vuelve reaccionaria, una fuerza reactiva dominada por el mercado. “La conciencia nunca es conciencia de sí mismo, sino la conciencia en relación a ello. […] La conciencia nace en relación a un ser superior, al cual se subordina o se incorpora […] La conciencia es esencialmente reactiva”9. Además, si se apela por una suerte de afirmación del yo, eso no deja de ser reaccionario. “El argumento de la experiencia reservada es un mal argumento, además de reaccionario”10. Lo importante de esta distinción propuesta por el esquizoanálisis deriva en que lo molar y molecular posibilitan de nuevos espacios extralingüísticos que dan una posibilidad real de cambio. Podemos siempre hablar de una cosa, darle nuevos nombres, cantar nuevas palabras, pero la máquina, si se sigue conectando con lo “mismo”, no va a cambiar. Acá no se trata de crear algo nuevo al sentido de generar nuevos enunciados dentro de una ciencia particular, sino de ver cómo las máquinas funcionan a nivel molecular y así saber que, al final, nada de eso posee una trascendencia, sino una real inmanencia que fluye y deviene, verdaderamente esquizofrénica. Si queremos cambiar a través de los conjuntos molares entonces no hacemos nada; seguimos inventando nombres para prácticas que ya de antaño fueron codificadas y no se resuelve, seguimos interpretando las palabras que no poseen efecto dentro de los procesos maquínicos (ya que son a-significantes), se busca la justicia con palabras, pero lo molecular no responde. Se cree que se está creando algo nuevo, pero realmente se mantiene una mirada paranoica, afirmando que las cosas, aunque puedan cambiarse, deben mantener una raíz o punto fijo.
Al analizar el problema de la identidad de género desde el esquizoanálisis se evidencia que desde lo molar todo se reparte de forma binaria: Hombre-mujer. Las distintas formas de enunciación de las relaciones humanas se mantienen desde lo molar, teniendo ahora una gama extensa de enunciados que envuelven al sujeto dentro de un determinado agenciamiento; se tienen a homosexuales, lesbianas, bisexuales, pansexuales, etc. Estos conjuntos son presentados en nuestra contemporaneidad como slogans de identidad, que necesariamente devienen en mercancía; se compra lo que pertenezca o es destinado a mi identidad. Ahora bien, desde lo molecular hay N sexos, que escapan de toda enunciación, de toda codificación, de todo carácter de intercambio. La rigidez y amor a lo molar es síntoma de paranoia; si, en cambio, se deja que las maquinas experimenten el sexo no humano, sus devenires a nivel molecular, la esquizofrenia se muestra con fuerza.
El esquizoanálisis debe alcanzar el sexo no-humano. […] al nivel molecular del esquizoanálisis o del inconsciente delirante es imposible reconocer a un hombre o a una mujer. Y no en virtud de una bisexualidad -lo que no nos ayudará a salir de la representación antropomórfica-, sino en virtud de otra cosa; de los N pequeños sexos. En la representación antropomorfa hay hombres y mujeres, a nivel del sexo no-humano no los hay11.
Ahora cabe preguntarse: ¿Qué hacer? Por lo visto hay que dejar la identidad, arrojarla y destruirla. El teórico Andrew Culp tiene razón cuando ataca el movimiento de sujeción fija, a la identidad de género, y llama a una desarticulación del sujeto molar. “El sujeto debe ser mencionado con desdén como la simple suma de los hábitos de un cuerpo, la mayoría de los cuales están ordenados para evadir el pensamiento”12. No obstante, el proceso de desintegración no es nunca una tarea que se pueda completar. Deleuze y Guattari explican que el polo más distante de la descodificación esquizofrénica es, finalmente, la desintegración del propio sujeto. Además, por más que se quiera alcanzar ese punto, el único resultado es la muerte del sujeto, el grado 0 de intensidad. En cambio, Deleuze y Guattari proponen una constante experimentación de los procesos del sujeto, a nivel molecular. Un devenir constante que esquiva los códigos mercantiles y hace trabajar a las máquinas. Aquí Braidotti tiene razón al afirmar que “necesitamos una identidad, pero no una identidad fijada, válida para todos los tiempos. Necesitamos puntos parciales de anclajes”13; en otras palabras, es necesario tener una casa a la que volver, pero entrar en contacto con el cosmos y el caos a nivel molecular es el movimiento intensivo, impulsado por el deseo, que es capaz de generar un verdadero cambio. El deseo no es la carencia de algo, es la producción y conexión de las máquinas; el deseo es creador.
Devenir es, a partir de las formas que se tiene, del sujeto que se es, de los órganos que se posee o de las funciones que se desempeña, extraer partículas, entre las que se instauran relaciones de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, las más próximas a lo que se está deviniendo, y gracias a las cuales se deviene. En ese sentido, el devenir es el proceso del deseo14.
La política de la identidad o los que se expresan a través de una identidad fija no son tan diferentes a los fascistas que aman el poder. Es necesario un devenir-mujer del hombre, una experimentación con los N pequeños sexos. La máquina pene tiene N conexiones no jerarquizadas, siempre en busca de nuevas máquinas deseantes y nuevas conexiones. De esta manera se trabaja de forma musical. Sumado a esto, el análisis esquizoanalítico proporciona nuevas herramientas para entender la realidad política a través del deseo y sus conexiones moleculares. El sujeto debe desarticularse, escapar de los códigos, destruir antes de crear y, si falla este escape, se convierte él mismo en aquello que deseaba desintegrar.
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(1)Gilles Deleuze &Felix Guattari, Anti-Edipo (Barral Editores, 1972), p.76.
(2)Clement Rosset, Lejos de Mí: Estudio sobre la Identidad. (Marbot Editorial, 1999), p.3.
(3)Ibid, p.6
(4)Ibid, p.18
(5)Pablo Alas, Apuntes sobre la poética y la actitud crítica: ¿Poesía es crítica? (La Gran Aldea, 2022) https://lagranaldea.com/2022/12/11/apuntes-sobre-la-poetica-y-la-actitud-critica-poesia-es-critica/
(6)Clement Rosset, Lejos de Mí: Estudio sobre la Identidad. (Marbot Editorial, 1999), p.40.
(7)Gilles Deleuze &Felix Guattari, Anti-Edipo (Barral Editores, 1972), p.25.
(8)Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade (Editorial Gedisa, 2004), p.70.
(9)Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía (Anagrama Editorial, 1967), p.60-62.
(10)Gilles Deleuze, Conversaciones (Editorial Pre-Textos, 1990), p.17)
(11)Gilles Deleuze, Derrames: Entre el Capitalismo y la Esquizofrenia. (Editorial Cactus, 2021), p.162.
(12)Andrew Culp, Dark Deleuze (University of Minnesota Press, 2016), p.32. Traducción realizada por mi persona.
(13)Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade (Editorial Gedisa, 2004), p.71.
(14)Gilles Deleuze &Felix Guattari, Mil Mesetas (Editorial Pre-Textos, 1980), p.275.
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Referencias:
-Pablo Alas, Apuntes sobre la poética y la actitud crítica: ¿Poesía es crítica? (La Gran Aldea, 2022) https://lagranaldea.com/2022/12/11/apuntes-sobre-la-poetica-y-la-actitud-critica-poesia-es-critica/
-Andrew Culp, Dark Deleuze (University of Minnesota Press, 2016).
-Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade (Editorial Gedisa, 2004).
-Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía (Anagrama Editorial, 1967),
–Conversaciones (Editorial Pre-Textos, 1990).
–Derrames: Entre el Capitalismo y la Esquizofrenia. (Editorial Cactus, 2021).
-Gilles Deleuze &Felix Guattari, Anti-Edipo (Barral Editores, 1972).
–Mil Mesetas (Editorial Pre-Textos, 1980).