Quien haya jugado pelota en cualquier liga de béisbol organizado sabe lo especial que son los días inaugurales. La sensación es única. No quiero decir con esto que sea la más excitante, solo que se trata de algo diferente a todo lo demás. Imaginen ahora que están alineados para el primer día del torneo, y que ese torneo es las Grandes Ligas. Imaginen además que ese juego es también su debut en Las Mayores. Pocos seres humanos han experimentado tal adrenalina, y nuestro Luis Aparicio es uno de ellos.
El 17 de abril de 1956 Aparicio debutó en La Gran Carpa. Era el día inaugural de la temporada, campaña que concluiría con la designación del zuliano como Novato del Año de la Liga Americana, lo que lo convirtió en el primer latino en recibir tal distinción en la historia de la Major League Baseball (MLB).
Dos años y medio antes, el muchacho de Maracaibo estaba jugando la XIV Serie Mundial de Béisbol Amateur en Caracas. Su incorporación a la selección nacional estuvo rodeada de controversias, ya que para aquel momento Aparicio era un perfecto desconocido que ni siquiera había jugado un torneo nacional Doble A. Para muchos, su única credencial era ser el hijo de Luis Aparicio “El Grande de Maracaibo”. El mánager y seleccionador nacional, José Antonio Casanova, no pensaba igual.
La actuación de Luis en el Mundial despejó las dudas que impregnaban el ambiente. Su defensa deslumbró a todos, y al bate, pues basta con decir que terminó con un promedio de 350 y seis impulsadas. Al terminar el torneo, el muchacho les dijo a sus padres que quería dejar los estudios para convertirse en jugador profesional. A ninguno de los dos le debe haber sorprendido. Luis había crecido entre tierra arcillosa y rayas de cal. De niño fue batboy del equipo de su padre y de su tío Ernesto. Recorrió el país saltando de equipo en equipo de ligas menores según a donde “El Grande de Maracaibo” fuese contratado para jugar. Sin embargo, a su madre, Herminia Montiel, no le agradó la idea. A su padre, por el contrario, lo que escuchó debe haberle alegrado. Era hombre de béisbol y sabía que el pupilo tenía potencial. Así que le dijo:
«Si vas a jugar béisbol como profesional, siempre tendrás que ser el número uno».
Luis Ernesto Aparicio ha dicho en varias ocasiones que esas palabras de su padre lo acompañaron a lo largo de su carrera.
Un mes después de finalizado el Mundial Amateur, Luis Aparicio Montiel debutó en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Fue un 18 de noviembre de 1953, Día de La Chinita, en el Estadio Olímpico de Maracaibo y en el marco del torneo conocido como “El Rotatorio”. El momento fue significativo, más que por el debut de Luisito, por el retiro de su padre, que para entonces era una estrella consagrada, y que eligió colgar los spikes el mismo día al entregarle de manera simbólica el bate a su heredero.
Aparicio deslumbró a todos esa temporada. Sus dotes defensivos atraparon la mirada de los fanáticos, y también de los cazatalentos del Big Show. Apenas habían transcurrido poco más de dos semanas del debut del muchacho, cuando el manager de Gavilanes, Hank Greenberg, un exgrandeliga que en 1938 estuvo a dos cuadrangulares de igualar la marca de 60 vuelacercas de Babe Ruth, habló con la gerencia de los Indios de Cleveland para que Luisito fuese firmado. Cleveland rechazó la recomendación por considerar que Aparicio, de 1,75 mts. de estatura, era muy bajito para jugar en La Gran Carpa.
Alfonso “Chico” Carrasquel había visto jugar a Luis en los enfrentamientos entre Gavilanes y Leones. Para el campo corto de los Medias Blancas de Chicago no había duda: el muchacho era especial. Así que, respaldado por el mánager del Caracas y coach de los Medias Blancas, Luman Harris, Carrasquel habló con la gerencia de los patiblancos para que no perdieran la oportunidad de hacerse con la ficha de Aparicio. El gerente general de Chicago, Frank Lane, no dudó en el criterio del “Chico” y de Harris. Luis Ernesto recibió diez mil dólares por estampar su firma con la organización (el equivalente a 100 mil dólares hoy).
La temporada debut de Aparicio en Venezuela concluyó recibiendo el premio de Novato del Año. De inmediato hizo maletas y tomó un avión rumbo al norte para unirse a los Waterloo White Hawks, filial clase B de los Medias Blancas, donde jugó todo el año 1954. En su paso por los White Hawks, Luis Aparicio participó en 94 juegos dejando un promedio al bate de 282, con 47 carreras empujadas, 85 anotadas y un llamativo número de 20 estafadas, alertando de manera temprana sobre lo que sería una de las grandes herramientas del venezolano en el terreno de juego.
Para la temporada de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP) 1954-1955, Aparicio aterrizó con los Leones del Caracas. Allí estaba quien de inmediato se convirtió en su mentor: El “Chico” Carrasquel. Justamente Carrasquel era el campocorto grandes ligas, así que esa posición en el Caracas estaba asegurada. Por una única vez en las carreras de ambos, Luis y Alfonso no se verían desde las paradas cortas en equipos contrarios, sino uno al lado del otro, haciendo el trabajo alrededor de la segunda almohadilla, quizás una de las mejores duplas alrededor de la intermedia que haya visto la LVBP en su historia. ¿Qué les parece haber tenido ese lujo de ver aquello durante una temporada completa? Bueno, para no sentir envidia me voy a concentrar en los duelos que presencié en el Universitario entre Wilson Álvarez y Omar Vizquel, y entre el “Kid” Rodríguez y Miguel Cabrera, así como el haber visto en la misma nómina del Caracas a Baudilio Díaz, Antonio Armas, Andrés Galarraga, Víctor Davalillo y Omar Vizquel.
Cuando Aparicio regresó a los Estados Unidos para la temporada 1955, pasó poco tiempo en los entrenamientos primaverales con los White Hawks, antes que la gerencia lo promoviese al Doble A con los Memphis Chickasaws. Ya el primer año en el norte había sido difícil para Luis. Lejos de su familia, sin dominar el idioma, en una sociedad que aún era hostil para los latinos así estos fuesen de piel blanca, constituían barreras para la adaptación del marabino a la vida en el norte. La idea de regresar a Venezuela y olvidarse de todo aquello pasó por la cabeza de Aparicio. “El Grande de Maracaibo” y “El Chico” se encargaron de quitarle esos pensamientos.
En Doble A, Luis Ernesto participó en 150 juegos dejando un promedio al bate de 273, con 92 carreras anotadas, 51 impulsadas, 48 bases robadas y 79 boletos recibidos. Nuestro compatriota no paraba de impresionar a la directiva de los patiblancos, quienes consideraron que el muchacho estaba listo para Las Mayores. Así que, cuando el vicepresidente de los Medias Blancas, Chuck Comiskey, y el gerente general de la organización, Frank Lane, estaban buscando en el mercado de manera desesperada un bateador de poder -el quipo había terminado la temporada 1955 con solo 116 jonrones colectivos-, fijaron la mirada en el jardinero de los Indios de Cleveland, Larry Doby. Los de Chicago se movieron fuerte al poner sobre la mesa el nombre de Alfonso Carrasquel y el del jardinero central Jim Busby. Los Indios tenían varios años pretendiendo al caraqueño. Sin duda querían a su campocorto de buen tamaño, y no a un chiquitico como Aparicio. ¡Buena esa, muchachos! La negociación prosperó. El 25 de octubre de 1955 los Medias Blancas lograron hacerse de los servicios de Doby, enviando al “Chico” y a Busby a Cleveland.
Durante el resto de su vida, Carrasquel no se cansó de decir que él sabía que Luisito estaba destinado a ser una estrella. Él recomendó al zuliano con la directiva de Chicago. Luego se convirtió en una especie de padre para Luis Ernesto y lo convenció de no abandonar el camino. Uno de los grandes atributos reconocido por todos sobre el “Chico” era su inteligencia. Por ello, resulta difícil suponer que Carrasquel no sabía que estaba llevando a sus aguas a quien pronto podía reemplazarlo. ¡Claro que estaba consciente de ello! Y así sucedió.
Aparicio se enteró de la transacción por los medios de comunicación. La puerta estaba abierta, y él sabía que tenía la primera opción. Sin embargo, la noticia no dejó de causar revuelo en la ciudad de Chicago. Carrasquel era un jugador carismático, muy querido en la ciudad de los vientos, que además había sido elegido al Juego de Estrellas de Las Grandes Ligas en cuatro de los últimos cinco años.
«¿Está diciendo que ha cambiado a su campocorto todos estrellas?», preguntaron a Frank Lane cuando este anunció el cambio a la prensa. «Hará falta una verdadera máquina para remplazar al “Chico”», aseveró un periodista. «Correcto, eso es precisamente lo que tenemos, una máquina, y su nombre es Luis Aparicio», respondió Lane.
Chuck Comiskey tampoco escapó de ser interpelado por el sorpresivo cambio. «Todos me decían que cómo era posible que hubiese cambiado a Carrasquel», recordaba Comiskey en una entrevista. «Yo les contestaba: ‘Ustedes no han visto a Aparicio’».
Luis se presentó para los entrenamientos primaverales de 1956 con el equipo grande sin tener un cupo asegurado. Entonces, el 3 de marzo, la directiva de los Medias Blancas le comunicó al zuliano que el puesto en las paradas cortas de los patiblancos era suyo. ¿Qué hizo Luisito? Lo que cualquier mortal en ese momento hubiese hecho: sudar por los ojos.
“Querida mamá: Al fin tú eres la madre de un bigleaguer, figúrate lo que eso significa para mí. Hoy he llorado a solas después de que se me dijo, sin estar yo prevenido, que me iban a dejar como campocorto del Chicago… Dile a papá que mi deuda con él está cancelada”.
Carta enviada por Luis Ernesto Aparicio Montiel a su madre, Herminia Montiel.
Y entonces llegó el gran día, el día del debut. Y como el destino siempre guiña el ojo, el juego inicial de los Medias Blancas en 1956 fue contra los Indios de Cleveland, que también estrenaban campocorto, solo que uno ya experimentado en Las Mayores. Sí, en la acera de enfrente estaría Alfonso Carrasquel con su nuevo equipo, marcando el primer juego en la historia de Las Grandes Ligas en el que ambos short stop eran venezolanos.
«Aún lo recuerdo como si fuera ayer. Aquí en mi casa tengo fotos de ese día. Allí estuvo conmigo Alfonso Carrasquel», recordaba con orgullo Aparicio.
Luis Ernesto Aparicio Montiel saltó al terreno de juego y se convirtió en el sexto venezolano en llegar a la Major League Baseball. Su primer imparable lo conectó ese mismo día. El lanzador de los Indios era el futuro Salón de la Fama de Cooperstown, Bob Lemon. Mientras esto sucedía, a unos 480 kilómetros de distancia otro muchacho debutaba en Las Mayores. Se trata de Frank Robinson que saltaba al terreno del Crosley Field con los Rojos de Cincinnati.
Cuando la temporada de 1956 finalizó, tanto Luis Aparicio como Frank Robinson recibieron la distinción de Novato del Año de la Liga Americana y de la Liga Nacional, respectivamente. Años después, ambos serían exaltados al templo de los inmortales.
¿Estaban equivocadas las miradas de Aparicio “El Grande”, José Antonio Casanova, Hank Greenberg, Alfonso Carrasquel, Luman Harris, Frank Lane y Chuck Comiskye?, ¿tenía condiciones Luis Ernesto? Pues “Little Louie”, como lo apodaron en Chicago, pasó en dos años y medio de ser un muchacho que no había jugado Doble A en Venezuela, al flamante Novato del Año de Las Grandes Ligas.