Andrés Galarraga nació en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas, el 18 de junio de 1961. Su mamá, Juana Galarraga, pudo mantener a sus hijos gracias a sus dotes como cocinera. Se estableció trabajando por años con una familia que vivía en el Country Club, cerca de su casa en Chapellín, un barrio consolidado al que se mudaron a los días de la llegada de Andrés. Es el menor de todos: Haydée, Francisco, Luis Alfonso, Orlando. Andrés creció con la atención de su madre, Juana, su papá, Francisco Padovani, y de su hermana Haydée, quien falleció poco tiempo atrás.
En 1999, cuando Andrés Galarraga fue diagnosticado de cáncer, César Miguel Rondón me invitó a escribir y producir con él, un documental sobre “El Gato”. Gracias a eso compartir con su familia y amigos de la infancia; Andrés Galarraga no tuvo carencias aun viviendo en un barrio. Su casa en Chapellín, cerca de la Plaza que también es una cancha, era muy sencilla, pero no faltaba nada de lo necesario. Juana y Haydée enseñaron a todos a colaborar para mantener la limpieza y el orden; los mayores apoyaban a Andrés en la pasión que tuvo desde niño: el béisbol.
Jugó en las calles, en la cancha, en el equipo del barrio en las primeras categorías. Mucho se ha escrito de su paso por Ray Ran, equipo afiliado a la Corporación Criollitos de Venezuela; son numerosas las historias del muchacho que daba batazos enormes y “mataba la liga” con su poder. Haydée o Juana, quien estuviera como su representante en los torneos, tenía que llevar una copia de su partida de nacimiento en la cartera, porque el tamaño de Andrés, por encima del promedio de los niños de su edad, y el alcance de sus estacazos, hacía dudar de que tuviera la edad requerida para la categoría.
Todos quienes le vieron en aquellos días de beisbol menor, tienen alguna anécdota relacionada con lo impresionante que eran sus batazos. Andrés era natural para batear la pelota, y con el poder que tuvo siempre, desde que comenzó, inició su leyenda de toletero.
Para el documental que hicimos, entrevistamos a varios de sus compañeros y amigos de Chapellín. Recuerdo un testimonio entrañable y que nunca había compartido. Uno de sus amigos, vecino de Chapellín, de los que jugaba “chapita” con él, nos contó que los muchachos que no estaban en buenos pasos, que llamaban “los drogos”, también cuidaban a Andrés, le decían: “Tu eres un deportista, vas a llegar lejos, cuidado no caigas en vicios”; también recordó que en sus primeros días con los Leones, Andrés le pedía que le grabara los turnos con una “Handycam” de Betamax, y luego se quedaba horas viendo los turnos en los que lo ponchaban. Contaba esto con admiración, para explicarnos que el éxito de su amigo fue posible por su disciplina y trabajo.
Conocer esos orígenes de “El Gato” ratifica lo importante que es para un joven que está buscando convertirse en un profesional, en el área que sea, contar con el apoyo de la familia y de buenos amigos; lo valioso de un buen consejo a tiempo y mantenerse enfocado. También es indispensable la humildad para escuchar, aceptar y actuar en consecuencia.
Ya con la decisión de ser un profesional del béisbol, y con el visto bueno de todos, Andrés comenzó a perseguir su sueño. No le fue bien cuando intentó ser de la Selección Nacional que dirigía Remigio Hermoso. Aunque esto lo puso triste, como dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. Se fue a Puerto Rico con su equipo Ray Ran, para jugar un campeonato Copa Alfonso Carrasquel. Allá, en el Hiram Bithorn, Andrés dio un jonrón enorme, según recordaba Chico “a donde la llevan pocos profesionales”. Eso impresionó mucho a Carrasquelito. Se conocieron, hablaron lo suficiente como para que Alfonso “Chico” Carrasquel regresara a Venezuela y le pidiera a su amigo Felipe Rojas Alou, que lo firmara para los Expos y le diera el chance con los Leones del Caracas.
Andrés tenía unos kilos demás, así que le exigieron que trabajara para bajar de peso. Sacrificó los deliciosos platos de la cocina de Juana, se concentró en ejercitarse y en el tiempo requerido volvió y firmó. Pablo Morales y Oscar Prieto, presidente y gerente general del Caracas quedaron igual de impresionados con la capacidad de Andrés Galarraga de dar jonrones con esas pelotas de práctica, golpeadas, húmedas, pesadas.
Desde su llegada al béisbol, además de su poder, su trabajo defensivo también fue valorado. Tuvo en ascenso lento en las Ligas Menores, pero como le dijo Felipe Alou cuando lo dirigió en el equipo Triple A de los Expos: “Cuando subas, no volverás a bajar”. El pronóstico del dominicano se cumplió y desde entonces la historia es conocida e inspiradora. Andrés triunfó en Montreal, fue a su primer Juego de las Estrellas, ganó Guante de Oro, Bate de Plata. Se ganó el sobrenombre de “Big Cat” (Gran Gato) por su estatura (1,91) y su habilidad para atrapar las pelotas, de un salto o estirándose, con destreza de felino.
Fue cambiado a San Luis, no le fue bien, algo pasó en su mecánica de bateo, pero Don Baylor, coach de bateo de los Cardenales, trabajó con él una nueva postura en el home; cuando fue nombrado manager de uno de los equipos de la expansión, los Rockies de Colorado, lo tuvieron en su arsenal como uno de los inolvidables “Bombarderos de la calle Blake”, junto a Larry Walker, Dante Bichette y Vinicio Castilla.
En 1993 ganó un título de bateo en una emocionante carrera con Tony Gwynn, después de sobreponerse a una lesión que le provocó un desgarre en la rodilla. Un astronómico .370 fue su registro de promedio al bate, Tony Gwynn .358. Fue líder en jonrones (47) y carreras impulsadas (150) en 1996; fue una de las grandes figuras de los Rockies, muy querido y recordado en Denver. Todavía se ven sus camisas por los pasillos del Coors Field. Fue adquirido por los Bravos de Atlanta en 1998, que lo reclutaron buscando más poder y su excelente defensa.
Cuando estaba en su mejor forma física, según sus propias palabras, en febrero de 1999, listo para comenzar el Spring Training, haciendo swings, sintió un dolor en la espalda. Los exámenes determinaron que tenía un linfoma de Hodgkin, lo que lo obligó a dejar el béisbol para someterse a tratamiento de quimioterapia. La noticia causó mucha tristeza, que a las horas se convirtió en una avalancha de solidaridad, convertida en oraciones, y buenos deseos para que se recuperara pronto. “El Gran Gato” salió airoso, en octubre de ese año anunció su curación y regresó en la temporada de 2000. Se estrenó con jonrón, para confirmar que estaba de vuelta; fue invitado al Juego de las Estrellas que tuvo lugar en Atlanta, y ganó el Premio al Regreso del Año al finalizar la temporada.
Jugó hasta 2004, se retiró con el uniforme de los Angelinos. Su cuenta de jonrones quedó 399. Inevitable ver ese número y no pensar cuánto más habría hecho Andrés sin las lesiones, y la temporada que perdió por el cáncer. Es miembro del Salón de la Fama del Deporte de Colorado, donde es recordado como una de sus más brillantes estrellas. Decir “Venezuela” en Colorado es sinónimo de Andrés Galarraga.
Cuando iba a firmar al profesional, su mamá, Juana, tenía que representarlo porque Andrés era menor de edad (17 años); ella contaba que le preocupaba que después de terminar el liceo no siguiera estudiando para jugar béisbol. La noche antes de ir a las oficinas del Caracas, él le dijo: “Lo que necesito es el chance, yo voy a llegar a las Grandes Ligas”. Le pidió que lo apoyara, era lo que quería ser: un grandeliga.
Cumplió, no solo llegó a Las Mayores y destacó entre los mejores de su generación, llevó el nombre de su país con orgullo y excelencia, y es uno de los deportistas más queridos por los venezolanos.