Mis discusiones con algunos estudiantes e incluso con allegados adultos mayores, todos convertidos en detractores de los políticos actuales, me han insuflado la preocupación suficiente para volver a tratar el tema extenuante de la política como oficio y compartir algunas reflexiones con ustedes sobre los erráticos parámetros de su juzgamiento colectivo.
Lo primero que destaco es que Venezuela pareciera ser el único país del mundo donde los políticos no son calificados por su gestión de gobierno o por ganar elecciones, sino por su incapacidad para derrocar regímenes totalitarios e incluso para algunos dictatoriales lo que sería aún peor.
La inmensa mayoría de los políticos venezolanos contemporáneos nacieron en democracia, esto es después del año 1958. Nacieron en un país libre y se formaron para conquistar el poder electoralmente conforme a la sólida Constitución de 1961, a diferencia de sus predecesores que tenían ante sí la conspiración como única opción, de hecho, la Generación del 28 nació en dictadura. Creo entonces que las habilidades y capacidades de los políticos actuales debe hacerse sobre otros parámetros que hoy no están a la vista y no exclusivamente sobre la capacidad o incapacidad para sacar a Maduro del poder por la buenas o por las malas, por más justificados que sean el deseo y la necesidad.
No es sensato desconocer que estos políticos han cometido errores, algunos más, otros menos, pero en conjunto sí han incurrido en desatinos casi siempre engendrados por la viveza y la ausencia de una visión de Estado. No piense usted amigo lector que vivo en Ganimedes. Ciertamente la división y la lucha interna, e incluso algunos saltos de talanquera y actos de corrupción impensables, son motivos suficientes para criticarlos severamente, pero de allí a decir que ninguno sirve y desdeñar todo esfuerzo previo, resulta, a decir lo menos, injusto.
Hay dictadores que han muerto en su cama luego de ejercer el poder por décadas, pero no por ello puede estigmatizarse o desdeñarse la lucha de muchos que incluso, con vocación de mártires, hicieron lo posible para lograr un cambio en el control del poder, pensemos en Chile o en Cuba por mencionar solo dos ejemplos. Es aquí donde me veo emplazado a citar y reivindicar a los políticos exiliados, presos, perseguidos e incluso a los fallecidos en los últimos años. El asunto, como bien lo relata nuestra propia experiencia, no es soplar y hacer botellas. Los esfuerzos son muchos y de distinta índole, pero el objetivo de lograr un cambio no violento, parafraseando al finado, “por ahora” no se ha logrado.
Es natural canalizar la frustración. La sociedad entera, incluyendo, claro está a los líderes políticos, ha hecho todo lo posible por alcanzar procesos electorales auténticos y ejercer su soberanía para cambiar el régimen político y restituir la democracia constitucional. Se ha batallado a brazo partido en las calles, en los organismos internacionales, en los medios de comunicación y en todo terreno en que se ha visto una oportunidad de cambio. Es natural sentir frustración y hay que culpar a alguien, cualquier psicólogo lo podrá corroborar y más en el campo de psicología social. En ese contexto los políticos actuales, en general, están de pechito y listos para recibir las piedras. Ello es parte de su oficio.
Insisto, no son moneditas de oro y han cometido serios errores que no se pueden justificar, pero verdaderamente hay que preguntarse desde cuándo no hay una elección auténtica en Venezuela, y peor aún, si algún político opositor de los actuales ha ejercido verdaderas funciones de gobierno a nivel nacional; sin olvidar además que los mandatos regionales que han sido ejercidos bajo observancia, control y amenazas del Poder Ejecutivo Central y todopoderoso. Ese es el terreno en el que se juzga a los políticos, es decir en el campo de la normalidad democrática y la gestión pública. Pero hoy se les juzga fundamentalmente por haber logrado o no un cambio bajo condiciones no democráticas. Lo curioso es que muchísimos de quienes hoy se inscriben en la fila de los que atacan a los políticos, aplaudían a rabiar a Juan Guaidó, se dieron codazos por tomarse una foto con Henrique Capriles y la caprigorra y hasta estuvieron dispuestos a votar por Arias Cárdenas.
La política es un oficio serio y delicado, por eso como decía Luis Castro Leiva, no es una actividad de guarapita y carne en vara. Es una función realmente pública de la que depende el bien común, que no es otra cosa que las condiciones bajo las cuales libremente podemos realizarnos espiritual y materialmente. No concibo una sociedad sin políticos y sin instituciones. El finado vino de ahí; salió de la comparsa colectiva y el supuesto clamor de acabar con la Cuarta República. Hoy la gente espera el centenario de Carlos Andrés Pérez (CAP) para hacerle honores en modo añoranza. Extrañamos a Rafael Caldera y a Rómulo Betancourt, quisiéramos una reedición contemporánea de ellos. Pero ninguno salió de la nada, todos salieron de la política; de esa política seria e imperfecta pero que permite a las naciones encontrar un rumbo hacia el bienestar y la paz.
Soplan vientos de primarias. El desprestigio de los políticos que reflejan las encuestas es una mala noticia. Las críticas fundadas a los políticos actuales que por haber fomentado la desunión y la falta de una visión unitaria, siguen ahí y no se pueden soslayar. Es el momento de que ellos asuman una nueva actitud y regresen a aquellos tiempos de la gran unidad superior. Es el momento de justificar la nueva denominación “Plataforma Unitaria”. Esa es la parte que a ellos corresponde y deben asumirla con criterios de responsabilidad, eficacia y oportunidad. Quien quita que en esas primarias pueda alzarse con el triunfo alguien inesperado, eso también es política.
Pero esa moneda tiene otra cara. ¿Qué nos toca a nosotros como sociedad y especialmente a los jóvenes? Empujar para emplazarlos y participar masivamente en esas posibles primarias que den cuenta de nuestro apoyo a un liderazgo vigoroso y organizado. La antipolítica no es opción, es la bendición para el continuismo. Tengo fe en que el país entero, incluyendo a quienes fueron obligados a emigrar por necesidad, esté dispuesto a elegir a un solo candidato y sus suplentes y digo suplentes porque hay que ir con varios, no olvidemos el Contralor siempre está merodeando en silencio con su inconstitucional guillotina.
Con un fuerte respaldo y la reconexión de todos en la reconquista de la democracia, el objetivo será alcanzado. Lo que no podemos es darnos el lujo de perdernos en la crítica y en la frustración; seguir anclados en una suerte “pare de sufrir” y dejar de luchar por lo que somos, por lo que queremos y por lo que aspiramos. Sentarnos a todos en la tribuna de los entregados es lo que desea el establishment y trabaja día y noche para ello, aunque el país siga cuesta abajo en la rodada. Vamos a la carga con menos codazos hacia los lados y más fuerza hacia el frente.
*Profesor de Derecho Constitucional.