A partir de 2018 el gobierno venezolano realizó una serie de concesiones que dieron algo más de movilidad a los actores económicos. A pesar de la desconfianza de estos, la actividad económica empezó a mostrar signos de vida. Desde ese momento el uso de la palabra emprendimiento se hizo más común.
Esa nueva realidad junto a un mercado laboral que todavía no ha mostrado signos claros de mejora, impulsaron a muchos venezolanos a crear emprendimientos, en muchos casos muy pequeños. Instagram y Facebook son vías apropiadas para palpar este fenómeno. Algunos, tras un comienzo de comercialización enteramente digital, han pasado al mundo físico con la apertura de tiendas en centros comerciales.
Es difícil medir el impacto que ha tenido este incipiente fenómeno, pero sin duda alguna ha sido de ayuda para las familias de aquellos emprendimientos que han logrado ser exitosos. Eso sí, se sabe que esa tasa es baja, tanto acá como en cualquier parte del mundo.
También se sabe que muchos de estos nuevos negocios son llevados adelante por profesionales que no han logrado desempeñarse en sus áreas de experticia, debido a la precariedad del aparato productivo del país. Acá cabe preguntarse: ¿De qué forma ese profesional puede generar más valor para él, para su familia, para la sociedad; en un empleo formal en una gran empresa o con ese microemprendimiento que está llevando adelante? La respuesta no es sencilla, y por supuesto que puede variar con cada caso. Planteo esta inquietud porque pareciera haber un sesgo que ve con buenos ojos a esas iniciativas, aunque muchas fracasen, y ver con desconfianza o recelo al desempeño de empresas consolidadas.
Por otro lado, si bien esas concesiones permiten una mayor operación en lo económico, Venezuela no cuenta con libertades políticas, económicas y sociales plenas, no hay seguridad jurídica, el entramado institucional deja mucho que desear. Como Daron Acemoglu y James Robinson mencionan “la innovación requiere creatividad y esta necesita libertad, que los individuos actúen sin miedo, experimenten y determinen su camino con sus propias ideas”1, y es claro que lo que vivimos ahora dista de esa realidad.
La economía venezolana está operando tan por debajo de su potencial, que unas tímidas reformas hacia una economía de mercado nos permitirán crecer. Eso es lo que veremos en estos próximos años, pero ese miedo, esa desconfianza van a representar restricciones que tarde o temprano harán que la economía se frene. Carecemos de un mínimo de condiciones para que la propiedad privada y las libertades económicas conformen un fértil terreno para el funcionamiento de las empresas establecidas, y el surgimiento de un tejido sano y sostenible de emprendimientos.
Es oportuno también mencionar que el crecimiento de estas características tiende a beneficiar a aquellos grupos cercanos al poder, que son los que sí tendrán garantías y seguridad de su propiedad y tendrán privilegios de funcionamiento. Las instituciones funcionarán para favorecerlos, no para igualar las oportunidades entre los ciudadanos.
Venezuela necesita hoy una economía que sea 3 veces más grande que su tamaño actual. Para llegar allí necesitaremos que las empresas que hoy operan disminuyan su capacidad ociosa y que en algún momento lleguen a crecer. Además, necesitamos una nueva oleada de emprendimientos basados en la innovación y la creatividad. Por ello, el objetivo final no es beneficiar a un grupo u otro, sino generar las condiciones para que ambos crezcan de manera sana y sostenible.
@HenkelGarcia
(1) [1] Acemoglu, Daron y Robinson, James. El pasillo estrecho: Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad (Barcelona, Deusto: 2019).