Claro que eso de los riesgos no es nada nuevo, ya todo el mundo conoce aquella frase popular citada por Juan Luis Cebrián: «No le digas a mi madre que soy periodista; prefiero que siga creyendo que toco el piano en un burdel».
Intervinieron en el Foro «Libertad de expresión en Venezuela: estado de la situación y líneas de acción» una consejera y un relator del derecho a la libertad de expresión en dos organismos clave: Judith Arenas, de Naciones Unidas, y Pedro Vaca por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Igualmente estaban los periodistas Roberto Deniz y Carolina González. Moderaba Marysabel Rodríguez, de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), institución que impulsó este encuentro junto con la ONG Espacio Público y la Embajada de Francia en Venezuela.
Vale la pena volver sobre el papel del periodismo en tiempos de desasosiego, palabra que al final del Foro utilizó el activista Carlos Correa, quien intervino brevemente. Es posible que haya querido recuperar el ánimo de la audiencia, ya que dos exposiciones y varios comentarios dibujaron el crudo sufrimiento de un oficio y de unos medios que molestan al poder simplemente porque piensan con cabeza propia. Carolina González relató el vía crucis de El Carabobeño hasta caer de bruces tras 89 años de historia, y el día en que el propietario del periódico le dijo que prefería verlo lleno de telarañas antes que en manos indebidas. Si eso mismo se lo hubiesen planteado los antiguos dueños de Globovisión, Últimas Noticias o El Universal, tal vez la historia reciente de Venezuela hubiese sido distinta.
De todos modos El Carabobeño se levantó tras caer de bruces y ahora anda, aunque solo a media asta, en modo digital.
En Venezuela, o alrededor de Venezuela, debe reivindicarse el oficio del periodismo que sigue vivo y quiere informar. Aquí el protagonista no es el editor ni el propietario ni la marca sino el reportero raso, el que va y busca. El que expone su pellejo. Es una profesión de héroes, si te la tomas en serio y te guías por sus principios éticos. Por cierto, ahora el gobierno de Nicolás Maduro quiere meterle mano a la ley que rige la profesión, en la Asamblea dicen que no deja campo a los comunicadores populares. Es verdad. Es una ley para profesionales, no para propagandistas a sueldo.
El periodismo es la profesión de la inteligencia y de la paciencia en la búsqueda del dato preciso. Igual le abre camino a la crónica que al testimonio (aquí hay que anotar el trabajo de la página La vida de nos) o a la semblanza o al informe pormenorizado sobre un entramado de corrupción contado como un informe médico: esto último distingue a Armando.info pues sus reportajes son verdaderos informes de la cirugía practicada en las vísceras del aparato madurista. De allí suele gotear sangre.
Roberto Deniz, quien ha llevado en ese portal el caso del bandolero Alex Saab, advirtió en este Foro que el avance de un gobierno totalitario en contra de la libertad de expresión nunca termina. El hambre de matar zonas o vestigios de libertad nunca se sacia. Armando.info es un medio de apenas ocho años de edad, nativo digital, cuyos cuatro miembros fundamentales tuvieron que exiliarse en 2017 porque, si no, iban a ir presos por lo menos seis años. Precisamente debido al expediente con informaciones confirmadas que le levantó ese sitio web al rey de las cajas de alimentos dañados o vencidos.
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Hay momentos que vive un pueblo y pueden ser definidos como de desasosiego. O momentos de euforia. O momentos de luto. Cualquiera que sea el signo del momento, el deber del periodista venezolano es documentar la tragedia cotidiana, la cual ofrece múltiples aristas. Los pueblos aprenden si tienen memoria y la memoria se machaca con historias e imágenes. La documentación constituye el testimonio de la gente y de los hechos que adquirirá más y más valor con el tiempo. En este caso, será fundamental durante la etapa de la recuperación de la democracia.
En Venezuela persiste la voluntad de informar y de informarse. El carácter del actual momento del país no es de resignación, aunque sí puede hablarse de desasosiego. «La venezolana no es una sociedad resignada, sino una que procura salidas para sus enormes desafíos», dijo Carlos Correa.
Judith Arenas, en el Foro referido, destaca la importancia del periodismo como bien público. Destaca también el tema de la propiedad de los medios. Le preocupa la sensibilización sobre los problemas de la sociedad, dice que eso es un tema dentro de Naciones Unidas. Es decir, que el pueblo sepa distinguir los problemas que le atañen, no los problemas que la propaganda oficial le hace ver.
Por su parte, a Pedro Vaca, relator de la CIDH, le preocupa la utilización del periodismo como propaganda. «Hay que reflexionar sobre eso. Hay que reflexionar también sobre el discurso estigmatizante. La interpretación de la Ley del Odio es, cuando menos, arbitraria. El periodismo independiente transcurre siempre cuesta arriba».
Y esto dice sobre la autocensura: «La libertad de expresión no convive con el miedo sino con la confianza. La autocensura termina siendo una atmósfera. Eso se respira». Conoce bien la realidad de Venezuela, Pedro Vaca.
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Este oficio o profesión ante la máquina de escribir o ante el ordenador seguirá siendo un sueño persistente, una caja de sorpresas, un reto a la inteligencia. Siempre vendrá envuelto en promesas. Cuando estudiamos la carrera imaginamos que con la fuerza de nuestra palabra revelaremos la verdad sobre un suceso o sobre un personaje. Al salir a la calle ya veremos que no es tan fácil. La verdad es elusiva o cuesta muy cara. O suele esconderse o mostrarse a medias, como una señora de moño suelto y costumbres relajadas. En los años de estudios tal vez habremos pensado en cambiar el mundo desde el periodismo, haciéndolo más humano o más justo o más divertido, incluso, con la fuerza ejemplar de nuestro próximo reportaje. Pero uno aprenderá que la gente no escucha o no ve necesariamente lo verdadero sino lo que está dispuesta a escuchar o ver.
En el ejercicio uno sabrá que las fake news llevan ventaja de arrancada. En aquellos años universitarios habremos pensado que, con la pura gracia de un lead ingenioso, o mediante un texto de trepidante ritmo, abriremos la sección de política y seremos influyentes, o al menos le daremos una pedrada al poder (económico, político, religioso: el que sea); pero no, aprenderemos que los poderes saben acorazarse.
En fin, pensamos en que redactaremos una eficaz y redonda crónica, bien jugosa en datos, y muchas cosas más durante esa etapa idílica de los estudios; que influiremos en la opinión pública, que lograremos prestigio dentro de algunos círculos. Aprenderemos que la opinión pública es amorfa y que el prestigio no sirve para nada.
Pero el periodismo abrió y sigue abriendo la capacidad de soñar de mucha gente. Hay un montón de jóvenes estudiando Comunicación Social en la Venezuela de hoy. ¿Qué piensan? De eso también se habló en el Foro. Cambian las plataformas, cambian los procesos cognitivos: seguramente, al elegir lo que leemos y lo que desechamos, en las redes es distinto a como reaccionábamos antes ante la jerarquización que hacían los periódicos en sus portadas.
Pero sigue siendo básicamente lo mismo, el periodismo si es verdadero y ético va a seguir siendo enemigo del poder. Si está hecho con compromiso y dedicación. Lo que pasa es que en una sociedad normal los poderes tienen contrapesos. Si el caso Watergate es el símbolo histórico de la independencia de la Prensa frente al poder político, la rabia que le tiene el chavismo al periodismo independiente venezolano es la prueba de que va por buen camino.
@sdelanuez
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