La primera temporada de La Casa del Dragón (2022) ha terminado como comenzó, rompiendo récords de audiencia. Un poco menos -un poco nada más-, que el episodio de estreno, pero sellando el futuro de la serie como una, sino la más importante de la oferta actual de HBO Max. Titulado La reina negra, el episodio que ha cerrado el retorno a una saga ya legendaria, consiguió entre 9 y 9,5 millones de espectadores, 20% de ellos provenientes de la oferta tradicional: “al aire”; según reseñó The Hollywood Reporter.
Antes, solo en Estados Unidos, el episodio inicial para la precuela de Juego de Tronos alcanzó poco más de 10 millones de espectadores, acabando con los nervios de HBO Max y sus creadores: Ryan J. Condal y George R.R. Martin a partir de su obra vertebral Fire & Blood. También de Miguel Sapochnik, Productor Ejecutivo y co-showrunner que se despidió tras el lanzamiento. Y desde luego, de una legión de fans no tan satisfechos con el cierre de la octava y última temporada de su predecesora.
Entre medias, según HBO Max, el seriado consiguió 29 millones de espectadores promedio por episodio. Números extraordinarios, aunque todavía está por verse si el porvenir del show llegará a sumar los 44,2 millones de media por episodio que acumuló la última temporada de Juego de Tronos; 19,3 millones para el polémico final. The Iron Throne (2019).
La Casa del Dragón (House of the Dragon) capitaliza sin duda, la herencia acumulada durante 11 años y 73 entregas de historia previa. The Heirs of The Dragon (22 de agosto de 2022), el episodio inicial arrancó dubitativo, tímido y contenido en su declaración de intenciones. Más cerca del melodrama puro y desde luego intentando buscar su propio camino, sin desequilibrar el universo ya creado, ni quedar a la sombra del mismo.
El espíritu de este inicio no abandonó a toda la temporada, aunque finalmente ya hacia el tramo final consiguió encontrar un camino, sirviendo tras este largo “intro” el drama que está por venir. O al menos el que se vislumbra. El final de la paz, el comienzo de la guerra. El invierno antes de aquel invierno.
En su derrotero, la serie ha bebido estructuralmente de su predecesora; pero también ha tomado prestados sin mayor pudor algunos momentos brillantes de films como La Reina de Stephen Frears (T1. E3: Second of His Name) o seriados exitosos como The Crown (T1. E5: We Light the Way). Allí, una joven Rhaenyra destruye el alma y corazón de Sir Criston Cole con una sola frase: “Yo soy la corona, o lo seré”. Y con ello, sella el destino de todos. Esa frase, y las que sobrevienen, resumen en mucho el seriado de Netflix; y por mucho, esa escena y lo que allí se dice, también será el punto de quiebre de lo que está por venir.
Tampoco han quedado atrás, referencias históricas a Edward II, María Estuardo e Isabel I; representadas en personajes como Sir Laenor Velaryon, la reina Alicent Hightower y la princesa y futura Reina Negra Rhaenyra Targaryen, respectivamente; huyendo, eso sí, de pensamientos políticamente correctos.
La saga como tal no ha tenido necesidad de sucumbir a ello. Ni antes ni ahora. Unas y otros comparten el deseo de poseer, de reinar, de conquistar, de preservar, de destruir. Todos sangran y hacen sangrar. Todos mueren y asesinan. Hermanados en lo bueno y en lo malo. En el fuego y en las cenizas. De principio a fin, la temporada revisita reinos conocidos, con sus diferencias estilísticas y un Trono de Hierro aun más amenazante. Un pozo de ambición. El viaje a la semilla, ha sido en realidad el viaje a un tiempo previo que podría a su vez tener su propia precuela.
El relato político alienta los crueles hechos que se sucederán uno tras otro hasta el episodio final. Sin embargo, puede más -y he aquí algo que ha incidido en el tono global de la temporada-, el significado de la maternidad y paternidad, y especialmente sobre el valor de los hijos, la prole. Un discurso, irónicamente pronunciado por uno de los personajes más oscuros de esta generación: Larys Strong (Matthew Needham). Esto queda sellado de principio a fin, de una generación a otra, representada en el rostro y mirada de una niña/adolescente Rhaenyra Targaryen y finalmente en ella convertida en esa Reina que hará temblar la tierra.
Podría decirse que los creadores se han tomado el tiempo necesario -aunque quizá no con mucho rigor-, para sentar las bases de los dos pilares de la serie, con calma, parsimonia y dejando atrás a aquellos que parecía regirían los destinos del universo. En medio, las caídas no han sido pocas: tanto de personajes como de personas, entre ellos uno de sus creativos principales: Miguel Sapochnik. El director del que probablemente sea el mejor episodio de Juego de Tronos: La batalla de los bastardos (T6. E9, 2016), se ha marchado sin mayores detalles y sí muchos agradecimientos.
«Trabajar en el universo Tronos los pasados años ha sido un honor y un privilegio, especialmente pasar los últimos dos con el asombroso reparto y equipo de ‘La casa del dragón’. Estoy tan orgulloso de lo que logramos con la temporada 1 y lleno de alegría por la reacción entusiasta de nuestros espectadores. Ha sido increíblemente duro decidir avanzar, pero sé que es la decisión correcta para mí, personal y profesionalmente. En lo que lo hago, estoy confortado por saber que Alan (Taylor) se une a la serie. Es alguien que conozco y respeto desde hace mucho tiempo y creo que esta serie preciada no podría estar en manos más seguras. Estoy tan contento de permanecer como parte de la familia de HBO y ‘La Casa del Dragón’ y, por supuesto, deseo que Ryan y su equipo tengan éxito y todo lo mejor con la temporada 2 y más allá».
Junto a la salida de Sapochnik llegaron también las quejas de Matt Smith por el exceso de las escenas eróticas. O bien las molestias de Paddy Considine por la poca buena receptividad para con su personaje: el gris rey Viserys I Targaryen -gris el personaje, no su interpretación que ha bordado con mimo y de allí tal vez la ausencia de empatía-. También la despedida -por razones de guion- de sus dos actrices principales -hasta el episodio 5-: Milly Alcock (Princesa Rhaenyra Targaryen) y Emily Carey (Alicent Hightower), a quienes ha tocado construir una rivalidad propia. Todo ello ruidos y golpes de timón que por poco apagaron el despegue inicial.
Convertida en un osado díptico, la temporada en pleno ecuador, se atrevió con un temerario reinicio. Un punto medio y también una de las elipsis más largas y atrevidas, entre las varias que hubo. Años durante los cuales a espaldas del espectador se fraguó la decrepitud e infelicidad de todos los personajes. A partir de allí, en el punto más bajo de la temporada, los creadores remontaron esta vez recitándose a sí mismos. Y fue allí, en sus horas más oscuras, que la serie comenzó a tener un sentido profético y más independiente. Sus propios y verdaderos momentos. Los lastres comenzaron a ser lanzados por la borda y las piezas se reagruparon a propósito de sus intenciones.
El melodrama que sigue estando latente, deja paso al tejido político que a final de cuentas es lo que da vida a un relato semejante, ya contado, pero que vuelto a contar dentro de este universo cobra un nuevo sentido. Un nuevo territorio para explotar la ambición humana.
El mejor acierto de la serie ha sido ir a contracorriente de los grandes duelos, en favor de la construcción de un preludio que deja a no pocos personajes en el campo de batalla: emocional y físico. Sea abrasados por el fuego, atravesados por el filo de una espada o destruidos por las manos sin más. Lo que ha mandado en este primer tramo es la palabra. La palabra y los ojos de Rhaenyra Targaryen. Antes, llenos de luz y esperanza. Ahora, de dolor y muerte. Como en su predecesora, la primera temporada de La Casa del Dragón ha servido para enterrar a un Rey y mostrar el ascenso de su heredera. Queda saber cuánto veremos arder, cuántos más quedarán tendidos en el camino y cuánto más dará de sí este tramo del relato. Por ahora, los mayores miedos del viejo Jaehaerys Targaryen están sueltos y La Casa del Dragón se prepara para arder.
Nota del autor: “Hay posibles spoilers en el texto”.
*La fotografía y el video fueron facilitados por el autor, Robert Andrés Gómez, al editor de La Gran Aldea.