Luego de que en diciembre de 1960 la huelga de peloteros obligara a la primera suspensión de un torneo de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP), la pelota en el centro del país retomó su rumbo en la temporada 60-61. Empezaba una nueva década, y en cierta forma una nueva era para nuestro béisbol, que poco a poco iba dejando atrás a las primeras grandes figuras de la especialidad para dar la bienvenida a una nueva generación.
Entre tantos hitos que ilustran este hecho podemos nombrar el retiro de toda actividad peloteril del “Patón” Carrasquel (1959), pionero criollo en Las Mayores. También, un año atrás, en 1958, el último héroe del ‘41 había colgado el guante como jugador activo. Se trataba del lanzador Julio Bracho, que luego de una carrera en la LVBP con el Caracas, tuvo una ausencia de cuatro años para regresar con el Pampero en la 57-58 y jugar su última temporada. Tras de sí dejaba una historia de éxitos y marcas admirables, como el balance de 28 victorias y 8 derrotas en 104 juegos lanzados, con 26 aperturas y 10 juegos completos en sus doce años en la Liga. Por cierto, 19 de las 28 victorias de Bracho fueron ante el Magallanes. Y esos números son solo en la LVBP. La carrera de Julio es rica en logros antes de que la Liga fuese creada: Campeón mundial en el ‘41, ‘44 y ‘45, jugador fundador del Cervecería y luego de la mismísima LVBP, donde se convirtió en el lanzador que propinó en primer blanqueo en su historia. Y esa es precisamente la era que en buena medida quedó atrás en los ‘50, mientras que una nueva camada de jugadores élite llegaba a la palestra de la pelota, y sucedían hechos emblemáticos como el regreso del nombre “Magallanes” al escenario, la expansión de la Liga y la aparición de nuevas franquicias: Tiburones, Cardenales, Tigres y Águilas; esas que aún hoy forman parte de nuestro béisbol.
Jugadores como Elio Chacón, Teolindo Acosta, Teodoro Obregón, Víctor Davalillo, César Tovar y Gustavo Gil ya habían dicho presente en la LVBP. En la temporada 60-61, primera de la nueva década, dos nuevos nombres se sumaron a esta lista: Luis Peñalver y Dámaso Blanco. Ambos peloteros venían de formar parte del equipo amateur que conquistó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de 1959.
Dámaso Blanco debutó con Licoreros de Pampero y de inmediato se adueñó de la antesala. Su guante prodigioso y un promedio de .290 le valieron al nativo de Curiepe la distinción Novato del Año. Dámaso no volvería siquiera a acercarse a un promedio de tal magnitud en las siguientes ocho campañas en la Liga. Sin embargo, su guante lo llevó lejos. Finalizada la temporada de novato con Pampero los Gigantes de San Francisco lo ficharon para Las Menores en los Estados Unidos. Ahí estuvo durante once años entre filiales D, C, A, AA y AAA, para entonces, ya con 30 años, hacer el grado con el equipo grande en 1972 y convertirse en el venezolano número 21 en debutar en la Major League Baseball. Blanco estuvo tres años en Las Mayores, siempre con los Gigantes, temporadas en las que combinó tiempo arriba y en AAA.
Dámaso jugó dos años con Pampero y luego, en la 62-63, formó parte del equipo inaugural de la nueva franquicia Tiburones de La Guaira. Debut y despedida con los escualos, que más bien para el momento eran alevines. El siguiente año, Dámaso pasó a los Leones del Caracas con quienes jugó durante cinco campañas. El paso por los melenudos fue un tanto discreto, con un promedio de .235 y slugging de .282. En la temporada 67-68 el mirandino fue cambiado a Industriales de Valencia, en esta oportunidad para despedir a la franquicia que jugaba su última temporada en la LVBP.
Todo jugador, así transite a lo largo de su carrera por distintos equipos, en algún momento queda identificado con uno de ellos. Ahí logra una especie de química que le gana el cariño de la fanaticada y lo convierte en una especie de hombre franquicia. En el caso de Dámaso Blanco ese equipo fue el Magallanes, organización a la que llegó luego de la campaña con Industriales. Con Navegantes estuvo siete años de los dieciséis que jugó en la LVBP, temporadas que resultaron las más productivas con el madero. Con la camisa de los Turcos Blanco conectó para .265 con un slugging de .311.
La última temporada de Dámaso Blanco en la LVBP fue vistiendo la camisa de los Tigres de Aragua. Jugó un año con los bengalíes para entonces retirarse como jugador activo y comenzar una nueva y exitosa etapa como comentarista y analista de béisbol, en la que durante años ha hecho alarde de su experiencia y conocimiento en el diamante y de una dicción envidiable.
Por su parte, Luis Peñalver debutó como profesional con Oriente. Tres años después el equipo pasó a llamarse Orientales y el siguiente año Magallanes. El tránsito de Peñalver fue un tanto a contravía del de Dámaso Blanco. Luego de dos años con los Turcos, en la 66-67 Luis llegó al equipo con el que ha sido y será siempre identificado: los Leones del Caracas. Así como uno no puede imaginarse el rostro de Dámaso sin la gorra del Magallanes, a Peñalver nadie lo hace con otra gorra que no sea la del Caracas. Quince temporadas pasó el cumanés defendiendo la camisa de los melenudos, con un año en el medio que jugó con las Águilas del Zulia (75-76). Con Leones Luis vivió sus mejores tiempos como pelotero. Lanzó en 272 juegos, 109 como abridor, y dejó una marca de 59 victorias, 45 derrotas, 19 salvados y 474 abanicados en 1049.1 entradas lanzadas.
Algo en común tuvieron Blanco y Peñalver: ambos jugaron un solo año con Tigres de Aragua, el año del retiro. Para Peñalver esa temporada fue la 82-83, a la edad de 42 años y luego de 23 campañas en la LVBP. Su efectividad de por vida fue de 3.07 y un récord positivo de 84 victorias, 70 reveses y 748 guillotinados en 1516.1 entradas en la lomita. Las 23 temporadas de Peñalver en la Liga es la mayor marca en la historia, sitial que comparte con José “Carrao” Bracho. Luis es también tercero en juegos iniciados (155), segundo en entradas lanzadas (1516.1), tercero en victorias conquistadas (84), cuarto en abanicados (748) y decimocuarto en efectividad (3.07)
La carrera de Luis le llevó a ser exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Venezolano en 2008. Luego de su retiro como profesional, el de Sucre siguió jugando pelota cada vez que se presentaba la oportunidad. Tuve la suerte de conocerlo en el ambiente de la tradicional “Caimanera de los miércoles” en el Estadio Universitario de la UCV. En ese espacio coincidimos durante varios años cuando ya estaba retirado. Lo recuerdo siempre como una persona alegre y de un físico intimidante. Peñalver era un tipo grueso, fuerte; una pared.
En una oportunidad celebrábamos el juego de Navidad de la Caimanera y Luis estaba en la lomita. No lo sé, quizá para ese momento lanzaba 85 millas. Lo cierto es que para ese espacio aquello era muchísimo. Recuerdo escuchar a todos diciendo que nos estaba pichando puras rectas. Tenía sentido, además. La fama de Peñalver era esa, una recta fuerte, y ante nosotros pues con más razón la tendría que lanzar. Cuando esperaba mi turno al bate medí el tiempo que Peñalver tardaba en hacer los movimientos y soltar la pelota. Cuando me paré en el plato tenía una sola cosa en mi cabeza: empezaría a hacer swing cuando, durante el movimiento en la lomita, Luis tuviese el brazo estirado hacia atrás. Entonces solo rezaría por que el madero encontrara la pelota. Deje pasar el primer envío simulando en mi cabeza los movimientos del swing. En el segundo ejecuté mi plan y la pelota golpeó el bate (estoy seguro de que no fue al revés). El resultado fue una línea profunda, muy profunda entre el jardín izquierdo y el derecho. Fue un doble, y el batazo del que siempre me sentiré orgulloso.
Después del juego venía la fiesta de fin de año en el parque de una urbanización de la ciudad. Cuando Peñalver llegó ya yo estaba en el sitio. Qué sencillo hubiese resultado para él decir algo como “qué suerte tuviste” o “te la puse blandita para que le dieras” o cualquier otra cosa que lo exculpara de aquello. Sin embargo, cuando me vio se detuvo, pintó la sonrisa que lo caracterizaba con aquellos lentes de marco negro y el bigote abundante, y gritó con su tono campechano: “¡Chamo, tremenda tabla!”. Para mí, ese era Luis Peñalver.
Y así, con el debut de Dámaso Blanco y de Luis Peñalver, comenzó una nueva década para la pelota criolla. La nueva era estaba en marcha. Mucho queda por hablar sobre ella. Y eso haremos en las próximas entregas.