Lo ocurrido en el mercado cambiario hace unos días revela la gran fragilidad de la dinámica económica de Venezuela. Bastó con que coincidieran unos cuantos elementos distorsionadores para que el ambiente se tornara llenó de confusión y miedo. Vale la pena repasar los hechos recientes que nos tocó vivir.
La expansión de la base monetaria durante la semana que cerró el 19 de agosto fue una de las más altas de nuestra historia reciente al alcanzar 36%. El Gobierno pareciera haber inyectado un monto importante de gasto fiscal durante esa semana, y probablemente se realizó, no con recaudación de impuestos u otra vía sana de financiamiento, sino con emisión de dinero por parte del Banco Central de Venezuela (BCV).
A esto se suman otros dos hechos. El Gobierno decidió extraer liquidez a través de bonos indexados en dólares, los cuales tenían cupones alrededor de 16%. Esos bonos eran en bolívares y su colocación no tuvo éxito. Por otro lado, el Banco Central venía asignando cuotas estables de divisas en lo que va de año, pero esa asignación bajó de forma significativa, lo cual tuvo una incidencia muy negativa en las operaciones de menudeo. Además, la vía de asignación cambió, al pasar de una con un tipo de cambio fijo a comienzos de semana, a otra vía subastas a lo largo de la semana, igual con un monto inferior al que se tenía en semanas y meses previos.
Hay un tercer factor que hay que asomar: las expectativas de la gente. Después de salir de un episodio tan hostil como la hiperinflación, los ciudadanos son más cuidadosos, el miedo y la angustia afloran de manera más rápida. Al notar e intuir lo que ocurría, la respuesta de los agentes económicos retroalimenta y hasta exacerba el movimiento del tipo de cambio, hay más emocionalidad que racionalidad. El resultado fue claro y muy duro para la gente.
Estos saltos abruptos en el tipo de cambio y en los precios de los bienes y servicios son piedras inmensas que se atraviesan en el largo camino de la toma de confianza en la moneda local. Si no somos capaces de recrear ese ambiente, esa realidad de estabilidad cambiaria y monetaria, entonces la dolarización plena luce como la opción de mayor beneficio. No sería el camino ideal, pero sería nuestro “peor es nada”.
Yo estoy convencido de las bondades de tener una moneda propia, pero claro, en un contexto muy distinto al actual y quizás para allá debemos apuntar, a darnos ese nuevo contexto. Por ejemplo, en ese futuro hipotético tendríamos un Banco Central verdaderamente autónomo, con un Presidente de la institución y un directorio de profesionales respetables, con credibilidad, que generen confianza. También tendríamos un esquema institucional con contrapesos de poder, que puedan hacerse contraloría unos a otros, y que además estén al servicio de la nación y no de grupos particulares. Eso es para nombrar solo dos aspectos de la vida nacional, que no solo servirían para la estabilidad monetaria sino para el funcionamiento del país todo.
El objetivo final debe ser un sistema que garantice estabilidad, que minimice la incertidumbre, que ayude a formar un ambiente propicio para que la ciudadanía sea capaz de desarrollarse plenamente como individuo, sea este un profesional de cualquier área, un profesor, un estudiante, un artista, un deportista.
Tenemos que convencernos que llegar a ese modelo, a ese sistema va a depender de nosotros mismos. Como me dijo la profesora Isabel Pereira hace unos días, las instituciones no se crean solas, las definen y las implementan las personas. Allí yace un trabajo importante por hacer, una tarea fundamental por realizar.
@HenkelGarcia