Recuerdo el primer viaje a Miami después del triunfo electoral de Hugo Chávez, fue en el 2000. Mi esposo tenía un grupo de amigos cubanos, empresarios que habían comenzado desde cero y progresado después que dejaron Cuba. Todos sin excepción nos vaticinaron que Venezuela, en poco tiempo, sería otra Cuba. Confieso que tuve que contenerme para no ser grosera con aquellos amigos. Les dije que eso nunca sucedería. Y aunque hay muchos venezolanos que se empeñan en hacer la comparación yo me niego a aceptarla. Es verdad que Hugo Chávez durante su gobierno y luego Nicolás Maduro, han causado una destrucción estructural, institucional y social que se parece mucho a la del castrismo en los 63 años que lleva pisoteando al pueblo cubano. Es innegable que en la Venezuela chavista, y más aún en la de Maduro, se ha incrementado la corrupción y la violación de los Derechos Humanos. El acoso y la represión a la disidencia se complementan con prisioneros políticos a quienes se tortura, hay persecución a los medios de comunicación y cierre o bloqueo de muchos. Pero aun así no somos Cuba. Y mucho menos ahora que el régimen ha decidido anotarse en el maquillaje de la realidad con la dolarización y la multiplicación de sitios de recreo y de consumo a los que tiene acceso un 10% de la población. Los años de escasez fueron superados pero solo para aquellos que tienen capacidad de consumo dolarizado. Sin embargo, y es algo que no han podido esconder, persiste la desesperación general por servicios públicos como el agua y la electricidad.
La tragedia venezolana ha convertido la palabra Izquierda en sinónimo de chavismo. Habría que comenzar por decir que ni Chávez en su momento, ni Maduro ahora, son de Izquierda. Gritar improperios contra el Imperialismo yanqui no es suficiente para ser un genuino izquierdista. Su patrón de conducta es francamente fascista. Creo que Gabriel Boric, de Chile, es de izquierda y hasta ahora ha hecho bien no solo en diferenciarse del régimen venezolano sino en denostarlo. Supongamos que Luiz Inácio Lula da Silva fue de Izquierda, llegó a extremos obscenos de corrupción, pero no destruyó a Brasil, respetó la democracia y se sometió a la justicia.
La dupla Alberto Fernández – Cristina Kirchner es un caso aparte, son peronistas y el peronismo puede ser cualquier cosa: de Derecha, de Izquierda o de Centro porque más que una tendencia política es una enfermedad crónica y, por supuesto, incurable. Evo Morales, autoproclamado de Izquierda y con muchas ganas de acabar con la democracia, fue inteligente y pragmático al proteger la economía de su país como hizo Rafael Correa en Ecuador.
Para resumir, solo el régimen cubano y el chavomadurismo han entendido el izquierdismo como arrasar con todo lo que funcionaba en sus países y con todo lo que signifique progreso. Son de la escuela de Atila y su caballo.
La victoria electoral de Gustavo Petro en Colombia ha encendido todas las alarmas, ya desde el lanzamiento de su candidatura se le vinculó con el chavismo. Consciente del daño que esa asociación le hacía hizo maromas para diferenciarse. En cambio los diputados de la espuria Asamblea Nacional de Venezuela, al aprobar el acuerdo de felicitación a Petro, añadieron que su victoria “era un triunfo de Chávez”. Esa invocación espiritista no le hace ningún bien al electo presidente del vecino país. Y hasta los momentos, claro que es prematuro afirmarlo, no hay indicios de que Petro quiera seguir el funesto ejemplo de los vecinos venezolanos. Pero, supongamos que quisiera seguir por esa ruta, perpetuarse en el poder previa anulación de la independencia de todas las instituciones básicas de la democracia, ¿podría hacerlo? Empecemos por decir que Petro no es militar como lo fue Chávez. Es casi una garantía de que el estamento militar no se le arrodille como ocurrió en nuestro país. Tampoco es probable que la Corte Suprema de Justicia colombiana repita el desafuero jurídico de la de Venezuela, que en 1999 se prosternó ante el recién electo mandatario. Y en cuanto al Congreso, Petro no cuenta con una mayoría que le permita no solo apartarse de la Constitución sino también patearla como hizo Chávez en Venezuela.
A pesar de estas marcadas diferencias el miedo no desaparece. La mayoría de las asociaciones empresariales procuraron llamar a la calma y al respeto de los resultados electorales. Bruce Mac Master, presidente de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI) declaró: “La democracia ha funcionado nuevamente en Colombia. Un saludo a Gustavo Petro y la mejor de las suertes para él. Llegó el momento de superar la polarización y construir confianza por el bien de todos. Los empresarios cumpliremos nuestra función social”. Por su parte María Claudia Lacouture, directora ejecutiva de la Cámara de Comercio Colombo Americana (AmCham Colombia), hizo otro tanto: “La alianza de 35 asociaciones y gremios de diversos sectores de la economía, que representan 7.500 empresas y generan más de 4 millones de empleos, saludan al presidente electo de Colombia, Gustavo Petro y estamos listos para participar en el proceso de unión nacional, trabajando juntos para robustecer la economía, la generación de empleo, fortalecer la democracia y reducir la brecha social”. En el mismo sentido se pronunciaron casi todos los gremios.
¿Qué pasará en Colombia?, ¿será capaz Gustavo Petro de dar una sorpresa y ser mejor presidente de lo que fue como alcalde de Bogotá?, ¿podrá desmentir con sus acciones todos los malos presagios de alguien tan admirado como Héctor Abad Faciolince?, ¿escapará de la tentación de abominar contra el ya casi inexistente imperialismo yanqui y plegarse al imperialismo ruso de Vladímir Putin?, ¿constituirá realmente un gabinete de unidad que inspire confianza y aleje los miedos? Ojalá y así sea. Por lo pronto, aspiro y anhelo que restablezca las relaciones con Venezuela y que regularice la situación de los migrantes venezolanos en Colombia.
*Fotografía: La Casa de Nariño es la residencia oficial y principal sede de trabajo del Presidente de Colombia. Está ubicada en el centro histórico de Bogotá. Fue inaugurada el 20 de julio de 1908 por el general Rafael Reyes y construido en los predios de la casa natal de Antonio Nariño. El diseño estuvo a cargo de los arquitectos Gastón Lelarge y Julián Lombana. En 1979 fue reinaugurado después de anexarle nuevas construcciones.