Hay algo muy inquietante en la naturalidad con la que ocurren las cosas en esta novela. Fluyen, quizá sea un término que lo describa. Fluyen y uno, lector, está allí fisgoneando y casi sin darse cuenta acomodando conceptos morales, prejuicios y principios para seguir adelante. Eso logra Yoko Ogawa con su manera de contar.
La voz que leemos es la de Mari, una adolescente que pasa sus días entre oprimida y aburrida, trabajando con su madre en un modesto hotel de un pequeño pueblo costero. La mujer, viuda, solo parece tener dos obsesiones: el dinero y mantener el cabello de Mari peinado, recogido, perfectamente atrapado y sin la mínima posibilidad de desorden. Podría uno pensar que es lo mismo que pretende para la hija: una vida gris en la rutina del hotel.
Y el giro llega en forma de pequeño escándalo. No afuera, en la calle. Ocurre ahí mismo, en el hotel. Una mujer que insulta y descarga contra un hombre mayor, misterioso, que casi sin levantar la voz pronuncia unas palabras con un tono tan cargado de autoridad que produce un efecto inesperado en Mari.
Se trata de un viejo que entró a una habitación con una prostituta y quién sabe qué le habrá pedido hacer para escandalizarla de semejante manera. Para Mari, esa voz es otra cosa, el episodio es menor, solo importa lo que el tono de ese hombre ha despertado en su interior. Algo que no sabe qué es. Algo que dispara su curiosidad y por eso decide seguirlo cuando un día, por casualidad, lo reconoce en el pueblo.
Ocurre lo previsible: él descubre que lo persigue y la encara. Cruzan algunas palabras, hay nervios, confusión, timidez. Pero algo comienza esa tarde. Y ya podemos prever que Mari, de 17 años, avanzará hacia una relación con aquel hombre tan mayor, del cual sabremos que es traductor de ruso, que vive solo en una isla vecina, que siempre viste igual, que mantiene rutinas casi inalterables, que es educado y muy amable y que tiene algunos secretos.
Lo que no podemos anticipar es el tipo de relación que forjarán.
Owaga, la autora, se vale de la voz y el punto de vista de Mari para contar todo con una enorme habilidad para deslizar información en los momentos precisos, con elegancia y conciencia de la funcionalidad, manteniendo lo dicho inicialmente: esta historia fluye. Y lo que va contando es lo que vive Mari atraída por aquel viejo traductor que la inicia en una práctica sexual de sometimientos, humillaciones y dolor, a la que ella se entrega primero con miedo y luego con deleite y con el convencimiento de que está experimentando el amor.
Mari no se detiene a analizar ni a pasar por filtros morales lo que vive en esos días. Por primera vez siente que está haciendo algo que desea, que le produce placer. Quiere entregarse a las órdenes del traductor, tanto como quiere escapar de las órdenes de su madre. La mirada de Mari no ofrece un resquicio para el juicio, para la percepción de lo incorrecto, lo inapropiado: después de todo, es casi una niña. Mari se entrega, se deja llevar, quiere más. Solo describe, no se queja, no denuncia:
“Me había desnudado con gran habilidad: se había mostrado brutal sin descuidar los detalles, me había humillado sin perder en ningún momento la elegancia. Me despojó de la ropa del mismo modo que un experto perfumista deshojaría una rosa, tal como un joyero abriría una ostra para extraer de ella una perla”.
“Cerré los ojos, porque de ese modo percibía de manera mucho más vivida hasta qué punto era vergonzoso el trato al que me sometía”.
Esta novela fue publicada por primera vez en 1996 y pasaron algunos años hasta que la tradujeron. Si bien Yoko Ogawa no ha tenido la proyección mediática de su paisano Murakami, es muy popular en su país y también lo es fuera de él. Ha ganado los más prestigiosos premios literarios de Japón y su nombre ha sido reconocido también en el mundo literario occidental: sus novelas “La fórmula preferida del profesor” y “La niña que iba en hipopótamo a la escuela”, recibieron los premios Yomiuri y Tanizaki. Y buena parte de su obra está traducida al inglés, al español y a unos cuantos idiomas más.
“Hotel Iris” (Ediciones B, 2002) es hasta ahora el único título en el que explora la sexualidad de una manera tan abierta y natural. Pero no hay que confundirse: esta no es una novela erótica ni nada por el estilo: es más bien un vehículo para entrar en la psicología de un personaje que descubre y acepta una parte de sí misma que no conocía o que -es otra manera de verlo- acostumbrada al abuso, se entrega a uno nuevo que al menos la seduce y le genera placer. Cualquiera sea la explicación, siempre será una lectura inquietante, tanto por lo que sucede como por el “proceso” mental de su protagonista.