En la mañana del 28 de diciembre de 1989 me encontraba en mi casa en Caracas cuando el teléfono repicó y una voz femenina preguntó por mi persona identificándose como secretaria del presidente electo. Me solicitó asistir a una entrevista con el nuevo mandatario a las tres de la tarde de ese día en la oficina de la Torre Las Delicias. Sorprendida, indagué un poco más sobre la razón de esa invitación y me dijo que cumplía con la instrucción de hacerme llegar ese mensaje. Me quedé pensando y recordé que en esa fecha se celebra el Día de los Inocentes y decidí colgar el auricular. De nuevo sonó el teléfono y la misma voz me repitió el mensaje. De nuevo colgué la llamada y no volví a contestar el teléfono. Yo estaba ocupada terminado de empacar maletas porque esa noche viajaba al exterior con mi familia y no tenía tiempo de escuchar chanzas.
Al cabo de un rato recibo otra llamada, pero esta era de mi oficina y la secretaria me dice que el presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) intentaba comunicarse conmigo y deseaba verme en su oficina. Horas después, al estar sentada en el despacho del recién electo Jefe de Estado me vi atrapada en la decisión de tener que asumir la cartera de Comercio Exterior, sin realmente sentir interés ni entusiasmo de darle un giro radical a mi incipiente carrera profesional. Estaba entretenida en la dispendiosa tarea de exportar cemento a los Estados Unidos y la empresa recién había logrado despachar un par de embarques al estado de la Florida.
El presidente Pérez fue muy insistente y me explicó su visión de diversificar la economía venezolana y la necesidad de desarrollar un ambicioso programa de exportaciones no tradicionales. Le argumenté que no estaba preparada para llevar a cabo ese desafío, pero el Presidente no cejaba en su empeño. Me aseguró que tendría todo su apoyo para acometer las transformaciones institucionales necesarias porque el desarrollo de las exportaciones no tradicionales -no petroleras- sería la punta de lanza de la nueva economía venezolana.
Esta conversación fue el inicio de una relación de trabajo con un excepcional líder político que albergaba en su corazón el sueño de una gran prosperidad para Venezuela. Ser parte integrante del gobierno del presidente Pérez permitió, en sus primeros 2 años, llevar las exportaciones no tradicionales de 270 millones de dólares en 1999 a casi 2.800 millones en 1991.
Como jefe de Estado, como líder político y como ser humano Carlos Andrés era excepcional. Su personalidad y cualidades destacaban frente a otros liderazgos dentro del circuito de sus colegas de la región. Fue un hombre disciplinado. Frente a la multiplicidad de temas y complejidades del país, estudiaba los temas con rigor para formarse su propio criterio. Ante las divergencias y desacuerdos propios de un colectivo como el gabinete económico, el presidente Pérez abría el espacio de discusión fomentando la expresión de posturas divergentes y permitiendo a los ministros exponer sus razonamientos. En mi memoria quedó el imborrable primer debate sobre los lineamientos para la reestructuración del universo arancelario contentivo de más de 8.000 partidas que requería la definición de unos criterios de armonización de las importaciones, asignando franjas de porcentajes arancelarios. La intensa discusión, muchas veces fogosa, tuvo una duración de más de una semana en maratónicas reuniones en el Salón del Consejo de Ministros. El Presidente, más disciplinado que todos nosotros, escuchaba atentamente las contrastantes posiciones y argumentos de los ministros y su capacidad de concentración no daba espacio a la distracción. No se levantaba a atender llamadas o ir al baño.
Su disposición a escuchar, permitir el debate, y no imponerse a la brava por simplemente ostentar la jefatura del Estado, da cuenta del talante democrático del presidente Pérez. Todos cabíamos en la mesa, siempre y cuando imperara el respeto y en ninguna circunstancia aceptaba descalificaciones personales entre los miembros de su equipo de gobierno. Carlos Andrés cuidaba las formas. Sin bien no era un hombre de venias y lisonjas, la institucionalidad y el protocolo del Estado lo practicaba con formalidad.
Su convicción en el sistema democrático fue tan sólida que creyó que, con la caída del Muro de Berlín, Cuba tendría la oportunidad para abrirse a la pluralidad política e iniciar un tránsito ordenado hacia mayores libertades civiles. Fueron varias las conversaciones con Fidel Castro en reuniones internacionales y, de buena fe, el presidente Pérez creyó que Venezuela podía ser clave en promover la apertura de un espacio de participación democrática en la Isla, y paralelamente brindarle apoyo comercial frente al desplome de la economía cubana.
Esa ingenuidad fue su flanco débil frente a sus detractores quienes, astutamente, lograron sacarlo de la Presidencia utilizando la burda patraña del presunto ilegal apoyo económico a la seguridad de la electa mandataria Violeta Chamorro, en el marco de la transición de Nicaragua hacia la democracia.
Oscuro capítulo para la historia de Venezuela. Desafortunado final para un estadista, un mártir político, quien dedicó su vida a su país. Un hombre que siempre transitó por la senda de la democracia y abogó incesantemente por la civilidad política y el bienestar no solo de su país sino de toda la región latinoamericana.