En la aldea
02 enero 2025

El regreso a El Silencio

Un relato que puede ser tan cercano como escuchar, entre estación y estación del Metro, la conversación entre dos amigas. Una charla que habla de futuro, para quien la dice como para quien la escucha, porque estas palabras tienen sonido. La narrativa comparte la cotidianidad de un regalo de esperanza, de ir descubriendo que ya todo pasó, que como las protagonistas quizá todos los venezolanos también se sumerjan en el cuento ficticio, que ¿también podría ser real?

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Luis A. Pacheco | 27 julio 2022

Hace ya algún tiempo, mi amigo Gustavo Núñez y yo nos sentamos a conversar sobre la necesidad de sembrar en los venezolanos la esperanza de futuros más allá de la desesperanza aprendida. De esas conversaciones salió la idea de hacer un “piloto” de un programa de radio con esa idea en mente. Algo muy similar al escrito que aquí anexo fue la semilla de un programa que finalmente produjimos de manera artesanal, pero que no fuimos capaces de mercadear con éxito. Aparte de la ingenuidad del escrito, no había un mercado para la esperanza. Sigo creyendo en la fuerza de la aspiración a un futuro mejor para Venezuela.

Lugar: Vagón del Metro, dirección Parque Carabobo – El Silencio.
Ruido: Traquetear del vagón sobre los rieles.
Personajes:
-Marisela Rincón, 28 años de edad, viuda, una hija: Beba de 6 años.
-Raquel Hernández, la mejor amiga de Marisela desde el Liceo.

***

Raquel: ¡Epa! Marisela, ¿en qué piensas? no me digas que estas otra vez pensando en el tonto de Santos.

Marisela: No vale chica, me preguntaba a mi misma por qué después de tanto tiempo el ruido de este tren siempre me recuerda aquellas marchas de hace algunos años. Me imagino que el “clan-clan” de los rieles me revive el ruido de cacerolas y de los disparos de la Guardia, ¿te acuerdas?

Raquel: ¡No vale! Yo no quiero acordarme. Deja a esos fantasmas dormir en paz, ya mi abuela me lo decía…

Marisela: ¿Pero ni siquiera te da curiosidad Raquel? Me pregunto qué será de aquella gorrita cuchi tricolor que usaba para taparme del sol mientras marchábamos, debe estar en alguna caja en el apartamento.

Raquel: ¡Zape!, que gorrita ni que ocho cuartos, no seas pavosa. Seguro que ahorita empiezas a hablar de Marta y de Villeguitas, de Diosdado, del innombrable… No llames al diablo. Mejor, por qué no hablamos de otra cosa.

Marisela: Ay Raquel, no te pongas así… tampoco es para tanto… mira que no nos ha ido tan mal después de todo. Yo tengo mi trabajo en la agencia de tours del centro histórico, que fundamos entre el grupo de amigos del Instituto Inés Quintero. Tengo ese apartamento en El Silencio recién renovado en alquiler, y mi mamá me ayuda no solo con los gastos sino también con la Beba.

Raquel: Sí Marisela, pero cuánto tuvimos que sufrir para poder llegar a esto. Por eso es que no quiero acordarme. O es que te has olvidado que de día y de noche nos tenían bombardeados de lado y lado con sus mentiras. Ninguno pensaba en nosotros. Unos por que se querían quedar para siempre en el coroto y otros porque querían regresar a sus andadas. Unos días sin electricidad y otros sin gasolina; muchos sin ninguna de las dos.

Marisela: Claro que te entiendo Raquel, pero recuerda que al final todos perdieron. Los de “la cuarta”, como los llamaban, los sepultó el peso de sus pecados y los sepultureros de “la quinta” fueron a dar a la fosa con ellos.

Raquel: Ay mijita, que montón de palabrotas. Seguro que se las has oído al tonto de Santos. A ese sí que le gusta hablar tonterías.

Marisela: Cónchale Raquel, no te metas tanto con él. Recuerda que fuiste tú la que me lo presentaste.

Raquel: Como me voy a olvidar, Marisela. Parece que fue ayer cuando te tuve que convencer de que fuéramos a rumbear al “Gallo Saltarín”. Efraín tenía muerto ya más de dos años y seguías aferrada al luto y su recuerdo.

Marisela: Y como no iba a estarlo, Raquel; si todos los días veo en los ojos de la Beba sus ojos zalameros. Además, todavía no puedo quitarme de la cabeza que yo fui en parte responsable de que muriera.

Raquel: ¿Qué?, ¿vas a seguir con eso? Tú sabes que a él lo mataron unos malandros del barrio porque lo confundieron con alguien a quién buscaban para saldar cuentas.

Marisela: Sí, pero si yo no le hubiera dicho que me fuera a buscar el antojo a esa hora, la Beba hubiese conocido a su papá.

Raquel: Ay Marisela, no puedes culparte por eso. En todo caso culpa a los zánganos que preferían desgañitarse en el Gobierno antes que ayudarnos a nosotros los ‘ciudadanos de a pie’, como decía el locutor gordito aquel de la radio del Este.

Marisela: Pensé que no querías hablar de política…

Raquel: Por supuesto que no. ¿Por qué no me cuentas mejor del tonto de Santos?, ¿acaso todavía sigue tocando en el “Gallo Saltarín” con el conjunto de reguetón?

Marisela: Ah pues, ahora te vas a hacer la loca, tú sabes muy bien que sí. Él me ha dicho que tú sigues apareciéndote por allí con tus levantes… De todas maneras, si quieres saberlo, acaba de terminar el curso en computación en el Instituto Universitario Efraín Barberii y va a empezar a trabajar en una nueva empresa petrolera; Mito José creo que se llama.

Raquel: ¡Ah! ¿Eso quiere decir que habrá boda?, ¿qué dice tu mamá y la Beba?

Marisela: Bueno, de boda no sé, él no me ha dicho nada, aunque espero que se decida pronto. Mamá se lo insinúa cada vez que lo ve, y a mí me tiene bajo marcaje cerrado. La Beba ha empezado a llamarlo Pa’Santos. Lo único que a mi mamá no le gusta es que sus amigas le han dicho que Santos era de los de “franela roja”.

Raquel: Y eso que importa, yo también lo era, como muchos en el barrio, y no por eso ni tu mamá ni tú me han dejado de hablar. Además, eso es cosa del pasado, fantasmas que te dije que era pavoso nombrar en voz alta.

Marisela: Bueno Raquel, a mí, como tú sabes, no me importa. Lo que me fastidia es que nunca me lo ha dicho.

Raquel: Y qué, lo que importa es que te quiera, aunque yo siga pensando que es un bobo, lo demás es pura fantasía, leyenda. Acaba de botar tu gorrita vieja, que él seguro ni se acuerda del color de la boina.

Marisela: ¡Epa! ya llegamos, esta es nuestra parada. Apúrate que quiero llegar al Café de Julián antes que Santos. Además, ya sabes que desde que abrieron la nueva librería los pasillos se han poblado de gente del Este y es difícil conseguir buenas mesas, ya no es como antes. Aún en la madrugada tienes que hacer cola para tomarte un buen café y una bala fría. ¿Es que acaso cerraron Las Mercedes? En fin…

Raquel: Ay mijita, quítate esa cara de gallina desplumada, mira que a los hombres hay que ponerles la cosa dura.

Marisela: Además, Raquel, quiero verificar en el Ciber Salón de Julián si he recibido noticias de ese grupo de profesores de la Universidad de Salamanca, que quiere que le organicemos la visita a los sitios de la revolución…

Raquel: No seas pavosa vale.

Marisela: No es lo que tú crees chama. Para los españoles la única revolución interesante es la de 1810… estos son profesores, gente seria.

Raquel: En fin, hasta mañana y buena suerte, muy a pesar mío. Recuerda, ponte dura. Le diré a tu mamá que vas a llegar tarde.

Santos caminaba en dirección a El Silencio. Hoy era el día. Atrás habían quedado las dudas de si debía o de si podía. El nuevo trabajo le había dado la fuerza que necesitaba. En su mano izquierda cargaba el estuche con su bajo eléctrico, en su mano derecha llevaba una orquídea…

*Non-resident fellow at the Baker Institute Center for Energy Studies.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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