En la aldea
26 diciembre 2024

“Zozobrar”, una novela de Lola Lafon

La narración es sólida: nada falta, nada sobra. Cada palabra está ahí para describir o contarnos algo en una medida justa que termina por provocar la sensación de que constantemente algo siniestro está por ocurrir. Cléo es la protagonista de “Zozobrar”, una novela de Lola Lafon. ¿Es posible el perdón después de 30 años?

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Oscar Medina | 22 abril 2022

Esta historia comienza situando al lector en lo que no conoce: el vestidor del cabaret parisino donde trabaja Cléo, el momento en el que el maquillaje comienza a hacerla desaparecer para transformarla en una más, el momento en el que la trampa es magia y viceversa y ella, como el resto de las bailarinas, se uniforma para ser ese grupo que recrea fantasías ante el público.

A las siete, la cara nocturna de Cléo era igual que la de todas las demás bailarinas: una cara anónima con pestañas postizas que corrían por cuenta de la casa, con mejillas teñidas de rosa fucsia, con ojos que el color negro agrandaban salvajemente, con nácares en los pómulos hasta las cejas”.

Una transformación completa que escondía estrías, morados, cicatrices. Que las convertía en un solo cuerpo:

A la salida del teatro, los espectadores se cruzaban con ellas sin reconocerlas: unas muchachas paliduchas y cansadas con el pelo opaco de laca”.

¿Pero acaso “Zozobrar” es una novela sobre el mundo de los cabarets de París?

No. En realidad es el relato de una sofisticada red de abuso. Y es más: es una historia sobre la culpa. La inocencia traicionada, la ambición y la culpa que corroe el alma lentamente y solo encuentra algo de sosiego en el perdón.

Lola Lafon, escritora, cantante y activista del feminismo, publicó con la editorial AdNZozobrar” -“Chavirer”, en francés- en 2020 siendo ya una autora consagrada tras su premiada novela “La pequeña comunista que no sonreía nunca”, sobre la gimnasta soviética Nadia Comaneci. Y llega un momento en el que te preguntas si estás leyendo una ficción construida sobre hechos reales.

Hay, por supuesto, un disparador. Algo que vio en un caso ocurrido en Inglaterra en el que una muchacha llora no por lo que le hicieron sino por haber arrastrado a otras al mismo destino: “Reflexioné sobre el hecho de no perdonarse”, dijo en una entrevista.

Pero “Zozobrar” es una obra de ficción.

Así que rápidamente la narración nos lleva al momento en el que Cléo, cerca de cumplir los 12 años, es animada por sus padres a inscribirse en una escuela de danza para rescatarla de la apatía de sus tardes frente al televisor. Pero su cuerpo no estaba hecho para la danza clásica, no tenía la “gracia” necesaria.

Cléo, sin embargo, quería bailar. Y había otra opción, otro ejemplo a seguir: las bailarinas de un programa sabatino de variedades.

“El pasado está ahí. El peso de la culpa tiene su efecto. El ritmo narrativo se acelera a medida que las circunstancias van saliendo a la luz”

En otra academia trabajó su cuerpo, se esforzó y destacó tanto que llamó la atención de una seductora visitante: Cathy, una mujer sofisticada, educada, elegante, que le ofreció la posibilidad de optar por una beca de la Fundación Galatea, de la cual nunca había escuchado hablar en su provincia, tan lejos y tan cerca de París.

La narración es sólida: nada falta, nada sobra. Cada palabra está ahí para describir o contarnos algo en una medida justa que termina por provocar la sensación de que constantemente algo siniestro está por ocurrir. Hasta que ocurre. Y está contado sin morbo, con una economía de imágenes que sitúa al lector en la perspectiva de una niña que no entiende bien el episodio que le ha tocado vivir, una niña que siente que le ha fallado a Cathy, que teme perder la oportunidad de una vida mejor y que carga primero con esa culpa, y más tarde con la de haber servido de vehículo para que otras como ella pasen por situaciones aun peores.

El ritmo inicial es lento, demorado si se quiere, pero atrapa. Pasa el tiempo, Cléo entra y sale de escena, aparecen otros personajes, otras vivencias y Cléo logra cumplir su sueño. O al menos una parte.

Pero el pasado está ahí. El peso de la culpa tiene su efecto. El ritmo narrativo se acelera a medida que las circunstancias van saliendo a la luz. Hay acusaciones tardías. Y un encuentro que abre la posibilidad de un perdón. ¿Es posible eso después de 20, 30 años?  

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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