Hollywood adora un regreso. Y este año tiene uno para festejar. Para emocionarse al borde de la lágrima: Brendan Fraser. La ovación recibida en Venecia fue una de las más notables: 10 intensos y largos minutos durante los cuales el intérprete y productor ha debido ver su carrera pasar una y otra vez mientras aquello ocurría. Después de ser cosificado por la industria (sí, a los actores también les ocurre) y subestimado por su talento; Fraser ha vuelto. Lo ha conseguido gracias al rol de Charlie, personaje protagonista de la obra homónima de Samuel L. Hunter (quien también ha escrito el guion del film) y ahora del film The Whale (La ballena) de Darren Aronofsky.
El nombre de la obra y el film hacen referencia a la obesa y descomunal humanidad del protagonista. Un hombre empeñado en su autodestrucción y a fin de cuentas un suicidio en cámara lenta. El arma homicida no es más que su dieta alta en calorías y aún más alta en problemas crónicos. La culpa es el motor de esta situación. En el pasado, Charlie abandonó a su familia para vivir con el hombre que amaba y posteriormente falleció. Con el dolor a cuestas y el deseo de reconciliarse con la hija que dejó atrás (Sadie Sink), Charlie/Fraser recorren el tramo del film.
Su trabajo en The Whale, si bien no fue merecedor de la Copa Volpi en Venecia, -que obtuvo Colin Farrell por Almas en pena de Inisherin) hace prever que dará mucho de qué hablar en la próxima temporada de premios. De hecho, ya el Festival Internacional de Cine de Toronto le ha otorgado el Tribute Award y Toronto es uno de esos certámenes cinematográficos que allana el camino al legendario Oscar.
Si bien la corpulencia real de Fraser es notable, en el film, el maquillaje, las prótesis y los efectos visuales amplifican la figura de un hombre que ha visto su cuerpo cambiar por múltiples razones de salud. En la realidad, a sus 53 años, Fraser registra un amplio historial médico de cirugías y también mucho dolor, físico y emocional que le han mantenido lejos de los focos mediáticos, que no de la actuación.
Aunque el film favorezca ese relato de vida, muerte y resurrección profesional, lo cierto es que Fraser ha seguido trabajando y no precisamente en proyectos clase B. Trust (2018) a las órdenes de Danny Boyle o en series como Doom Patrol (2018), Cóndor (2018), Professionals (2020); o en films como No sudden Move (2021) de Steven Soderbergh o en la cancelada Batgirl de Garfield Lynns / Firefly muestran una huida hacia adelante en televisión y en el cine que ha pasado por alto el marketing y la prensa mundial.
Una costumbre recurrente en el reino de Hollywood que podría remontarse décadas en el pasado. Actores y actrices abandonados por sus agentes y estudios sea por algún escándalo, sea por un fracaso comercial, sea por razones de edad, incluso vida familiar, les consiguió un prematuro pase a retiro. Pensemos en Joan Crawford, Bette Davis y Shelley Winters, oscarizadas actrices todas, obligadas a tocar una y otra vez las puertas de productores y directores tras ser abandonadas por sus respectivos estudios.
Mucho antes, Ingrid Bergman fue condenada al destierro tras romper el matrimonio del italiano Roberto Rossellini y el suyo propio en una relación considerada proscrita e inmoral. El resultado para Bergman además de su prole fue una de las colaboraciones Director-Actriz más relevantes en la Historia del Cine (aunque también irónicamente fracasos de taquilla que erosionaron su vida juntos). Así, el fin llegó. Rossellini permitió: sí, el voluble, volátil y celoso realizador consintió que Bergman trabajara con su admirado Jean Renoir en Elena y los hombres (1956), un éxito que le permitió a la actriz salir del sofocante espacio matrimonial y seguir hacia el teatro (Té y simpatía) y hacia el film Anastasia que le hicieron ganar ovaciones y esta última el Oscar (que recibió por ella su amigo Cary Grant).
Roto el matrimonio, divorciada y vuelta a casarse (esta vez con el productor sueco Lars Schmidt) terminó la condena social, moral y censora por adulterio y abandono de hogar. Hollywood la recibió de nuevo con los brazos abiertos y prueba de ello fue la invitación a entregar el Oscar a Mejor Película en 1959.
Tras colgar el smoking de 007, Sean Connery se aventuró hacia otros planetas (Zardoz), continentes (El hombre que pudo reinar) y romances legendarios (Robin y Marian) que pese a la calidad de su trabajo no terminaron por convencer a los directivos (las películas no fueron precisamente éxitos de taquilla). Aún así, no hubo retiro. Connery no dejó de trabajar, incluso en films de gran presupuesto como Un puente muy lejano (1977) de Sir Richard Attenborough.
Aún así, su estrella parecía estar acabándose y los roles protagónicos aportando muy poco brillo. Fue en los papeles secundarios de films fantásticos que Connery comenzó a recuperar el afecto del público y allanaron su aterrizaje en dos proyectos clave para lo que sería su segundo aire: El nombre de la rosa (1986) y especialmente Los Intocables (1987) de Brian De Palma: Oscar al Mejor Actor de Reparto y en adelante, un talento de reclamo en algunos de los proyectos de mayor reclamo en las próximas dos décadas.
Los fracasos de taquilla también arrinconaron al entonces “nuevo chico de oro” de Hollywood. Tras Fiebre de sábado por la noche (1977) y Grease (1978) John Travolta no consiguió sumar un triunfo tras otro. Ni siquiera la acertada Blow Up (1981) de Brian De Palma; mucho menos la secuela de su primer gran éxito: Staying Alive (1983, dirigido por Sylvester Stallone) o Perfect (1985).
Fue al cierre de los ‘80, con Mira quién habla (1989) que Travolta dejó de acumular reveses y de vivir a la sombra de sus dos primeros éxitos. No obstante, su verdadero retorno, el que le llevó un paso adelante, fue su aparición en Pulp Fiction (1994) cinco años después. La interpretación de Vincent Vega le dio a Travolta su segunda nominación al Oscar y abrió la puerta a un nuevo tipo de films, personajes y éxitos que siguen engrosando al día de hoy su filmografía, ahora también con éxitos de televisión (American Crime Story).
El de Travolta puede que sea el “retorno” más celebrado y mejor aprovechado. No se queda atrás Michael Keaton quien tras Batman vuelve (1992) pareció perder el favor de los espectadores. Si bien no dejó de trabajar y tener no pocos buenos títulos en su filmografía, Keaton fue arropado por esta extraña niebla de Hollywood que parece esconder a sus grandes talentos. La voz prestada a personajes de Pixar (en Toy Story y Cars) sumó a su favor. Pero el cambio contundente llegó con Birdman –La inesperada virtud de la ignorancia– (2014).
Tras el oscarizado film de Alejandro González Iñárritu, Keaton consiguió un nuevo Oscar junto a Spotlight (2015) de Tom McCarthy; y personajes en Spider-Man: Homecoming (2017), Dumbo (2019), Morbius (2022) y en breve (The Flash, en incluso en la “extinta” Batgirl donde coincidió con Brendan Fraser). Hace unos días ha recibido además el Premio Emmy a Mejor Actor en una miniserie por su rol en Dopesick: Historia de una adicción.
En un recorrido como este, la lista de nombres es antológica. Todavía más si se revisan los años dorados de la industria. Antes, habría que recordar a Winona Ryder (quien ahora se luce en Stranger Things), Anna Paquin, Pam Grier, Debra Winger, Kathleen Turner o Kelly McGillis quienes se han enfrentado a la presión por alejarse de los focos por distintos motivos.
No hablemos ya de Armie Hammer, Kevin Spacey y Will Smith. Por ahora en un extraño limbo, velo y veto que la industria -y en algún caso, la Justicia-, no se atreve a levantar y/o decidir.
Entre todos ellos, siempre hay alguien que se sale con la suya. Que se aleja, no porque la industria lo desee, sino porque es lo que realmente quiere. En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, a sus 36 años, ese icono de la interpretación y gloria de Hollywood se retiró. Alegó querer estar sola, quizá bastante harta de los oropeles que el éxito ofrecía. La Divina cambió de costa y se convirtió en leyenda viva. No como Rodolfo Valentino, Marilyn Monroe o Elvis Presley quienes ídolos en vida, murieron para vivir eternamente. Greta Garbo vivió mientras su leyenda crecía y más aún el reclamo para que regresara a las pantallas. Nunca volvió. Ni siquiera para recoger el Oscar a su extraordinaria carrera. Cuando falleció el 15 de abril de 1990, a los 84 años, su rostro era invisible. Sin embargo, La Divina sigue allí, para su gloria absoluta. La suya, de nadie más.
*Las fotografías y el video fueron facilitados por el autor, Robert Andrés Gómez, al editor de La Gran Aldea.