Eso era antes que un venezolano salía del país y, al poco tiempo, añorante de nuestra gastronomía debía conformarse con sucedáneos viles. Ahora, casi en cada esquina del mundo hay una solución para el acuciante anhelo de alimentarse como Dios manda, esto es, con comida venezolana. En las grandes ciudades de Estados Unidos y Europa proliferan las ventas de tequeños, cachapas, arepas y hasta patacones; y en las medianas y pequeñas, son cada vez más los comercios que expenden Harina P.A.N. También los quesos frescos van abriéndose paso en los exigentes mercados de productos lácteos.
El motivo es evidente. En la actualidad, según cifras de Naciones Unidas, constituimos la diáspora más numerosa del mundo (a pesar de tener una población no muy grande). Eso no significa solamente que somos consumidores de gastronomía venezolana, sino divulgadores de este tesoro, que ahora es parte de la coquinaria universal. Se había tardado. Armando Scannone se cansó de decirlo. Nuestra cocina no tiene nada que enviarle a ninguna otra de la hispanidad y, más aún, contiene singularidades, suculencias y refinamientos que la hacen muy competitiva en el orbe. La evidencia está clara. Y ya ni siquiera hay que echarse un abrigo encima para ir por una busaquita de tequeños, basta llamar al “delivery” para que venga alguien a tu puerta con el fragante pedido. Alguien, por cierto, con un acento familiar…
En este contexto, no es de extrañar la existencia y creciente celebridad del Día de la Arepa, a celebrarse el segundo sábado de septiembre, por iniciativa de Venezolanos en el Mundo (VenMundo), cuyos directivos organizaron, en julio de 2012, un evento para apoyar a los venezolanos en el exterior. Lo llamaron el “Arepazo Mundial” y fue tan exitoso que, a partir del año siguiente, 2013, quedó instituido el segundo sábado septembrino como Día Mundial de la Arepa.
El Diccionario histórico del español de Venezuela, vol. I, establece que la palabra “arepa” es una «Voz de origen cumanagoto…». Cómo haríamos para explicarles esto a quienes pretenden asignarle otra nacionalidad al muy venezolano maná de cada día. Quizá si repitieran: cu-ma-na-go-to. Pero es que ya en el libro “Viaje y descripción de las Indias (1539 -1553), queda documentado que los indígenas del territorio que hoy es Venezuela «hacen otra suerte de pan a modo de tortillas, de un dedo de grueso, redondas y grandes como un plato a la francesa, o poco más o menos, y las ponen a cocer en una tortera sobre el fuego, untándola con grasa para que no se peguen, volteándolas hasta que estén cocidas por ambos lados y a esta clase llaman “arepas”».
Para los cumanagotos, el término designaba originalmente al maíz. «Desde los primeros tiempos hispánicos y hasta el presente vino a nominar el pan de forma circular y plana, hecho con masa de maíz blanco o amarillo o con harina precocida de ambos tipos de maíz».
He aquí la madre del cordero. La harina precocida. Tal como explica Ricardo Estrada Cuevas, en su libro “Arepólogo” (Caracas, 2021), a mediados del siglo 20, mientras el país experimentaba un acelerado crecimiento económico, así como notables cambios sociales, que incluyeron la incorporación de la mujer al trabajo remunerado, de pronto no hubo quien pilara maíz, amasara aquel montón y se para horas ante un budare cuajando arepas antes de guardarlas para irlas sacando en la medida en que se fueran necesitando. Por suerte, ocurrió el prodigio. «La rapidez de la vida moderna se incrustó en nuestra forma de vida», escribe Estrada Cuevas, «y la arepa, que corría peligro de desaparecer, comenzó, con ayuda de la tecnología, su recuperación. Nace la harina precocida que, con el impulso de Empresas Polar, a través de su producto Harina P.A.N., permite a la arepa volver a la mesa de los venezolanos de una manera sencilla y fácil. Luego otras empresas productoras de alimentos comenzaron a fabricar también la harina de maíz precocida, por lo que ahora la arepa se encuentra en muchísimos lugares».
Sin la Harina P.A.N., el exilio no tendría esa ventana dulce al fogón nacional. Sería imposible. El Día Mundial de la Arepa, en buena medida, es la fecha de ese indispensable producto, que nos permite amasar todos los días esa torta que, al abrirla con cuchillo, nos prodiga ese aroma limpio y tibio que nos anima a seguir bregando. La arepa, quién no sabe eso, es mucho más que un comestible que echarse al buche. Dejémoslo en palabras del citado Diccionario histórico… «Se trata de una voz patrimonial, cuyo arraigo y significación están estrechamente ligados, más allá del ámbito de la alimentación, a la representación de la cultura venezolana».
Una cultura que está en franca expansión. Y no solo en lo territorial, por los millones que han traspuesto las fronteras huyendo de la dictadura y el empobrecimiento a esta asociada. La cultura venezolana es ahora el secreto que antes fue la gastronomía. No hay sector tan vital, tan terco y tan activo como la cultura en Venezuela.