Vivir en Venezuela es hacerlo desde la inquietud de no saber cuándo llegaremos al fondo. Resuena en mí aquella sentencia aguda, sincera y pronunciada desde una razón que busca la comprensión a detalle: Venezuela “un país sin élite”. Una afirmación, sin la dubitación de la pregunta, se instala en la verdad del acontecimiento. Ramón Piñango, en aquel lejano 1996, escribió un agudo, claro y desafiante artículo que nos recuerda que parte de la salida a la luz cuando se está en un tiempo de oscuridad es reconocernos en nuestras responsabilidades, aquellas que no hemos sido capaces de honrar.
La afirmación de Piñango resuena en mí como pregunta, Venezuela ¿”un país sin élite”? Me cuestiono porque no puedo creer que 26 años después esta afirmación esté vigente e increíblemente me doy cuenta de que no solo está vigente, sino que contiene parte de la explicación de lo que nos ha ocurrido como país. “Un país sin élite”, es un artículo capaz de ubicar un problema y proyectar sus consecuencias. No fue una afirmación retórica, fue un enunciado profético. Ramón comprendió el momento, el hombre y las circunstancias. Comprender en el sentido de Hans-Georg Gadamer, “llegar al punto en el que la vida piensa y el pensamiento vive”, de modo que cito en extenso el final de este interesante artículo:
“Si los privilegiados del país aceptamos asumir la responsabilidad de ser élite, tenemos que cambiar la manera como nos relacionamos con el resto de la población. No podemos seguir acusando a los pobres de ser unos infelices hijos del rentismo que desprecian el trabajo y cuya cultura no les permite participar con éxito en el juego de la competitividad. Sin una actitud de respeto y aprecio hacia los habitantes del país, no es posible ejercer una función de liderazgo legítima. Es desafortunado que hayamos llegado a la difícil situación de estos días, sin privilegiados que vean más allá de sus privilegios y se comporten como una élite”.
Leer este artículo de Ramón, es hacerlo teniendo en el frente un grupo con rostro. Se trata de una interpretación desde dentro, desde la pertenencia, y eso tiene mucho valor. Solo desde la implicación podemos llegar a una comprensión real y situada, nos acerca a la noción de pluralidad y distinción. Elite y pueblo, dos vocablos marcados por la superioridad-inferioridad.
El infortunio denunciado por nuestro autor tiene dos grandes problemas teniendo como sujeto a las élites: el desprecio al pueblo y no poder ver más allá de los privilegios que tienen como clase. Mirarse a sí mismos y al mismo tiempo estar imposibilitados de ver al otro. ¿La misma desafortunada situación que rompe la brecha temporal de 26 años? Las élites de ayer conservan el mismo hábito del desprecio, solo que hoy están diversificadas, con proyectos de país distintos, élite socialista amarrada al sistema de opresión que domina y la élite opositora acomodada que cohabita, para ambas el pueblo es un instrumento necesario pero prescindible, manipulable e “infelices hijos del rentismo”.
En el fondo late la culpabilidad popular tanto de la desconexión socialista como de la imposibilidad de un proyecto de liberación. Para las élites de cualquier signo, nosotros, el pueblo, estamos en medio de lo insoluble. Entretanto, en el mundo popular, seguimos actuando coherentemente, desde nuestra cultura, desde nuestros valores, desde nuestras prácticas. Nos reafirmamos en nuestra identidad, convivencia, relacionalidad que nos constituye y hace, al mismo tiempo, desobedientes e insubordinados. Tenemos una cultura popular fuerte pero muy golpeada, los sistemas totalitarios van contra la fortaleza para hacerla débil, maleable, manipulable, dominable. Es por ello por lo que después de 23 años de socialismo chavista, Nicolás Maduro sea capaz de plantear una cosa tan inútil como el “1×10 del buen gobierno”. ¡Buen gobierno! ¿Gobierno? Este es parte del proyecto electoral y, al mismo tiempo, su propuesta en una alocución reciente.
El dato es que no hay conexión entre el partido de Gobierno (PSUV) y el pueblo. El chavismo no tiene gente comprometida, no tiene militantes, no tiene aliados al proyecto. Tiene funcionarios pagados, estructuras comunales vacías con cuadros utilitarios, su proyecto discurre en la coacción, en el dominio, en el sometimiento, más no en la política.
El discurso oficial se sostiene en seis líneas estratégicas que le dan soporte a la mentira. A la vida en la mentira que es el ámbito de la manipulación para ganar tiempo, ¿hay algún signo real que sea la comprobación del discurso que proclaman? De este modo enumeramos estos principios:
-La recuperación económica, un discurso que intenta posesionar dentro y fuera del país.
-Garantizar los planes de desarrollo humano gratificante, palabras sin significado para la gente, ¿qué pueden garantizar después de 23 años de destrucción?
-Garantizar el derecho al ambiente, a la ciudad y a los servicios públicos, en un país que sobrevive.
-Promover la participación popular para el buen gobierno, obligando a la gente a formar parte de la nomenclatura del partido sin compromiso ni adhesión por convicción.
-Defender la soberanía, la paz y afianzar el papel de Venezuela en la geopolítica mundial, se trata de un nacionalismo que no resuena.
-Apuntalar un nuevo sistema de justicia donde el foco serán los llamados “cuadrantes de paz”, nuevo-viejo mecanismo comunal y miliciano.
Estas líneas estratégicas nos colocan en la ausencia de novedad y empatía del discurso oficial con la gente. Esta desconexión nos ubica en un sistema débil, en cuanto a la credibilidad, obediencia o compromiso de la gente, se trata de un proyecto que camina solo con el poder de la coacción. No hay democracia, irá a elecciones siempre que tenga la garantía de ganar siendo minoría, por eso no habrá condiciones. La reconexión es solo una excusa para hablar, el desprecio hacia lo popular es tan profundo que ya ni siquiera se plantea con seriedad algunos argumentos, basta ver las seis líneas estratégicas para toparnos con el vacío más absoluto. Ganarán siendo minoría, esa es la gran tragedia.
La mirada internacional de un terror atenuado es vital para estos regímenes, por eso es fundamental posicionar el discurso según el cual Venezuela mejoró. Stéphane Courtois, en El Libro Negro del Comunismo, tiene un acercamiento muy interesante:
“La historia de los regímenes y de los partidos comunistas, de su política, de sus relaciones con sus sociedades nacionales y con la comunidad internacional, no se resumen en esa dimensión criminal, ni incluso en una dimensión de terror y de represión. En la URSS y en las «democracias populares» después de la muerte de Stalin, en China después de la de Mao, el terror se atenuó, la sociedad comenzó a recuperar su tendencia y la «coexistencia pacífica»; incluso si se trataba de «una continuación de la lucha de clases bajo otras formas» se convirtió en un dato permanente de la vida internacional. No obstante, los archivos y los abundantes testimonios muestran que el terror fue desde sus orígenes una de las dimensiones fundamentales del comunismo moderno”. El terror tiene que ser dosificado.
Hay que entender muy bien la tensión entre debilidad y dominio. El sistema no es indestructible, puede serlo solo si se comprende a fondo la naturaleza de su agotamiento. Para eso se requiere de una élite opositora capaz de pasar por encima de sus privilegios, connivencia o cohabitación. “Sin una actitud de respeto y aprecio hacia los habitantes del país, no es posible ejercer una función de liderazgo legítima…” tal como lo dijo Piñango y lo sigue diciendo cuando repite hasta el cansancio: “No se puede liderar lo que se desprecia”.
*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita