En la aldea
26 diciembre 2024

“Nixon”, y el último mensaje de Don Mario

Mario Briceño-Iragorry “no pudo ser testigo de las grandezas y dolencias de la democracia venezolana, de cuya prolongada transición formó polémica parte. La promesa de libertad y los logros de bienestar, opacados por la desigualdad y denostados por sus adversarios, fueron truncados al romper este siglo”.

Lee y comparte
Guillermo Tell Aveledo | 16 septiembre 2022

“No es justo imputar ni a primitivo salvajismo ni a furia obcecada la plena responsabilidad por la reacción de América frente al señor Nixon. Al alegre vicepresidente le ha tocado fatalmente asistir de cuerpo presente a un violento despertar de la conciencia de la América Latina. No han debido jamás usarse piedras ni salivas para hacer sentir al huésped ilustre el rechazo que nuestros pueblos hacen de la desacertada política del Departamento de Estado”.

Con estas palabras reaccionaba Mario Briceño-Iragorry en las páginas de El Nacional, en artículo titulado lacónicamente “Nixon”, a los sucesos acaecidos durante la visita del homónimo político norteamericano a Caracas, en mayo de 1958. No es el único comentarista sobre el suceso: las voces más importantes de la opinión nacional dedicaron numerosas columnas en la prensa de las principales ciudades del país, en medio de las declaraciones del liderazgo político y económico. Isaac Pardo, Guido Grooscors, Tulio Chiossone, Juan Liscano, Luis Esteban Rey, Luis Herrera Campins, Ramón Velásquez, cuestionan, arengan, ponderan. Hay una clara unanimidad en la condena de los hechos, y una angustia por las implicaciones de esta perturbación para el azaroso espíritu de la transición democrática.

Pero la nota de don Mario, fuera de la prensa de extrema izquierda, es la más severa en censurar, con la gravedad del peso de la responsabilidad que tiene, al joven vicepresidente norteamericano. Reprocha la violencia, pero la encuadra como parte de una reacción natural, espontánea del pueblo y los estudiantes, su sector social más sensible, ante la política de los Estados Unidos hacia el caído régimen militar. Se indigna ante la amenaza de intervención norteamericana que había circulado, no sin fundamento, en los cables periodísticos. La reconvención aparece como una nota, más que nacionalista, sonoramente antiimperialista, en el cuidadoso debate de ese año.

¿Qué había suscitado la atención del calmado humanista trujillano ante el enérgico político californiano?, ¿había cambiado desde el conservadurismo cercano al gomecismo, hasta el radicalismo antiyanqui?

Nixon en Caracas

Creo que no haya venezolano alguno que avance a aprobar la actitud brutal en que culminaron las manifestaciones estudiantiles y populares realizadas en Caracas al arribo del elevado a funcionario estadounidense. Justo y correcto era que pueblo y estudiantes manifestaran al ilustre visitante su repudio a la política del Departamento de Estado frente a la América mestiza. Correcto y justo era que expresasen de viva voz su rechazo a una actitud que ayer se empeñó en exaltar a la Dictadura criminal de Marcos Pérez Jiménez. Más, para hacer presentes es el repudio y ese rechazo estaba el instrumento de la palabra y de las pancartas. A Nixon debía demostrarle el pueblo el sentimiento de desagrado y de dolor con que contempla la errada política de la Casa Blanca. A Nixon estaba obligado el pueblo a testimoniarle su protesta por la manera cómo se han venido contemplando en el norte los problemas de los países menores de América”.

Richard Milhous Nixon, entonces trigésimo sexto vicepresidente de los Estados Unidos, había llegado a Caracas como la escala final de una tournée suramericana -“Amigos”, un viaje para dar firmes “embraços” al nuevo liderazgo latinoamericano. Con una comitiva numerosa de funcionarios y periodistas, además de la señora Pat Nixon, visitó todos los países independientes de la región, a excepción de Brasil y Chile. El propósito de la visita era ostensiblemente atender la toma de posesión del presidente argentino Arturo Frondizi, y a la vez reafirmar el compromiso de los Estados Unidos con el progreso y la estabilidad de la región. Suramérica atravesaba una transición democrática, y salvo el caso paraguayo -donde hizo una breve escala el visitante-, todos los países eran embrionarias democracias representativas. Si bien algunas recepciones -particularmente estudiantiles- habían sido relativamente duras, fue en general bien recibido por la población: multitudes entusiastas le saludaron en Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia y Colombia. Tomó yerba mate, comió asado, jugó fútbol, conoció a reinas de belleza y lució atuendos ceremoniales indígenas. Estas visitas ceremoniales eran parte de los deberes que había asumido de parte del presidente Dwight D. Eisenhower, y Nixon había mostrado no sólo una segura convicción ideológica, sino incluso cierto arrojo físico en alguna que otra ocasión. Durante la visita, sólo en Perú recibió una pedrada de manifestantes estudiantiles ante la Universidad de San Marcos. Pero antes de llegar a Caracas, había recibido una nota de la embajada: los agentes de inteligencia recomendaban que evitase venir a la capital, porque su vida correría peligro.

“Este viaje del señor Nixon está llamado a hacerle entender a Estados Unidos que sus cuentas con nosotros tienen un mal balance, que es preciso cuadrar con justicia”

Mario Briceño-Iragorry

Nixon desoyó el consejo. ¿Qué podía ser peor que los zangaletones en Lima? Venezuela, además, era una escala crucial. La capital caribeña, aunque políticamente esquiva, era culturalmente un enclave norteamericano entre las urbes regionales. “Yankuela” o “Little YankeeLand”, como la denominó un humorista británico en crónica contemporánea: vehículos que recorren laberínticas autopistas rodeando estadios monumentales de béisbol, hacia centros comerciales, fuentes de soda, drugstores y tiendas por departamento repletas de productos industriales estadounidenses que podrían evocar cualquier ciudad indiferenciada del Eastern Seaboard. El moderno buldózer que había arrasado con la letárgica aldea de paredes de cal y tejas rojas, empujado por el gasto público de los dólares petroleros, producción cuya cuota restrictiva en los Estados Unidos estaría en el centro del debate. Podría además conocer a la élite venezolana, incluyendo al presidente Wolfgang Larrazábal, la carismática figura de la revolución de enero y potencial presidente electo en venideros comicios. Habría valido la pena para Nixon separarse de su trabajo como campeón del Partido Republicano en las elecciones de medio término.

El recibimiento fue tan hostil como habían anunciado hojas multigrafiadas universitarias y la prensa comunista: era la recepción a una persona non grata. Escupitajos de chimó y abucheos en Maiquetía. Pancartas agresivas en el trayecto, con una brusca interrupción: en la Avenida Sucre, decenas de manifestantes rodearon el carro donde iba el vicepresidente Nixon junto con el canciller Oscar García Velutini. Por casi un cuarto de hora golpearon y sacudieron el vehículo, astillando los vidrios de seguridad. Cuando el convoy pudo evadir al gentío, se dirigió al Panteón, donde otro grupo esperaba. Se rumoró que una bomba de fósforo blanco aguardaba a los visitantes. Tomando refugio en la residencia de la embajada norteamericana, en La Florida, empiezan a llegar las manifestaciones de desagravio y consternación. El Gobierno se muestra comprensivo con los estudiantes, y señala que el suceso era una provocación de perezjimenistas infiltrados, deteniendo a los sospechosos habituales. Hasta el partido comunista se desliga de los hechos. Se han roto las comunicaciones entre los diplomáticos en Caracas y Washington, por lo que Eisenhower ordenó el estado de alerta para los infantes en Puerto Rico, listos para desembarcar en Venezuela con la operación “Poor Richard”.


Al día siguiente, tiene lugar la conferencia entre Nixon y Larrazábal, con unas tensas comida y conferencia de prensa en las afueras de la ciudad. El norteamericano hizo esfuerzos para diferenciar al pueblo venezolano de sus agresores, y se despidió de Caracas en medio de un extravagante despliegue de la policía militar. Para Nixon, estos desafortunados eventos fueron tan impresionantes que eran aludidos frecuentemente entre sus colaboradores, incluyéndolos más tarde como un capítulo en sus primeras memorias, “Seis Crisis”, que recomendaba a sus ayudantes.

Las heridas del Departamento de Estado

Tal vez el Vicepresidente venía lleno de buenas palabras para dialogar con los hombres responsables de Venezuela; pero, hacía falta que la buena voluntad de ese diálogo se hiciese visible en hechos positivos antes de que se realizase la escena formal que aparecerían hablando los personeros de ambas partes. Por lo contrario, el pueblo venezolano sabía, entre otras cosas, que Pedro Estrada goza de introducción y de influencia en los círculos de Washington y que a Pérez Jiménez la policía norteamericana lo protege en la fastuosa quinta comprada en Florida con el fruto de sus robos al erario”.

¿Era la hostilidad en la parroquia Sucre un simple atavismo antinorteamericano de una multitud mal encarada? Para los Estados Unidos, y la política de contención anticomunista iniciada con la administración Truman, y la posición de América Latina como esfera de influencia estratégica exclusiva, eran el criterio dominante. El paulatino sofocamiento de movimientos populares y populistas en la región por alianzas de fuerzas conservadoras y administraciones militares de corte desarrollista iniciadas como gobiernos de facto, fue una de las formas específicas que emergieron en la década de los cincuenta en Perú, Colombia, Argentina y Venezuela. Factores locales alimentaron estas dinámicas, pero el anticomunismo coloreó esta regresión general, como una forma de solución a la relativa violencia e inestabilidad que la ola populista de la segunda mitad de los cuarenta había suscitado, lo cual en su momento apoyado por los Estados Unidos a través de dos administraciones.

Sumándole a esto el oscilante apoyo militar y tecnológico de Estados Unidos, y la expectativa de una alianza anticomunista en la región, que se coronó con la Conferencia Interamericana de Caracas, en 1954. Aunque la declaración de ella derivada apoyó explícitamente a la democracia representativa como la forma de gobierno preferente en el Hemisferio, el énfasis de la autodeterminación se definía negativamente ante el totalitarismo comunista. Aunque el propio secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, consideró que la declaración era aún demasiado soberanista, su criterio general servía de tamiz para juzgar incluso a movimientos reformistas populares, y apuntalar soluciones oligárquicas o militares, junto con la aplicación de nuevas prácticas de control policial y represivo. La intervención de los Estados Unidos en Guatemala, en 1954, contra el gobierno del general Jacobo Arbenz, ilustró esta tendencia, aunque era también parte de una tradición de décadas, especialmente en el Caribe.

“Nixon regresó a su país con la promesa de una reformulación de la política estadounidense hacia la región, convencido sin embargo que se había minimizado la importancia de la influencia comunista en el Continente”

Pérez Jiménez, que emergió desde la intervención militar contra Isaías Medina como la figura más importante de su generación militar, era definido a mediados de la década como un gobernante ideal en círculos norteamericanos. En cables diplomáticos y de inteligencia era apreciada su tenacidad, incluso considerándose improbable un levantamiento popular contra el militar: “podría ser incluso reelecto limpiamente”, rezaba un memorando del embajador de Estados Unidos a su cancillería a mediados de la década. Al entonces coronel le fue otorgada la Legión al Mérito de ese país, lo cual fue explotado con alborozo por la propaganda oficial. En términos concretos, sin embargo, la relación entre ambos países era tirante, especialmente en torno a las frustradas expectativas mutuas de apoyo: Estados Unidos esperaba una mayor cooperación venezolana en intervenciones foráneas e inteligencia, mientras que Venezuela aspiraba a mayores facilidades en la entrada de sus exportaciones mineras y la modernización de su parque militar, así como una preferencia ante sus adversarios regionales. No obstante, ninguna alternativa local parecía preferible hasta que la popularidad del general parecía colapsar. Con los sucesos del 23 de enero de 1958, la administración Eisenhower no negó el reconocimiento a la Junta de Gobierno, pero tampoco dejó a la deriva al condecorado gobernante, ofreciéndole con incomodidad refugio inicial tras su derrocamiento. En Miami, también recalará el otrora temido director de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada.

La peculiaridad política de Don Mario

“Lamentablemente el hecho -en el cual con seguridad se han mezclado saboteadores dirigidos por quintacolumnistas del régimen caído- servirá de estribadera fácil para que los impenitentes enemigos del pueblo esgriman su tesis negadora de las posibilidades democráticas del País, sin pensar que esa lamentable manifestación o fue sino una retardada expresión de la violencia suscitada por las fuerzas despóticas, que ayer fueron alabadas por Eisenhower, Nixon y Foster Dulles. En Venezuela está vigente aún el proceso de liquidación del perezjimenismo”.

Don Mario había logrado regresar a Venezuela apenas en abril, casi tres meses después de la caída de la dictadura militar. Briceño-Iragorry se encontraba en el momento de su mayor auctoritas justo al tiempo en que se agotaban sus fuerzas, recibido por estudiantes -incluyendo cuadros de la juventud comunista- al pisar el suelo patrio. Pero era difícil de leer y clasificar en el panorama ideológico nacional. No era, como la mayoría de los intelectuales venezolanos de su generación, un oscilante carácter entre un liberalismo pesimista y un positivismo resignado. Como J.M. Núñez Ponte, Caracciolo Parra León y los jóvenes Pedro Lara Peña y Rafael Caldera, es uno de los pocos letrados y políticos venezolanos que al iniciarse la modernización lopecista reivindica su catolicismo. Desde esa perspectiva de creyente y con su inclinación conservadora, su trabajo humanista e historiográfico había apuntado a la reivindicación de la obra civilizatoria hispánica como elemento fundamental de nuestra mestiza nacionalidad. Esto lo había acercado a la continuidad de los gobiernos andinos, pero también lo había animado hacia las tendencias redistributivas y sociales de la etapa postgomecista.

Su catolicismo e hispanismo también forjaban sus consideraciones hacia los Estados Unidos, cuyo ímpetu nacional admiraba, pero cuyas desigualdades y expansionismo miraba con enorme sospecha. Nacido en 1897, apenas un año antes de la guerra hispano-estadounidense que marcó la desaparición completa del viejo imperio en América, su primera juventud sería testigo del auge y crecimiento de los Estados Unidos en una potencia global. Como joven diplomático durante el gomecismo, don Mario fue emisario venezolano en Nueva Orleans -peculiar enclave de latinidad en la nación del norte- y en Washington, su centro político. Notaba la influencia de los trusts y el cabildeo en la política ordinaria, y con ecos de Fermín Toro, Rafael María Baralt y Cecilio Acosta, denuncia desde joven lo que percibe como un materialismo y abundancia destructores del pilar cultural hispanoamericano, su espiritualidad: “en este siglo… hasta el alma se le va a petrificar al hombre con el exceso de materialismo… (con) un epicureísmo refinado”. Ante los Estados Unidos, va y viene con las ilusiones de unidad americana, que exaltan y retan alternativamente su nacionalismo, y que termina siendo para él un “fariseísmo bolivariano” y un panamericanismo de postración ante la asimetría de poder e influencia frente a la superpotencia. Guarda sus dardos más agudos contra el hispanoamericano que se rinde culturalmente ante la influencia silenciosa de la cultura anglosajona, asumiendo el término ‘Pitiyanqui’ -que atribuye en su “Léxico para Antinacionalistas”- como descripción del mestizo nacional que asume descuidadamente, o imita calculadamente, los modismos y usos de sus dominadores. Los anglicismos, la moda, el vivir en la “pompeyana y babilónica capital” en que se había convertido la Caracas del concreto armado y el automóvil. Eso sí, diferenciando al pueblo norteamericano, sus luchas y virtudes, del imperialismo del “Pentágono, la Casa Blanca y Wall Street”.

“La revolución cubana, ocurrida unos meses más tarde, marcará las décadas por venir, incluyendo la actitud efectiva de una eventual administración Nixon hacia la región en los tempranos años setenta, pero también la influencia de la subversión y penetración ideológica real en el Continente”

Como muchas figuras de la transición andina, al venir del antiguo régimen se vinculó a sus elementos más dinámicos, sirviendo como cónsul, embajador, juez, gobernador, catedrático, así como representante parlamentario, dentro de los gobiernos de López y Medina en continuidad con la labor realizada bajo el gomecismo. Con éste último alcanza su más alta posición en el Estado venezolano, cuando como senador preside el Congreso de la República, afiliándose al oficial Partido Democrático Venezolano. Con la Revolución de Octubre, sufre una detención preventiva y es objeto de denuncias oficiales desde el gobierno de Acción Democrática, aunque permanece en el país y recibe varios premios literarios. Durante el Trienio, como varias figuras pedevistas se vincula a Unión Republicana Democrática. Con este partido, da su visto bueno al golpe de noviembre de 1948 y espera las eventuales elecciones que la Junta Provisoria presidida por Delgado Chalbaud ha prometido, gobierno al que el humanista sirve brevemente como diplomático, renunciando en 1950. El año siguiente publica uno de sus ensayos más poderosos: Mensaje sin Destino, ante lo que él denomina una “crisis de pueblo”. Allí señala, entre otras cosas, que el capitalismo norteamericano carecía de signo ideológico y que podía anular la civilidad cristiana en el Hemisferio: “A Estados Unidos no importaría, pues, que Hispanoamérica se tornase una serie de repúblicas comunistas titoístas, siempre que le asegurasen éstas la libre explotación de sus riquezas”.

Las elecciones llegan en 1952, con la convocatoria a la constituyente. Don Mario es segundo en las planchas de URD, el otro partido independiente que, junto con COPEI, participa en las elecciones. El fraude perpetrado desde la Junta, ya liderada por Pérez Jiménez, beneficia al oficialista Frente Electoral Independiente, y a sectores de los partidos cooptados por el sistema. Jóvito Villalba es expulsado, y Briceño-Iragorry se asila en la Embajada de Brasil antes de salir al exilio. Costa Rica, España, Italia. Sufre rigores que no son ajenos a otros políticos de la década, siendo hostigado y atacado por espías venezolanos, pero también intercambiando amarga correspondencia con sus contemporáneos que le “volvieron las espaldas” como un “presuntuoso y loco…”, acusándolo simultáneamente de comunista y de fanático religioso, como escribe a su viejo compañero pedevista, Numa Quevedo, en 1953. Desde esta mirada, escribe varios ensayos de denuncia política donde señala con acritud la responsabilidad general de lo que concibe es el estado de postración y renuncia a la ciudadanía de los que debían ser los sectores más elevados de la sociedad venezolana: “La Traición de los Mejores”, “Venezuela sin Luz”, “La Hora Undécima”, “Palabras para consolar a un cobarde”… La precariedad del exilio, y la angustia nacional, han tenido efectos en su salud, y esto posterga su regreso al país. En la prensa se le recibe como un “maestro de la dignidad”, que ha “llegado al corazón de su pueblo”. En las que serían sus semanas finales, asiste a actos de reconocimiento y dicta algunas cortas conferencias, aquejado aún de salud, pero no puede dejar de reaccionar ante la visita del vicepresidente norteamericano.

El momento político y el legado de Don Mario

Este viaje del señor Nixon está llamado a hacerle entender a Estados Unidos que sus cuentas con nosotros tienen un mal balance, que es preciso cuadrar con justicia. Nuestro pueblo no es enemigo del pueblo norteamericano ni de ningún pueblo del mundo. Nuestro pueblo sólo reclama que el “hermano mayor” lo trate sobre un pie de respeto, de dignidad y de igualdad cívica. Nuestro pueblo quiere, además, que Estados Unidos sepa que no son sus mejores amigos quienes le entregan la conciencia, sino quienes le ofrecen la lealtad de la palabra digna”.

La nota especial con que desde Mérida Don Mario interpeló la conciencia nacional y continental, será la última publicación en prosa para el intelectual y político trujillano: Briceño-Iragorry morirá de una afección cardíaca poco más de dos semanas más tarde, en junio de 1958, a la edad de sesenta y un años. Queda decir que las circunstancias políticas derivadas de la crisis nixoniana podían aparecer como colofón de la nota. El gobierno de Larrazábal entra en crisis ministerial, renunciando Blas Lamberti y Eugenio Mendoza. El partido comunista pierde rápidamente el prestigio que la resistencia antidictatorial le había prodigado en un sector de la opinión, pero también profundiza la radicalización en los cuadros más jóvenes ante las carencias antiimperialistas del nuevo orden de cosas, punto ciego en el análisis de Briceño-Iragorry. Los políticos de los que serán partidos mayoritarios, AD y COPEI, constatan la importancia de una cuidadosa política con Estados Unidos que logre el delicado equilibrio entre la cooperación y el reclamo de los intereses nacionales, y además minimizar cualquier asomo de una sociedad crispada. Se inician las conversaciones de lo que será eventualmente el Pacto de Puntofijo y el Programa Mínimo, que aunque no incluyen directamente a los comunistas, cuentan con el visto bueno de su candidato presidencial, el vicealmirante Larrazábal.

Nixon regresó a su país con la promesa de una reformulación de la política estadounidense hacia la región, convencido sin embargo que se había minimizado la importancia de la influencia comunista en el Continente, anunciando unas ideas que irónicamente se parecen a lo que será la “Alianza para el Progreso” de su rival político, John Fitzgerald Kennedy. La revolución cubana, ocurrida unos meses más tarde, marcará las décadas por venir, incluyendo la actitud efectiva de una eventual administración Nixon hacia la región en los tempranos años setenta, pero también la influencia de la subversión y penetración ideológica real en el Continente. Venezuela, por entonces, aparecía como un oasis de democracia representativa y alternabilidad, al que visitará Pat Nixon, ahora como primera dama, para los actos de transición gubernamental entre Caldera y Pérez.

Don Mario no pudo ser testigo de las grandezas y dolencias de la democracia venezolana, de cuya prolongada transición formó polémica parte. La promesa de libertad y los logros de bienestar, opacados por la desigualdad y denostados por sus adversarios, fueron truncados al romper este siglo. Hoy, en la tercera década de la revolución, multitudes de venezolanos atraviesan terribles penurias para llegar a los Estados Unidos, en búsqueda de un futuro que la destrucción venezolana no les garantiza, encontrándose como moneda de intercambio de facciones políticas. Millones de compatriotas presentan una ambivalente relación con su país en las desoladoras inquietudes del exilio y la emigración. Otros millones viven en un momento de abandono político que la paz de los bodegones y el insilio camuflan alternativamente. Cuán lejana y cuán necesaria parece hoy la aspiración de respeto, de dignidad y de igualdad cívica que demandó Briceño-Iragorry.

*Universidad Metropolitana.

*La ilustración es cortesía del autor, Guillermo Tell Aveledo, al editor de La Gran Aldea.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión