Samanta Schweblin es inquietante. Lo que surge de su cabeza, mejor dicho, lo que brilla allá en el fondo de sus ojos oscuros. Argentina, nacida en 1978, su nombre se asocia a una “corriente”, que habría que anotar más bien como una afortunada coincidencia, de escritoras latinoamericanas que se mueven -cada una a su estilo- por territorios de un renovado terror en los que no siempre es necesario que aparezcan monstruos ni criaturas sobrenaturales porque sus historias conducen a fracturas, a desajustes de la realidad y a lo que anida en nosotros mismos: gente común y corriente. O no…
“Le propongo al lector entrar en una crisis, a través del personaje o de la trama, que debe ser una crisis poderosa, que en lo posible se extienda a lo largo de las páginas. Siempre dentro de ámbitos domésticos o ambientes más o menos cotidianos; dando pequeños giros podemos llegar a convertirnos en lo impensado”, explicó Schweblin en una entrevista con Clarín al presentar, en 2018, su novela “Kentukis”. Y esas líneas en verdad ofrecen una idea clara de su obra.
“Kentukis” (Random House) es una novela fraccionada en relatos que se conectan por los kentukis, pequeños robots de compañía que son operados por personas reales para interactuar con otras a cientos o miles de kilómetros de distancia. El planteamiento es perturbador: bajo la aparente inocencia de un peluche que se mueve a voluntad -una mascota- hay un voyeur que contempla la vida de alguien que aceptó tenerlo en casa sin entender con exactitud las dimensiones de su decisión. Y del otro lado, quien mira, quien opera al kentuki, tampoco ha estado plenamente consciente de los efectos de proponerse para semejante ocupación.
“Pájaros en la boca” es el libro de relatos publicado por Schweblin en 2009 con el que ganó el Premio Casa de Las Américas. Con el añadido en el título de “y otros cuentos”, en 2018 Random House publicó este tomo que es una recopilación ampliada de la autora, traducida y reconocida en buena parte del mundo, que acaba de recibir, el 9 de septiembre, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2022de laUniversidad de Talca por “su narrativa desestabilizadora, la exactitud de su prosa y la revitalización que opera su obra de la cuentística latinoamericana”, de acuerdo al veredicto del jurado.
Ese jurado la reconoce como una autora que “reactiva” la tradición rioplatense del relato breve forjada por nombres como Quiroga, Cortázar, Borges y Bioy Casares.
A lo largo de la lectura de “Pájaros en la boca y otros cuentos” sí llegas a pensar en Cortázar más de una vez, en concreto, en el Cortázar que inserta o parte de un elemento fantástico acomodado en la cotidianidad. O desacomodándola.
Es posible que la autora sea heredera de esa escuela, pero en su manera particular de abordar la ficción hay personalidad, hay un sello, una forma de narrar, precisa, cortante, que te lleva por lo inesperado de la forma más natural, con tanta efectividad que no cuestionas nada y te ubicas -como ella quiere- en la crisis de esos asuntos cotidianos en los que se desarrollan sus cuentos y en la sorpresa, en lo impensado, en lo extraño. Y siempre -siempre- en la expectativa, en ese qué coño es lo que va a terminar pasando aquí, cómo se resuelve esto…
Esas dos preguntas no tienen respuesta en todos los cuentos (son 22). Y no hace falta.
“Cuando Sara se volvió hacia nosotros el pájaro ya no estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dos manos manchadas de sangre. Sonrió avergonzada, su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos me obligaron a levantarme de un salto. Corrí hasta el baño, me encerré y vomité en el inodoro”.
¿De qué se trata el cuento que presta su título al volumen de relatos?, ¿es sobre unos padres que deben lidiar con el hecho de que su hija se alimenta solo de pequeñas aves a las que devora vivas o la autora nos quiere decir algo más?
El libro comienza con otra historia: la de dos amigos que paran a comer en un restaurante a orilla de carretera y se encuentran con un hombre pequeño que no alcanza las cosas que hay en la nevera, ni en las alacenas, ni puede -siquiera- cocinar y su esposa, más alta, acaba de quedar tendida en el piso. Continúa con el relato de una pareja que ha decidido revertir su embarazo: no abortar, revertirlo.
“El segundo es, quizás, el mes de más cambios. Mi cuerpo no está tan hinchado, y para sorpresa y alegría de ambos, la panza empieza a disminuir. Este cambio tan notable alerta un poco a nuestros padres. Quizás es ahora cuando entienden, o intuyen, en qué consiste el tratamiento”.
“Mariposas”, el que sigue, es hermoso, terrible e inexplicable: pero no te cuestionas cómo es que un grupo de niñas se transforman de esa manera, simplemente lo aceptas porque a esas alturas ya estás bajo la completa seducción de Schweblin y te vas a pasear de su mano en el espanto de las mujeres abandonadas, el amenazante cavador o la cruel y peligrosa prueba de matar a un perro:
“Matar a alguien en especial, a alguien ya elegido, es fácil. Pero tener que elegir quién deberá morir requiere tiempo y experiencia. El perro más viejo o el más joven o el de aspecto más agresivo. Debo elegir. Es seguro que el Topo me mira desde el auto y sonríe. Debe pensar que nadie que no sea como ellos es capaz de matar”.
Sobre estos cuentos se ha querido destacar la habilidad de la autora para no decir, para no dar explicaciones y poner a funcionar una maquinaria en la que el lector completa los espacios vacíos. Pero, ¿en realidad están vacíos? Schweblin escribe lo justo, no te distrae con excesos ni otras trampas, lo que quiere decirte es eso, lo que está ahí. ¿Hace falta algo más?, ¿hace falta, por ejemplo, que alguien te explique el revelador absurdo de una historia en la que un hombre asesina a su esposa y a consecuencia de sus actos y decisiones termina convertido en un artista de vanguardia?
No están vacíos los espacios: lo que parece que falta es parte de la estructura. Y si te gusta así, vas a querer más de Samanta Schweblin.