No es por hacer leña del árbol caído. Es un afán meramente aclaratorio. Si se quiere, un malestar idiomático. Diría incluso que es una preocupación que va más allá de la ansiedad gramatical. Justo ahora en estos tiempos aciagos, estos días de errancia, de éxodo, de migración. De estas desventuradas peregrinaciones de venezolanos buscando una vida más amable y más digna en alguna otra esquina del mismo continente americano. O donde sea, en algún otro recodo de cualquier continente abierto.
Por primera vez en la historia, me atrevo a decir sin temor a equivocarme, nos vamos nosotros, nos largamos nosotros, contra viento y marea. No recibimos, nos fugamos. Y se hace cada vez más común el relato del sentimiento xenófobo hacia nuestros migrantes venezolanos sobre todo en la propia América. (Sí, la “América Letrina”, citando a mi amiga Zoé Valdés). La misma América esa de la que alguna vez recibimos refugiados cuando nosotros vivíamos una democracia defectuosa pero democrática, y ellos, en cambio, estaban sometidos a oscuros regímenes totalitarios. Cundidos de desaparecidos, torturados, y botas militares apuntando a todas partes.
Ya tenemos hasta un nombre propio despectivo, “venecos”, que comenzó siendo el venezolano en Colombia pero que termina siendo ya un venezolano de quinta aunque sea de primera, donde quiera que esté. A diario leemos de maltratos, vejaciones, humillaciones y cualquier cantidad de manifestaciones de xenofobia hacia los venezolanos. Es muy duro saber a conciudadanos apiñados en otras fronteras, arriesgando la vida por los caminos de la huida.
Con esto no desdigo que de todo hay en la viña del Señor. Y que hay venezolanos buenos y venezolanos menos buenos repartidos por el mundo. Pero lo que sí es un hecho es que por primera vez padecemos discriminación y xenofobia, por nuestra nacionalidad. Por eso cuesta tanto entender que un representante político desconozca el significado de un vocablo que es hoy por hoy moneda de curso corriente en el mundo en general. Y en lo venezolano en particular. Tan de moda que estamos, tan de moda que está la xenofobia que nos toca. Que no la homofobia (¿O también?)
Xenofobia, homofobia, misoginia, transfobia, racismo, feminismo, machismo. Hombre, si es que el ramillete completo es trending topic.
¿Un político en Venezuela que no sepa hoy qué es xenofobia? Dice la RAE: “De xeno -y- fobia. Fobia a lo extranjero o a los extranjeros”. Para mayor abundamiento, la xenofobia es el rechazo u odio manifiesto al extranjero o inmigrante, que puede ir desde el simple rechazo, pasando por formas de agresión y, en algunos casos, hasta desembocar en un asesinato. La mayoría de las veces la xenofobia se basa en el sentimiento exacerbado de nacionalismo, aunque también puede ir unida al racismo, o la discriminación.
Sí, me quiero referir a la entrevista que le hiciera Kiko Bautista al secretario de Organización Nacional de Acción Democrática, Carlos Prosperi.
El entrevistador pregunta: ¿Tú estás de acuerdo con la diversidad sexual?
Prosperi responde: “Mira Kiko, nosotros tenemos que entender que el mundo evolucionó. (…) Entendemos que hay algunos que tienen xenofobia… Nosotros no podemos estar en contra de una xenofobia porque hay personas que llegaron al mundo no porque quisieron venir así” SIC. (¡¿Así cómo?!).
Bautista remarca entonces: homofobia.
No pretendía Bautista poner al joven Prosperi contra las cuerdas, no me lo pareció. Muy por el contrario: hizo las preguntas más simples, las más obvias, las más repetidas, las más fáciles. Y hasta le sopló que “eso” a lo que el político se refería no se llamaba xenofobia sino homofobia.
Y sin embargo, el joven adeco se perdió por la vereda, dio un traspié inimaginable, tropezó con una piedra invisible, se resbaló sin concha de mango y respondió “ah sí, claro, homofobia porque xenofobia es hacia las mujeres”.
Se vale errar. Es de humanos errar. Nos pasa a todos. Y no, no me da risa. Me dan ganas de llorar. Me dan ganas de retroceder el video y comenzar de nuevo. Me da claustrofobia en el pecho, caspa, agorafobia, urticaria, otitis, me dan hasta las fobias que no conozco cuando pienso que esto es lo que nos queda. Peor aún: me compadezco hasta con cierta ternura del chalequeo del que habrá sido objeto el señor Prosperi.
¿Cómo se prepara a un político en el 2022?
¿Cuándo un político está curtido para salir públicamente al ruedo?
¿Cuándo un torero está listo para enfrentar al toro?
Entrenamiento, preparación, estudio. Mucho más que un cargo, un copetico, un carné.
-Épale, ¿te molesta la vesícula?
-Como que sí, me tiene fastidiado.
-Entonces, acuéstate ahí que te la saco en un momentico.
¿Así, como en una carrera de medicina revolucionaria?, ¿improvisamos todos?, ¿para siempre El Diente Roto?
Soy analfabeta política, siempre lo digo. Y sin embargo, tengo para mí que un líder político se parece -o debería, para conectar con un votante medio- al héroe de la literatura universal, a su relato arquetípico: una historia de éxito, de superación de obstáculos, de la conquista de valores que lo trascienden a él mismo, y una meta por alcanzar, una meta santo cielo.
Como el héroe de los libros, digo yo, en política un líder debería sostener un relato con credibilidad, solvencia, valores y emociones, una narración personal creíble porque (y esto lo leí alguna vez): “La persuasión política tiene que ver con redes y narraciones porque el cerebro político es un cerebro emocional”; Westen, D. 2007, “The Polithical Brain”.
Dicen algunos expertos en inteligencia afectiva que existen emociones más poderosas que otras en cuestión de toma de decisiones políticas: el entusiasmo es una de ellas.
¿Qué es entusiasmar? Según la RAE es causar ardiente y fervorosa admiración, ese sentimiento que nos produce aquel personaje al que podríamos considerar un héroe. Yo lo he sentido. Así voté por primera vez, con entusiasmo real. Ya no. Ya no, ya nadie. En 23 años, el poco entusiasmo ha sido vano, ilusorio, irreal, además. Porque el espectáculo político se vació de contenido, de relato, de sentimiento. Queda si acaso -y eso sentimos muchos- el remedo de una piñata que nadie se quiere perder. Una para la que casi todos están listos, vestidos, peluqueados, botoxeados y alborotados.
Por eso, bien que lo sé, hablar sobre héroes, literatura, gramática, persuasión y sentimientos no alcanza. Es casi utopía para nosotros los venezolanos en este momento, porque no existe una fórmula mágica que convierta simples y desangelados seres mortales en seres admirables. No hay líderes sin relato, sin emociones y sin tiempo.
*Al cierre, imposible de obviar algunos contrastes: admiración y entusiasmo me produjo siempre el ilustre médico, internista, inmunólogo y profesor titular venezolano, fundador del Instituto de Inmunología, adscrito a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Vicerrector Académico de la UCV, amigo y gentil ser humano, Nicolás Bianco. Y esposo de mi hermana de vida, la gran poeta Patricia Guzmán. Ambos mi familia escogida. Nos acompañamos amorosamente durante décadas. Pero ahora Nicolás ha partido. Bendita sea su memoria. Bendita la memoria de quienes han hecho la narración del país que fuimos. Uno que exhibía excelencia.