En la aldea
21 diciembre 2024

Ideas someras sobre colombianos y venezolanos

“No nos une la historia sino a ratos, pero nos ata la vecindad geográfica”. La reciente segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia y quién resultó ganador, ha despertado una preocupación genuina entre los venezolanos porque el país vecino ha dado refugio a casi dos millones de connacionales, y a “varios líderes de oposición y a un grupo de periodistas independientes que continúan su trabajo de denuncias de las tropelías del oficialismo nacional”. Y aunque se dice que “el nuevo mandatario de allá no es como el de aquí (…) los ‘revolucionarios’ de esta ribera del Arauca vibrador esperan deseosos que se parezca a ellos”.

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Elías Pino Iturrieta | 26 junio 2022

Una de las primeras ideas que debemos descartar cuando se habla de situaciones colombianas es la de su semejanza con la evolución de la sociedad venezolana. Como se trata de un mismo proceso desde antiguo, han dicho hasta la saciedad, las analogías generalmente funcionan. Pero no es así. Se trata de sociedades que vivieron distanciadas desde el período colonial, por decisión del imperio español, y la fugaz unión que presiona Simón Bolívar durante la Independencia estalla por los aires cuando se presenta la primera oportunidad. No nos une la historia sino a ratos, pero nos ata la vecindad geográfica. Estamos así ahora ante un vínculo ineludible, inmodificable, y preferentemente en función de esa realidad se debe reflexionar sobre el destino de Colombia. Lo demás es retórica sin fundamento.

Lo que de veras tiene sentido es hablar de las diferencias, en lugar de pensar que todo se formó en cuna de gemelos. El desenvolvimiento económico, las maneras de enfrentar la creación y la distribución de la riqueza, unas cohabitaciones habitualmente diversas que se relacionan a su manera con la violencia y la concordia en la parcela de los negocios públicos, marcan el itinerario de dos comunidades que se parecen porque viven cerca, pero que son remotas y hasta extrañas cuando analizamos sin prisa sus reacciones a través de la historia sobre los asuntos que les incumben. Justo porque somos distintos, pero realmente distintos, hasta el punto de desarrollar conductas no solo capaces de diferenciarnos, sino también de enfrentar a venecos y colombiches, las profecías que nos meten en el mismo saco y que provienen de una única y mecánica bola de cristal están condenadas al fracaso.

“No solo una prudencia elemental, sino también la modestia que parece desaparecida de nuestros predios, nos pueden ofrecer consejos razonables cuando pontifiquemos sobre lo ajeno”

Por consiguiente, vaticinar lo que sucederá en Colombia partiendo de considerar lo que ha pasado en Venezuela desde el ascenso del chavismo, es una popular y estéril manera de perder el tiempo. Pero también, si se quiere, una manifestación de superioridad que solo es propia de los pueblos triviales o fatuos que se juzgan como modelo de las desgracias y de los éxitos que ha de experimentar el vecino. Pregonamos el dogma de que Venezuela no es solo el paradigma de los éxitos, sino también de los fracasos más rotundos del Continente, como si el resto del vecindario, conmovido por nuestras alegrías y nuestras penas, estuviera esperando con ansiedad que las contemos para lanzar cohetes de regocijo, o para poner las barbas en remojo. No solo una prudencia elemental, sino también la modestia que parece desaparecida de nuestros predios, nos pueden ofrecer consejos razonables cuando pontifiquemos sobre lo ajeno.

De allí la necesidad de la cautela a la hora de comparar a Gustavo Petro con esa inmensa y demoledora medianía llamada Nicolás Maduro, o al Frente Histórico con el PSUV, o las fuerzas armadas del otro lado con los pretorianos de nuestros cuarteles, o los partidos que existen allá con los que aparentemente existen aquí. Se mencionan ahora puntos específicos de cotejo, sin tocar otros de mayor profundidad como el arraigo del civilismo, el papel de las instituciones, el trabajo de la prensa, la trascendencia de los intelectuales o de lo que hacen a través de sus órganos de difusión; y, en especial, las relaciones con el derramamiento de sangre que en cada comarca se han caracterizado por una indiscutible diversidad, por un contraste que se advierte a primera vista. Si no bastan estos elementos para sugerir la necesidad de la cordura cuando nos metemos a arúspices del porvenir ajeno, conviene remachar otro aspecto que parece fundamental: la ignorancia sobre la actualidad y sobre el pasado de Colombia. Hay que ser muy desfachatado para hacer de analista y juez del vecino cuando se carece de un conocimiento mínimo sobre cómo ese vecino formó su peculiaridad.

Partiendo de lo expuesto y, pese a que por las obligaciones de mi oficio estoy medianamente enterado de las vicisitudes colombianas, solo me atrevo a llamar la atención sobre un asunto vital de actualidad que ha producido la cercanía geográfica: el refugio que han encontrado allá varios líderes de oposición y un grupo de periodistas independientes que continúan su trabajo de denuncias de las tropelías del oficialismo nacional. La dictadura venezolana los obligó a salir del país y el vecino los recibió con benevolencia. Como el nuevo mandatario de allá no es como el de aquí, de acuerdo con lo que se ha sugerido, seguramente no pondrá escollos a su actividad de opositores, pero se lo recordamos debido a que los “revolucionarios” de esta ribera del Arauca vibrador esperan deseosos que se parezca a ellos. 

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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