Teherán arde. Los velos arden en Teherán. El velo cae y deja sin argumentos válidos al régimen iraní. La muerte de la joven de origen kurdo Mahsa Amini, ha desatado las protestas más importantes que han ocurrido en la nación persa durante el presente siglo. Según las autoridades, la joven de 22 años falleció debido a un paro respiratorio.
Detenida tres días antes, con cargos de no portar el velo según las reglas de la hiyab; las organizaciones de derechos humanos denuncian el hecho y difieren diametralmente de la versión oficial. Señalan que Amini fue golpeada brutalmente, generando fracturas y contusiones, hemorragias y un enema cerebral que aceleró su muerte.
La detención ocurrió el pasado 13 de septiembre. La comunicación del deceso, tres días después. Desde entonces, y ante semejante opacidad, se han disparado las protestas que no cesan. Las manifestaciones se han multiplicado en el mundo, en persona y vía digital, reclamando justicia, respeto por los Derechos Humanos, el cese de las leyes sobre la vestimenta femenina y una asunción de responsabilidades. Todo ello, además señala al líder supremo Ali Jameini y a la élite que gobierna a un país carente de libertades y también agobiado por la crisis económica.
A la fecha, -al menos hasta la redacción de este texto-, 76 personas han fallecido y han sido detenidas más de mil personas. Esta vez, las mujeres han conseguido que los hombres también se sumen y respalden sus reivindicaciones. Las autoridades buscan restar importancia y recuperar la normalidad, elaborando el relato necesario. Sin embargo, no parece vislumbrarse un fin inmediato. La hoy llamada “revolución del velo” escala también a través de voces reconocibles dentro y fuera del país.
El cineasta iraní Asghar Farhadi, dos veces ganador del premio de la Academia y también de la Palma de Oro en Cannes ha dado un paso al frente.
“Estoy orgulloso de las mujeres de mi país y espero sinceramente que a través de su esfuerzo alcancen sus metas. Invito a todos los artistas, cineastas, intelectuales, activistas de los derechos civiles de todo el mundo y todos los países, y a todos los que creen en la dignidad humana y la libertad, a solidarizarse con los hombres y mujeres de Irán haciendo videos, escribiendo o de cualquier otra manera”. Expresó el realizador en un video difundido esta semana a través de sus redes sociales.
Desde la Berlinale, una de las plataformas internacionales más relevantes para el cine de Irán ha cedido su espacio y altavoz a realizadores como Shirin Neshat, Zar Amir Ebrahimi, Pegah Ahangarani, Bahman Ghobadi, Abdolreza Kahani, Ali Abbasi, Kaveh Farnam, Farzad Pak, Ali Ahmadzadeh, Bahram Beyzai y Mozhdeh Shamsai para que se dirijan a sus colegas en el mundo.
“Valientes iraníes han salido a las calles de todo el país gritando ‘mujer, vida, libertad’ durante una semana entera mientras se enfrentan a ataques persistentes, violentos y, a menudo, mortales de las fuerzas opresivas. El gobierno iraní ha restringido el uso de Internet y ha bloqueado el acceso a las plataformas de redes sociales para reprimir aún más las voces de las personas. La última vez que se implementaron tales medidas en 2019, el gobierno iraní asesinó a 1.500 personas.
“Los cineastas iraníes independientes respaldan a estos intrépidos hombres y mujeres iraníes y se esfuerzan por capturar y documentar la historia a medida que se desarrolla con recursos limitados. Están comprometidos a ser los narradores veraces, independientes y valientes de la historia. Ser la voz del pueblo.
“Durante años, el gobierno iraní ha utilizado la censura y la represión en casa con el pretexto de apoyar la libertad en otras partes del mundo. Ahora apelamos directamente a todos los cineastas del mundo: su solidaridad con el pueblo de Irán envía un mensaje claro a los belicistas de todo el mundo.
“Les pedimos que se hagan eco aún más de los gritos de guerra de los iraníes por la libertad. Conviértete en la voz de aquellas personas que están pagando con su vida por la libertad.
Su apoyo directo y público ofrece esperanza a nuestros jóvenes. Informar sobre las noticias de la violencia utilizada contra nuestro pueblo puede prevenir más violencia y derramamiento de sangre”.
A los firmantes de esta petición se habrían sumado también -de haber podido-, los realizadores iraníes: Jaffar Panahi (El globo blanco, 1997), Mohammad Rasolulof (Un hombre íntegro, 2017; There is No Evil, 2020) y Mostafa Al-Ahmad (Poosteh, 2009); actualmente encarcelados por el régimen de Teherán, dadas las críticas reiteradas al mismo en su filmografía.
Desde hace décadas, el cine iraní y sus creadores han puesto en jaque a los sucesivos gobiernos y sus incongruencias. Ello a través de historias pequeñas, historias mínimas que ponen de manifiesto el totalitarismo político y religioso que impera en la nación. Son relatos que exploran un arco bastante amplio de posibilidades en ese universo. Relatos existenciales y también sobre la equidad. Sobre la infancia. Sobre la fe. Sobre la educación. Sobre lo femenino. Sobre la opresión. Sobre la libertad. Sobre la violencia: Sobre el poder del Estado sobre los individuos.
El cine iraní ha conseguido elevar la voz sin altisonancias, denunciando atropellos, abusos y coacciones a partir de historias que se asoman aparentemente bucólicas e inocuas; pero que dibujan sus tragedias desde el silencio al crescendo absoluto. El cine iraní ha conseguido que el velo sobre Irán caiga desde hace mucho tiempo. El círculo (2000) de Jaffar Panahi no pudo ser una bofetada más contundente sobre lo que ocurría en torno a la coacción de libertades a la mujer. Una pieza coral aparentemente costumbrista convertida en uno de los mejores representantes del cine político y también un relato que por muy poco podría formar parte de una antología del terror.
Tres décadas después ese terror no había desaparecido. Quedaba absolutamente claro en Nader y Simin, una separación (2011) de Asghar Farhadi, y también en su film El viajante (2016). En medio, Persépolis (2007) de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud sobre la obra original de Satrapi. Un relato y retrato de vida que traza el viaje de una niña y su encuentro con los cambios políticos de su país, de su historia familiar y, precisamente, del uso del velo como un símbolo de sometimiento.
Ese año, otra mujer, Hana Makhmalbaf viajó a Afganistán y registrar en Buda explotó de vergüenza los excesos talibanes, las estatuas de Buda destruidas y los niños que viven en su entorno y el acoso que puede gestarse desde la propia infancia. Poco después, su hermana Samira Makhmalbaf continuó explorando este signo en El caballo de dos piernas (2008).
No han sido las únicas. Recientemente, Panah Panahi -hijo de Jafar Panahi-, en Hit the Road (2021) nos lleva a seguir al niño del film ante la desesperada huida hacia adelante del hijo mayor, acompañado por su familia hasta un vacío absoluto. Un vacío que ahora comienzan a llenar las voces airadas contra la impunidad de la autoridad. Voces que claman por un atronador coro mundial que respalde tales demandas.