Hablar de Rómulo Gallegos escritor es necesariamente hablar de Venezuela. No se trata en este caso de un simple principio hermenéutico, que reclame la puesta en contexto -histórico, geográfico- de sus ensayos, novelas y cuentos. Eso ocurriría también con Teresa de la Parra, Mariano Picón Salas o Arturo Uslar Pietri, por mencionar algunos de los nombres más destacados en nuestras letras. Pocos textos literarios habrá, si acaso alguno, que se aproximen a la característica irrealidad de las matemáticas. Lo universal en literatura no se opone a lo concreto, sino a lo parroquiano, estrecho, pueblerino. Aquello que toca hondamente lo humano puede ser universal, como lo son Cervantes, Shakespeare o Dostoievski que, sin embargo, son quintaesencia de lo español, lo inglés o lo ruso2. En el caso de Rómulo Gallegos, la necesidad deriva de que su literatura está trenzada con el proceso del país: sus letras -podemos decir- se inscriben, como elemento y como factor causal, en el llegar a ser de nuestra democracia en la vida de la República.
Por lo pronto, tal fue su propósito, como lo refiere en el hermoso y significativo texto de su rendición de cuentas:
Por haberle dado a las mías esforzada ocupación en los duelos y quebrantos de mi pueblo, por haber tratado de explorar la raíz enferma de donde nos proviniera tanta hoja marchita en las ramas de la esperanza, por haber explorado también los horizontes por donde pudiese aparecer anuncio de tiempo mejor, fue por lo que me buscaron a mí mis compatriotas cuando se necesitó encabezar una buena empresa con un hombre que inspirase alguna confianza3.
Esa declaración nos trae, desde luego, a la intención realista: el deseo de conocer y, sobre todo, de representar en sus letras la realidad nacional: el paisaje, las costumbres, el alma de la raza. En ello, no cabe duda, tuvo éxito. En especial, logró crear figuras que tomaron valor de símbolo. Lo acompaña quizás en tan impresionante resultado del esfuerzo creador el poeta Andrés Eloy Blanco, de tal manera que junto a Doña Bárbara podemos evocar a la Loca Luz Caraballo u oímos hablar de esos angelitos negros que van comiendo mango por las barriadas del cielo.
Pero más allá de la intención realista, Gallegos se propone la construcción de un discurso civilizador. Se propone -tomando palabras suyas en 1912- “darle al pueblo estos principios que constituyen el sentido de las naciones”4. Es decir, se sitúa frente a una tarea esencial, permanente, en la construcción y vigencia de la democracia como forma de vida en la sociedad organizada.
Una sociedad tiene su núcleo vital en la común creencia acerca de lo bueno y de lo malo, acerca de aquello que constituye y realiza la humanidad del hombre, su significado, su valor en el mundo y ante el misterio de la existencia. Y esta comprensión se expresa en símbolo, en rito, en norma. Articula un orden de justicia en el cual cada uno pueda lograr lo necesario para realizar su persona. La salud de una sociedad depende pues de la patencia de ese sentido hondo que constituye la verdad de su orden. Y la normalización del diálogo hasta el disentimiento, que le pertenece como una de sus posibilidades cotidianas, sobre la base de ese tejido que da cuerpo a la sociedad, resulta condición indispensable de la forma democrática, donde cada ciudadano vale por sí mismo.
De aquí su tránsito, casi insensible, a la política. Gallegos, escritor, maestro, habrá de encabezar un movimiento popular, acceder incluso a la Presidencia de la República. Oigamos su propio recuento5:
Yo escribí mis libros con el oído puesto sobre las palpitaciones de la angustia venezolana y uno de ellos fue leído dentro de las cárceles donde se castigaba con grilletes y vejámenes la justa rebeldía de los jóvenes de hace veinte años [escribe el año ‘49] contra la tiránica barbarie que oprimía y deshonraba nuestro país y fue por obra de esa lectura que, más tarde, en ocasión propicia, algunos de aquellos ya enfrentados con responsabilidades de hombres hechos y derechos, se me acercaron a reclamarme:
–Se te necesita ahora en el campo de la acción.
Habían sido, además, discípulos míos, los más de ellos y en retribución de la enseñanza recibida me condujeron, ellos entonces, a mi aprendizaje mejor; que tanto más se pertenece uno a sí mismo cuanto más tenga su pensamiento y su voluntad, su vida toda puesta al servicio de un ideal colectivo.
Y héteme ya préstamo de las letras a la política, sin plazo fijo de devolución total…
¿Fracasó quizás en este nuevo empeño? El derrocamiento de su gobierno, a los nueve meses de inaugurado, podría conducir a esa conclusión. Pero hablamos hoy de sus letras y del significado que han podido tener en la vida del país. Y hemos de comprender, viéndolo más en detalle, el valor de ese discurso que ya era acción y que, lejos de fracasar, tuvo -a mi juicio- una eficacia decisiva.
2
En el vocabulario de Rómulo Gallegos, dolor de patria es una expresión recurrente, en particular en esos textos de madurez en los que, con mirada retrospectiva, evoca la formación de su carácter y el de sus compañeros. Así, dirá “al otro superviviente de unas contemplaciones ya lejanas”6:
Allá quedaron mis actos y mientras se los analice y se me juzgue, yo puedo asomarme sin remordimientos a mi camino de antes, como estoy haciéndolo, a mirar hacia donde quedaron sobre una cumbre de monte, alimentando con hermosura de paisajes su dolor de patria, aquellos cinco de una misma posición ante la vida.
¿Por qué dolor de patria? Tres aspectos -me parece- encierra la expresión, que hemos de desplegar. Primero, el motivo: duele ver a la patria en su miseria: “Vastas regiones desiertas, viejos pueblos tristes…”7. Esta realidad, sin embargo, se le hace punzante al “alma contemplativa” que no solo se duele por la situación presente de su patria sino que, ante la belleza del paisaje, siente doblemente la miseria de lo humano. Si lo bello ha sido siempre aguijón del alma y despertador de la infinita nostalgia de nuestro ser, su contraste con lo depauperado del hábitat humano hace que este se experimente como más doloroso aún. Porque tal belleza encierra una llamada a la plenitud y, como tal, agudiza la frustración. Es triste, diríamos, ver esta hermosa tierra nuestra empobrecida, desierta. En tercer lugar, precisamente eso doloroso es lo que impulsa a la acción para ponerle remedio. Así, amor a la belleza contemplada de la tierra propia, conmoción ante la miseria de su gente y actitud decidida a poner manos a la obra forman estrecha unidad y están en el núcleo de la actividad del maestro, primero literaria, luego directamente política.
La desolación, sin embargo, no es el resultado de alguna fatalidad, de clima o de raza. El diagnóstico se condensa en una palabra: barbarie. Barbarie que es, sin duda, ignorancia, falta de cultivo; pero sobre todo es dominio de la fuerza, violencia8 repetida que se hace al cuerpo social y lo desarticula, lo empobrece, casi lo desintegra: [un] “largo período de involución hacia la barbarie que venía siguiendo el país, casi desde los comienzos de la República, y que culminó en Juan Vicente Gómez por razón natural”9. De esta manera, estas tierras nuestras -“Las tierras de Dios”- no dejan de ser “tierras propicias al bárbaro brote, tierras que vuelcan el fondo del alma y abren la jaula a los pájaros negros de los torvos instintos” aunque, por ello mismo, sean “buenas también para el esfuerzo y para la hazaña”10.
Agravada por nuestra experiencia histórica, con el peso de una verdadera tradición negativa, Gallegos está sin embargo ante una constante de la condición humana, esos pájaros negros de los torvos instintos que pueden predominar en la vida de la persona y de la sociedad, provocando su ruina:
Y es que pasa con las naciones lo mismo que con los individuos. Nuestra experiencia personal nos está demostrando a cada paso cómo es débil el poder de las ideas sobre la conducta, nuestra vida cotidiana no está regida por los principios de la moral que profesamos, sino por nuestros sentimientos, por nuestras pasiones, hasta por nuestros impulsos momentáneos11.
Para la barbarie solo ve un remedio, de acuerdo con la famosa antítesis: la civilización. Civilización que de alguna manera encarna Europa, pero esta vista no como un depósito de formas de cultura que hayan de trasladarse sin más al nuevo mundo, sino en su significación ideal. Europa representaría -en tal visión- “el espíritu de la civilización moderna que conduce al engrandecimiento por el camino de la ciencia”12.
Sin embargo, esta profesión de confianza en el espíritu de la modernidad (todavía no han ocurrido las dos grandes guerras ni los campos de concentración nazi), cuyo sentido es inequívoco, por fortuna no le hace perder de vista lo que corresponde en forma inmediata a su experiencia. Retomando, pues, la consideración de las pasiones en la determinación de la conducta, apuntará:
Pero si es cierto que los principios no tienen sobre nosotros sino un poder muy restringido, mientras que nuestros estados afectivos lo tienen omnímodo, no lo es menos que está a nuestro alcance asegurar a las ideas directoras de la vida moral una fuerza y una cohesión capaces de crear, fortificar, atenuar o destruir los estados afectivos, y ello por medio de una voluntad superior: el místico y el héroe son la demostración13.
Considerada en la vida del pueblo, la barbarie como situación y como desafío plantea dos cuestiones entrelazadas. Ante todo, la cuestión del pesimismo que la situación engendra -“tanta hoja marchita en las ramas de la esperanza”-, con su oscura gravitación sobre nuestra conducta: ¿podremos alguna vez los venezolanos vencer el bárbaro brote, esos torvos instintos, las pasiones que una y otra vez se apoderan de nosotros? Con ese problema, unido a él, está la cuestión misma de la forma civilizada que hemos de lograr, la cual ha de ser también expresión de lo propio para tener eficacia. Porque
…lo que se requiere es un trabajo de canalización. Hoy corren desbordadas estas fuerzas del instinto como ríos salidos de madre o mejor dicho, como torrentes nuevos que aún no hubieran ahondado con su propia fuerza el cauce refrenador de su curso, pero mañana, cuando les hayamos construido canales regulares se deslizarán por ellos aguas claras y sosegadas, a cuyas orillas se pueden plantar sin peligro villas y plantíos14.
Las imágenes utilizadas variarán: habla de canales, de cauces; pero también de una “valla y control de la barbarie, ciudadela de cien puertas francas hacia la democracia, en cuyo recinto deponga sus ímpetus el instinto montaraz”15.
Se trata, pues, de alcanzar el orden humano de la vida, de fundar la convivencia social en paz. No de imponer una forma cualquiera, que resultaría artificial y en definitiva ineficaz. Que nos dejaría de nuevo a merced de la barbarie. Oigamos cómo, por boca de Cecilio el viejo, nuestro autor pasa juicio sobre la Colonia en su novela Pobre Negro:
La colonia, con su espíritu de orden, y, por consiguiente, jerárquico, no la produjo este suelo, sino que la toleró trasplantada, solamente. Era un jardín de plantas exóticas, muy bien trazado, muy apacible, muy señorial –¡todo lo que se quiera!–; pero postizo y por lo tanto precario. Y más aún por ser un jardín de casa pobre. En cambio, lo que esa guerra [de la Independencia] puso en pie es lo genuinamente nuestro: la democracia del campamento, el mantuano junto con el descamisado comiendo del mismo tasajo, el señorito Bolívar codo a codo con el Negro Primero. El “aquí semos todos iguales”, el “sobre yo, mi sombrero”, el empuje, la garra, el desorden. ¡Nuestro Señor el Desorden! ¡Bendito sea! Porque demuestra que este pueblo está vivo. Los que todavía se empeñan en conservar o replantar aquel jardincito [no ha comenzado todavía la guerra federal cuando habla el personaje] son los muertos, las almas en pena de la superstición popular que se aparecen remedando lo que en vida hicieron mal. Hay que echarles el requiescat in pace, para que desaparezcan a sus limbos y le dejen la tierra al Gran Sembrador16.
Pero, ¿cómo producir ese orden social, que nos permita superar la barbarie? A buen seguro, ese Gran Sembrador de Nuestro Señor el Desorden no será capaz de engendrarlo, como sí puede acabar con lo que había. Por todo lo dicho, resulta claro que se trata de dar forma a la sustancia misma de una nación ya inclinada a la democracia, entendida esta como fenómeno social, como una “universal aspiración de igualdad”17. Ello, para ser legítimo y duradero, habrá de tomar la correspondiente forma política.
Para llegar allí, sin embargo, se requiere la conducción de los que mejor han comprendido el problema, también por su dolor de patria18. Ellos habrán de fundar el consenso, poniendo por delante el imperio de la ley y el sentido de la justicia. Nada se hará sin su mediación. De esta manera, la sociedad alcanzará el vigor de los principios en y a través de la voluntad de sus conductores. Pero la tarea ha de hacerse patente a todos, en lenguaje que a todos llegue. Rómulo Gallegos encontró su voz en el lenguaje concreto y simbólico a la vez de sus novelas.
3
Su primera novela “optimista” es La Trepadora, de 1925, que abre el ciclo de sus mejores cuatro novelas: La Trepadora, Doña Bárbara, Cantaclaroy Canaima. Novelas de lectura imprescindible para quien quiera conocer al autor; novelas de éxito inmediato y presencia duradera en las letras venezolanas, donde ha quedado plasmado un testimonio de la vida del país. ¿En qué sentido puede calificarse de optimista a La Trepadora y qué propone ahora Gallegos a la nación?
El contraste barbarie-civilización toma aquí la figura de Hilario Guanipa, fuerte, montaraz, con energía para construir, pero a quien pueden perder sus peores impulsos; y Adelaida Salcedo, cuya “silenciosa dulzura” fue compuesta -confiesa- “con tiernos recuerdos de la infancia”; que realiza ese “tipo de mujer de fina clase espiritual en quien se complacieron las modalidades sociales de una época de mi país”19.
La contraposición se va a resolver con lo que José Santos Urriola acertadamente llamó “un esquema de conciliación”, esquema que sin duda “se repite desde 1925 hasta los últimos días del Gallegos novelista, en México”20. Al decaer su fuerza creativa, como le ocurre en sus novelas del exilio en Cuba y México21, este “esquema” destinado a “garantizar el proceso sin sobresaltos”22, se transforma quizás en una solución casi mecánica de los conflictos. Pero aquí, en La Trepadora, tiene el valor y la eficacia de un descubrimiento auténtico. Dice:
Yo no he querido hacer en La Trepadora un planteamiento de lucha de clases sociales [estamos a comienzos de los años veinte], con partido tomado, sino una pintura de formación de pueblos, que puede realizarse con alegría si se procura con bondad23.
He aquí la expresión clara, a la cual hemos de atender con cuidado: ha querido hacer una pintura de (i) Formación de pueblos, que (ii) Puede realizarse con alegría (iii) Si se procura con bondad. Formación de pueblos, esto es, civilización entendida como actividad aún más que como resultado: no Hilario con su fuerza, su brusquedad, y Adelaida -en su frágil finura- juntos, sino el surgimiento de Victoria Guanipa que es triunfo, superación. Formación que traduce bien su experiencia de maestro y que “puede realizarse con alegría”, con ese sentido optimista de la transformación cuando -la condición es indispensable- “se procura con bondad”.
Gallegos nos ha dado, pues, su convicción hecha ahora trama de novela, hecha símbolo. Ha descubierto el sentido de su misión. Si pensaba que la tarea correspondía a los individuos egregios, ahora, al encontrar su voz propia, ha comenzado a realizarla y con un alcance que no podía anticipar. Urriola declara:
…pocos hombres de letras tendrán tanta fortuna como Rómulo Gallegos. Entre nosotros, con toda seguridad, ninguno alcanzó jamás un éxito semejante. Al punto que la elección de Gallegos como Presidente de la República y los vistosos festejos con que se rodea su ascensión al poder, revisten un carácter simbólico –casi la inauguración de una nueva era– lleno de connotaciones literarias24.
Basta evocar a Doña Bárbara para medir de algún modo esa eficacia de sus letras.
4
La tarea de formación -de personas, de pueblos- que puede realizarse con alegría, sin ceder al pesimismo, tiene, decíamos, una condición necesaria que es, al mismo tiempo, una clave en la vida de nuestro autor. Él nos dijo: si se procura con bondad.
Así, la construcción de un discurso público civilista, que haga posible la democracia, está ligada a esa condición, en un doble sentido: la presupone, primero; luego la expresa y la realiza en la sociedad.
Por lo pronto, cuando habla del ascenso de Hilario Guanipa, señala: “No se me malogró, pues, tristemente, mi dulce Adelaida entre las manos garrudas de Hilario Guanipa, sino que, antes bien, estas, de tanto oprimir y exprimir aquella ternura, olvidaron aspereza y aprendieron suavidad”. Y no se malogró, explicará enseguida: “no puede malograrse lo que bien asentado esté, de lo fino y delicado, en el corazón venezolano, porque en los momentos transitorios de las prisas con que los pueblos quieran abrirse sus caminos, parezcan vacilar los fundamentos de la obra espiritual”25.
Es en ese mismo texto, de su exilio en Cuba, cuando al evocar los personajes femeninos, tan conspicuos de sus novelas, nos expone como de pasada lo que habría de ser la clave de su actividad. Habla de su madre26:
Del maternal arrimo de la primera me separó temprano la desventura de su muerte, pero fue tanta la ternura con que trató de formarme corazón aquella dulce y silenciosa Rita Freire de Gallegos, que se consumió pronto en la concepción y en la crianza de sus hijos, que no podía reservarme la vida contratiempos, fracasos ni desengaños que me enturbiasen la emoción original de la bondad.
Las palabras resultan inequívocas: se trata de la emoción original de la bondad. Bondad como afirmación ante la existencia. Bondad como actitud que se despierta en una emoción; que, cuando es original -primera, temprana, del origen-, forma el corazón. Por otra parte, es una actitud que más allá de nombres y adjetivos en apariencia débiles -‘ternura’, ‘dulce’, ‘suavidad’, ‘fino’- se revela de una consistencia increíble, capaz de atravesar contratiempos, fracasos y desengaños. Capaz, al mismo tiempo, de moderar el impulso violento. Hilario Guanipa, al acecho de Nicolás del Casal, se conmueve al ver en el retoño el rostro de su propio progenitor. Y a Doña Bárbara le brilla una estrella en la mira del fusil cuando va a matar a Marisela para afirmar el dominio de la violencia; y se detiene, se abre a lo bueno, cambia de rumbo.
Esta radical actitud ante la vida nace, pues, en Gallegos de una persuasión profunda, que sus contemplaciones alimentan y refuerzan27. Porque son contemplaciones de la belleza del paisaje, que lo aseguran de la bondad de lo real; pero también de nobles acciones humanas, que lo conmueven y comprometen. Recuerda un episodio significativo28:
–Lo solicita ahí una señora –díceme alguien otro día, estando yo en cumplimiento de obligaciones de mi partido, por Venezuela adentro, en campaña electoral.Me levanto a atenderla. Me esperaba en el zaguán y era una mujer del pueblo –de nuestro pueblo, Julio Horacio– limpiamente negra, con aspecto de eficaz trabajadora doméstica y mirada de buen ser humano. La retina fija en mis ojos con escrutadora dignidad, nada me dice durante largo rato, luego se le empaña de humedad la emoción y cuando ya espero el pedimento de algún auxilio para alguna de sus muchas y apremiantes necesidades de clase y condición, murmura con entrecortada voz:
–Bueno. Ya puedo irme porque ya lo conocí.
La creación es buena, el ser humano es capaz de bondad, la vida de la persona en la sociedad ha de estar fundada en lo bueno y realizarlo. La bondad se hace entonces activa: procura poner remedio a las deficiencias y enfermedades. Sobre todo, se descubre como más fuerte que la violencia, aunque -confiará Andrés Eloy Blanco a su hijo en el Coloquio bajo el laurel– “para poseerla, precisa ser valientes”29.
Es esta bondad la que funda el respeto por lo humano y sin ella la sociedad decae hacia nuevas formas de opresión. Poseído de la experiencia, que se ha afirmado en su alma, Gallegos la llevará a los demás con la trama de sus novelas. Sus letras por ello no serán meras palabras; tendrán la capacidad de suscitar en sus lectores la misma emoción, para iluminar así las vicisitudes de la vida en estas tierras venezolanas. Cito de nuevo a Urriola30:
De esa manera, Gallegos, independientemente de sus valores artísticos, se convierte en una especie de evangelio y vademécum para millares de venezolanos (…) las novelas de Gallegos, suplieron formas de la instrucción política que entonces no se permitían.
Y a estas apreciaciones, de una realidad conocida de primera mano, añade Urriola este muy significativo testimonio:
En el vocerío de la lucha partidaria o entre el silencio ominoso de la dictadura, el texto de Gallegos es citado como un pasaje de la Biblia, para confortarse el corazón y para vaciarlo de amarguras, para bendición de los propios y anatemas al contrario31.
Es patente, por lo leído, que los “valores artísticos” mencionados por Urriola tienen que ver con el estilo y las técnicas de expresión. Pero, ¿qué mayor arte ni más consumado que el de prestar voz a los sentimientos de sus oyentes, de sus lectores? Sobre todo porque, como puede constatarse, en tal expresión se renueva la experiencia de la bondad y de su posible imperio en la conducta.
El punto es de la mayor importancia y no ocurre por azar. En la estructura de la vida humana, la narración de lo acontecido es ingrediente esencial para discernir el significado y el valor de nuestras acciones. Nuestra vida es biográfica, esto es, exige su propia comprensión, con la del contexto en que transcurre. Cuando un escritor acierta en la expresión de algo que nos atañe a todos, le da voz a nuestras experiencias y sentimientos. Revela, pues, lo que nos ocurre y cataliza nuestra propia expresión. Su palabra se hace, en tal sentido, profética.
La voz de Gallegos, sus letras, ha sido entonces la de un maestro, suerte de profeta y pedagogo a un tiempo. Nos ha ofrecido una interpretación esencial de la vida del país, de la naturaleza de sus conflictos y del principio de su solución. En la obra de Rómulo Gallegos, Venezuela encontró la palabra que, en hora menguada de la conciencia nacional, le redescubrió el valor de su ser, anunciando con ello un destino mejor, que contribuyó a hacer posible.
Lo que nos es dado contemplar en esta experiencia histórica de la obra de nuestro máximo novelista nos invita hoy a la restitución del discurso público civilista, veraz y afirmativo. Para ello, en la literatura como en la política ha de alentarnos el respeto por el ser humano, por su dignidad. Así podremos volver a poner delante de los ojos y del corazón lo valioso venezolano.
No se han cerrado los horizontes de la esperanza, esa esperanza que Rómulo Gallegos vio simbolizada en la infinita llanura venezolana. Porque lo que fue posible, aún lo es. Nos corresponde a nosotros realizarlo.
(1)Versión abreviada del ensayo con el mismo título recogido en la segunda edición de Educar en Venezuela, Caracas, 2022.
(2)Es una observación de T. S. Eliot al hablar de la “American Literature and the American Language” en: To CriticizetheCritic and OtherEssays, London Faber, 1978.
(3) “Rendición de Cuentas” en: Una posición en la vida, vol. 2 de la edición por Centauro, Caracas, 1977, p. 105.
(4) “Necesidad de valores culturales” en: Una posición en la vida, cit., vol. 1, p. 104.
(5) “Mensaje al otro superviviente de unas contemplaciones ya lejanas” en: Una posición en la vida, cit., vol. 2, p. 96.
(6)Ibíd., p. 98.
(7)El Forastero, primeras líneas. Obras completas, tomo II, Madrid, Aguilar, 1969, p. 645.
(8)Escribe: “Hay dos formas de violencia, que hacen imposible el vivir. La violencia contra el cuerpo: necesidades insatisfechas, prisiones, destierros, torturas, vejámenes; y la violencia contra el espíritu: impedir la libre manifestación de la personalidad y crear esa atmósfera de inseguridad y amenaza, que, planteando el dramático conflicto entre la dignidad y la conveniencia, induce al relajamiento de las virtudes cívicas y lleva a la desmoralización y envilecimiento de los espíritus”. Ver “Soy un hombre que desea el orden”, en: Una posición en la vida, cit., vol. 1, p. 147.
(9)Ibíd., p. 150.
(10) “Las tierras de Dios”,Ibíd., p. 119.
(11) “Necesidad de valores culturales”, cit., pp. 93-94.
(12)Ibíd., p. 86.
(13)Ibíd., p. 94.
(14)Ibíd., p. 97.
(15)Ibíd., p. 101.
(16) “Nostalgias y pedagogías”, Pobre Negro, en: Obras completas, cit., tomo II, pp. 388-389.
(17) “Necesidad de valores culturales”, cit., p. 99.
(18)Ibíd. Ver lo que dice de la influencia del individuo, pp. 96-97.
(19) “La pura mujer sobre la tierra”, en: Una posición en la vida, cit., vol. 2, p. 118.
(20)José Santos Urriola, Rómulo Gallegos y la primera versión de El Forastero, Caracas, Centauro, 1981, p. 45.
(21)Recuérdese que el título de Tierra bajo los pies iba a ser La brasa en el pico del cuervo. La novela de Cuba se llama, como sabemos, La brizna de paja en el viento.
(22)Urriola, cit., p. 45.
(23) “La pura mujer sobre la tierra”, cit., pp. 122-123.
(24)Urriola, cit., p. 46.
(25) “La pura mujer sobre la tierra”, cit., p. 122.
(26)Ibíd., p. 113.
(27) “Mensaje al otro superviviente de unas contemplaciones ya lejanas”, cit., passim.
(28)Ibíd., p. 97.
(29)La estrofa completa dice:
Tú eres el hombre, hijo, de la hora esperada,
Pero, si has de creerme, la bondad es lo cierto,
Y para poseerla, precisa ser valientes;
La bondad es lo dulce del valor y el respeto.
(30)Urriola, cit., p. 39.
(31)Ídem.