Una extraordinaria dama, con experiencia gubernamental y privada, señalaba en un foro reciente, que las políticas públicas son fundamentales para fomentar el crecimiento de cualquier economía. Sin mecanismos transaccionales amparados por un sistema judicial imparcial, sin baja inflación, sin leyes que regulen una relación laboral competitiva y mutuamente beneficiosa, sin protección a la propiedad -bien sea física o intelectual- es muy difícil que las empresas nazcan y crezcan, posibilitando el valor que toda nación busca de ellas: oferta de bienes y servicios, creación de puestos de trabajo que generen crecimiento profesional, impuestos para el sostenimiento del Estado, resguardo al ahorro individual de los ciudadanos y balanza comercial creadora de riqueza.
Sin embargo, las políticas públicas, por sí solas, no bastan. Hacen falta empresarios visionarios y competentes, dispuestos a crear o cambiar modelos de negocio. Personas capaces de transformar una idea novedosa en un bien o un servicio que no se ha tenido antes, personas que vean oportunidades donde otros no ven nada. Así, estas personas emprenden y desencadenan todo ese valor que la empresa provee a una nación. La magia del valor que las empresas aportan a las naciones no viene de que los empresarios sean filántropos cuyo corazón noble privilegie el bien común por sobre su bien personal. El empresario vislumbra que, pudiendo resolver los problemas de otros, este logra devengar una compensación para sí; es decir, este deriva un ingreso tal que genera una ganancia.
La historia está llena de ejemplos de ese tipo. Uno de los problemas ha sido el de comunicarnos, y así nació la telefonía en manos del escocés Alexander Graham Bell, aun cuando al Italiano Antonio Meucci le fue reconocida la invención misma, dando nacimiento a lo que, con el tiempo, se convirtió en la magnífica compañía americana ATT. Lo mismo sucedió años más tarde con la innovación presentada por una compañía en marcha, Motorola, que impulsó el mundo de la telefonía móvil. Igual se puede decir de los automóviles con la conocida historia de Henry Ford, o su versión actualizada y eléctrica con la Tesla de Elon Musk.
La fotografía para aficionados que se posibilitó mediante la película enrollable inventada por George Eastman, fundador de Kodak, que luego evolucionó a fotografía digital, para lo cual la japonesa Nikon desarrolló y explotó la primera cámara réflex digital. También ocurrió para el transporte en la aviación, a manos de los hermanos Wilbur y Orville Wright, dando paso a la aviación comercial de la que surgieron compañías como la Douglas Aircraft Company, creada por Donald Wills Douglas, hoy integrada en Boeing, o Clyde Cessna, pionera de la aviación privada, hoy parte de Textron. Todas grandes compañías que han generado enormes niveles de prosperidad a las naciones en las que operan.
Así, los empresarios van resolviendo problemas, cada vez de mejor y mejor forma, al punto que a veces los consumidores ni siquiera asumen los problemas como tales, hasta que nuevas tecnologías hacen ver las anteriores como problemáticas, por ejemplo, el télex vs el correo electrónico. Cuando la competencia desarrolla medios más eficientes para resolver los mismos problemas, esto lleva a las compañías que no evolucionan a la quiebra.
Los empresarios compiten desarrollando nuevas tecnologías a fin de hacer negocios que produzcan ganancias. Uso la palabra “negocios” en la legítima concepción de una transacción que beneficia a ambas partes, una con un bien o un servicio y a la otra con un pago compensatorio; no la acepción deforme de esta, utilizada por los ladrones para mofarse de un robo al tesoro público. Un negocio legítimo, pero sin compensación, cesa el interés en el negocio. Es aquí donde políticas públicas erradas, como los controles de precios, desincentivan la realización de negocios y, por tanto, desestimulan la actividad económica, erosionando la prosperidad para las sociedades. Los venezolanos sabemos de esto, dado que nos hemos empobrecido a causa de políticas públicas erradas.
¿Innovación o imitación?
Los productos nacen, tienen un período de madurez y luego van siendo sustituidos por otros más eficientes y lo mismo se puede decir de los modelos de negocio. Las tecnologías avanzan y para no morir hay que tener productos de vanguardia y empresas con modelos de negocio disruptivos.
El modelo de negocios de Amazon fue la estocada final para Sears, Roebuck & Co., en un momento una de las compañías más sólidas pero que no se había actualizado para brindar al consumidor los productos novedosos que Walmart comenzó a ofrecer. En su conocido libro “La Estrategia del Océano Azul”, W. Chan Kim y Renée Mauborgne describen cómo, en la diferenciación y la constante identificación de lo que valora el consumidor, está la fuente de la juventud para las empresas. Estos señalan como ejemplo el Cirque du Soleil, que salió de combinar el atractivo de los circos con la majestuosidad del teatro, ambas actividades que por sí solas venían decreciendo. Nótese que no he mencionado ninguna compañía venezolana.
En el mundo empresarial, la genuina innovación no siempre está presente. Por el contrario, lo más común es la imitación con minúsculas diferenciaciones, los contratos de tecnología para usar patentes, la explotación de productos conocidos en nuevos territorios, la distribución más eficiente o la simple copia. China e India en una medida han utilizado la simple copia, aún más, el robo de tecnología, aunado a cadenas de suministro eficientes para ofrecer precios más bajos en productos tradicionales. Los venezolanos difícilmente tenemos la escala para proceder por la vía de copiar con bajos costos.
Cuando los que copian son tecnológicamente hábiles, las copias van siendo mejores que el original y los productos van evolucionando. Un ejemplo conocido es el de los aparatos de televisión. Si bien el tubo de rayos catódicos existe desde 1926, explotado por diversas compañías, principalmente americanas -recordemos RCA-, no fue sino hasta 1966 cuando la japonesa Sony patenta una mejora significativa que le valió un incremento importantísimo en participación de mercado, para luego ser superada por Lee Byung-chul, fundador de la coreana Samsung, cuyos orígenes en electrónica venían de un contrato con la japonesa Nec Electronics, y que desarrolló tecnologías de plasma y luego LED. Sony, a su vez, fue la historia de éxito de los japoneses Akio Morita y Masaru Ibuka, quienes partieron del haber negociado licencias de tecnología de Bell Labs y utilizar esa tecnología en el desarrollo de un radio totalmente transistorizado, un aparato que cabía en el bolsillo de una camisa y de los primeros usos no militares de la entonces moderna tecnología de transistores, en la década de los ‘50.
Hay personas cuya visión y coordinación para el desempeño hacen girar el curso de los acontecimientos. Esto es tan cierto en los que presentan tecnologías creando exitosos emprendimientos, como para los que sacan grandes compañías de la quiebra y las hacen enormemente triunfadoras. La capacidad de tener visión y coordinación para el desempeño diferencia a unos empresarios de otros.
Lee Iacocca fue un genial gerente de Ford Motor Company, habiendo concebido el Mustang, el vehículo más exitoso de la empresa para el momento. Luego de su salida de Ford tras discrepancias con la familia accionista principal, fue contratado por la quebrada empresa Chrysler Corporation, cargo que aceptó con una remuneración de 1 dólar al año. En menos de cinco años, Iacocca había transformado a Chrysler en una empresa rentable que pudo pagar sus deudas y que lanzó con éxito nuevos modelos de vehículos al mercado.
Asimismo, la hoy muy exitosa empresa Apple perdía dinero a fines de la década de los ‘90 cuando el mercado de computadores personales estaba saturado y Apple no ofrecía ninguna novedad. Steve Jobs, entendiendo la necesidad del momento, crea el IPod, producto que transformó radicalmente el mercado de aparatos musicales y enrumbó a la compañía en una trayectoria de innovación continua, llevándola a la mayor capitalización bursátil de empresa alguna.
Lo mismo sucedió cuando Jack Welch asume la presidencia de General Electric, hasta entonces en manos de Reginald H. Jones, a quien se le conocía por el tiempo que pasaba en Washington buscando políticas públicas favorables al empresariado americano. Jack Welch se concentró en darle competitividad a la muy diversificada y pasmosa GE, saliéndose de los negocios en los que esta no fuese eficiente y comprando negocios de nuevas tecnologías. Así, quintuplicó la facturación de la compañía y llevó su rentabilidad al mayor valor histórico, con lo cual la firma logró ser el número seis del ranking de Fortune 500. Todo lo contrario de su sucesor, Jeffrey Immelt, quien dio al traste con el legado de Welch. La moraleja es que las políticas públicas no son sustitutas para empresarios con visión y capacidad para coordinar el desempeño de sus equipos.
Diferenciarse para competir
Hace ya unos cuantos años, me pidieron asumir la vocería de una iniciativa de varios gremios empresariales locales llamada “Empresa Privada, Oportunidad para Todos”. Esta iniciativa buscaba resaltar los beneficios que la empresa privada ofrecía al país. Corrían momentos en los cuales el lema de “Hecho en Socialismo” del gobierno chavista pretendía instalar la narrativa de que lo público era generoso y lo privado egoísta, discurso que se sumaba a los innumerables controles que ahogaban la actividad privada local. El entonces presidente Hugo Chávez utilizaba los medios públicos para descalificar el concepto de empresa privada, así como desacreditar a los empresarios, llamándonos explotadores, bandidos y rémoras del Estado.
Mi labor era explicar, a distintas audiencias, el por qué las empresas privadas son generadoras de bienestar, esa magia que antes referí. En estas charlas me conseguí alguna comprensión de los beneficios de la empresa privada para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, lo que más interesaba a los que acudían era asesoría para poder realizar emprendimientos. Las personas, en zonas de escasos recursos, me manifestaban problemas de acceso al financiamiento, de comprensión de mercado, de reunir formalidades para transar desde la legalidad y así. Pero lo que más me impactaba era que, salvo excepciones, estas personas no entendían que para poder avanzar hacia la creación de negocios sostenibles debían diferenciarse de los muchos otros con los que debían competir, aún en la promoción de productos o servicios muy básicos. Y esta falla la he visto repetirse en empresarios a la cabeza de empresas establecidas.
Vale la pena destacar que aún en entornos sumamente adversos hay personas capaces de crear valor para otros. Y como ejemplo de ello está Penelope Vincent, quien creó una compañía de vajillas en Zimbabue, aprovechando el talento de artistas locales y ha exportado de manera exitosa a muchos otros países. Esta es la historia de éxito de Penzo. Zimbabue, su larga autocracia, su absoluta falta de institucionalidad, sus humildes y empobrecidos nacionales con unas competencias académicas muy bajas, sin duda conforman un entorno muy adverso.
Luego de estas reflexiones, lo que queda en mi mente es una pregunta difícil de responder: si el entorno venezolano mutase a uno en el cual existiese institucionalidad estable, buena infraestructura, baja inflación, paridad cambiaria de mercado, créditos accesibles, baja presión tributaria y leyes laborales flexibles, con una economía de mercado abierta… ¿Sería yo capaz de crear, para la empresa en la cual trabajo, productos de vanguardia, altamente actualizados y competitivos, cuyo nivel de atractivo los haga deseables en otras latitudes, con un modelo de negocio altamente eficiente?, ¿sería yo capaz de crear un negocio de talla internacional? Dejo esta pregunta en el aire y se la extiendo a mis amigos empresarios. Aún con las mejores políticas públicas, ¿qué tan lejos podemos llegar los empresarios venezolanos?
@JPOlalquiaga