Se trata, en parte, de la Cumbre de las Américas convocada en Los Ángeles, la novena cita hemisférica desde la primera que en 1994 se celebró en Miami. A comienzos de mayo un alto funcionario del gobierno anfitrión, el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, anunció que no se invitaría a Cuba, Nicaragua ni Venezuela, aunque también precisó que la decisión final correspondería a la Casa Blanca. Nichols alegó el compromiso democrático como requisito para participar en esas reuniones. Valga recordar que ese compromiso quedó escrito desde 2001 en la Cumbre de Quebec, en términos muy cercanos a lo que poco después sería la Carta Democrática Interamericana. Pero estos son otros tiempos y gobiernos. Pese a que la Cumbre incorpora también foros de la sociedad civil, de jóvenes y de empresarios, la participación de los gobiernos es indispensable para que contribuyan, asuman y velen por lo acordado. De esto también se trata.
Sobre las invitaciones a los gobiernos, lo que comenzó como una petición de reconsideración ha pasado a ser exigencia, con amenazas de inasistencia o de delegación en subalternos si la invitación no es extendida a todo el vecindario. Los más expresivos han sido los gobiernos de México, Argentina, Bolivia y los de la Comunidad del Caribe, algunos más vocales que otros. Sus reclamos tienen como denominador común llamados a la defensa del diálogo y la cooperación en torno a los grandes temas de la convocatoria, alegando que el foro es hemisférico por definición. Subyace el recurrente argumento de la injerencia en asuntos domésticos y las reservas sobre los compromisos democráticos. Se suman diversas razones y contextos que se asoman en los casos de México, Argentina y la Comunidad del Caribe, cada cual desde su propia agenda.
En cuanto a México, tras un par de años tratando de reflotar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y cultivar vínculos y coincidencias con los gobiernos de Argentina y Bolivia; el presidente Andrés Manuel López Obrador acaba de visitar Guatemala, Honduras, Belice, El Salvador y Cuba. Con apenas cuatro viajes al exterior en lo que va de su mandato -tres a Estados Unidos- este es el primero a países de la región: con acento sobre el tema migratorio y las iniciativas para desalentar la migración forzada que atribuye fundamentalmente a condiciones socioenonómicas. Hizo expresa y recurrente referencia a la necesidad e importancia de los programas de cooperación de su gobierno y de una más decidida participación de Estados Unidos con fondos para el desarrollo en Guatemala, Honduras y El Salvador. En este último destino, el acento de AMLO también estuvo en temas de desigualdad, pobreza, desempleo y marginación como las “raíces profundas de la inseguridad, la migración y otras desdichas”. De resto, silencio sobre esas otras desdichas, que supone uno que incluyen las que se originan en el modo arbitrario de ejercer y concentrar el poder.
En La Habana, su última escala, parece resumirse el tono y propósito geopolítico de esta gira y la reiteración de su mensaje: romper con la disyuntiva de integrarse u oponerse a Estados Unidos, buscar el diálogo franco y apostar por algo semejante a la Unión Europea, cambiando lo cambiante, que como que es mucho. Dijo, para complacencia de sus anfitriones (y los tres en principio no invitados), que haría falta una organización distinta a la Organización de los Estados Americanos (OEA) para que en asuntos de derechos humanos y democracia solo se actuase hemisféricamente a petición y con aceptación de las partes. En apenas otro ambiguo atisbo de temas delicados, habló de su esperanza “de que la revolución renazca en la revolución, que la revolución sea capaz de renovarse”.
Desde allí, frente al presidente Manuel Díaz-Canel, se comprometió a insistir con el presidente Joe Biden en que todos los países fuesen invitados a la cita en Los Ángeles. El gobierno de México tiene, en suma, interés no solo en que la Cumbre tenga lugar, sino en proyectar su propia agenda regional aprovechando la posición de vecino de interés estratégico para Estados Unidos. Así, ha declarado que si no se invita a todos los países no asistirá a la Cumbre, pero que México estará presente, representado por el canciller Marcelo Ebrard.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, se ha pronunciado por la invitación a todos desde la plataforma de la Celac, cuya presidencia recibió en enero de su par mexicano. En medio de las tensiones dentro del peronismo gobernante, la posición de Fernández ante lo hemisférico y lo regional tiene antecedentes recientes. Sostuvo a mediados de abril que muchos de los problemas venezolanos “se fueron disipando con el tiempo”, propuso a toda la región la normalización de relaciones diplomáticas con el gobierno de Nicolás Maduro, a la vez que apoyaba el regreso al diálogo. En cuanto a Nicaragua, solo tras varias abstenciones ante propuestas de resoluciones en la OEA sobre la represión a la oposición, apoyó finalmente la resolución sobre la ilegitimidad del proceso electoral presidencial aprobada por la OEA en el espíritu de la Carta Democrática Interamericana, aunque sin citarla.
Ahora, en un momento político tenso, económicamente complicado para la coalición peronista, y decisivo para su interés en la reelección, Alberto Fernández se esfuerza por hacerse de su propio perfil y proyectar liderazgo dentro y fuera de Argentina, como lo ha intentado en estos días en sus visitas y propuestas a los gobiernos de España, Alemania y Francia. Allí no le ayudan sus idas y vueltas en la relación conRusia ni su lento y ambiguo modo de condenar la invasión a Ucrania, tampoco los conflictos en su propio gobierno. Eso tampoco lo favorece en nuestro lado del mundo, donde ha cultivado coincidencias con AMLO, mientras desde sus propias razones y necesidades le toca reconocer la importancia de las relaciones con Estados Unidos y velar por su apoyo en temas financieros críticos. Así, aunque mantiene el llamado a que todos los gobiernos sean invitados, ya ha dicho que irá a Los Ángeles.
También varios países de la Comunidad del Caribe (Caricom) han condicionado su asistencia a la Cumbre. Se trata de catorce mandatarios que dejarían sus sillas vacías, aunque seguramente todos o algunos enviarían a sus representantes. Aún está pendiente la decisión colectiva, a la espera de ponerse de acuerdo y de la confirmación de las invitaciones. Para este conjunto de países el tema del compromiso democrático interamericano ha sido tan importante como divisivo. En relación con Cuba, prevalece el rechazo a la reimposición de medidas económicas y políticas por Estados Unidos. Sobre Nicaragua, la mayoría de los países -salvo por cuatro abstenciones y una ausencia- se sumó a los votos de rechazo al ilegítimo proceso electoral presidencial de noviembre pasado.
La mayor división se sigue manifestando ante el caso de Venezuela, que sigue alentando y cortejando a los gobiernos que ven en los compromisos democráticos riesgos injerencistas, mientras que ponderan con otros criterios las ventajas que aún ofrece la relación con el gobierno venezolano. Así lo recordaron hace poco los anuncios sobre Petrocaribe y algunas deudas pendientes. Quizá ante la Cumbre en Los Ángeles prevalezca la inasistencia de los primeros ministros como posición común, pero a los catorce les tocará también evaluar los efectos de su ausencia, en cuanto al propio encuentro y el gesto hacia el anfitrión, que sigue siendo su principal socio comercial, de inversiones y otros programas de cooperación en temas críticos.
Desde este collage de contextos, necesidades e intereses, pensados desde Venezuela, pueden finalmente asomarse tres apreciaciones:
Las protestas por las exclusiones van siendo superadas por el interés práctico de todos los invitados en compromisos reales, específicos y de alcance hemisférico, con la expectativa de apoyo de Estados Unidos, en un momento de acumulación de emergencias y presiones. Entre estas: las consecuencias de la pandemia; los impactos económicos y sociales de la recesión; las protestas; el problema migratorio; las fallas y costos del abastecimiento; y los desastres naturales que agrava el cambio climático.
También los gobiernos no invitados van haciendo su parte: alentando las protestas por su exclusión; descalificando a la Cumbre sin ellos; apoyando el debilitamiento de los compromisos democráticos y la recuperación de foros alternativos; apostando a la normalización y la fluidez de sus relaciones exteriores.
El sostenido alejamiento regional de esos compromisos no tiene que ver tanto con la defensa del principio de no injerencia como con el interés de avanzar con poca o ninguna contención internacional en los intereses y relaciones de cada cual. Esto se acentúa en un momento de impulso, con tintes iliberales o francamente autoritarios, de una idea de unidad y multilateralismo regional entre gobiernos, con acuerdos sobre mínimos denominadores comunes y con frágiles bases institucionales.
De todo esto se trata, incluso en el caso de un improbable cambio en la lista de invitados.