En la aldea
26 diciembre 2024

En mi hambre mando yo

La noción de respetabilidad y merecimiento traducen en nuestros tiempos esa idea de límite moral, la raya que no se puede pisar sin producir bochorno; frente a un Estado que utiliza el hambre del prójimo como instrumento de control y dominio. Se olvidan o se hacen los locos al desconocer que el Producto Interno Bruto venezolano cayó 50% entre el año 2013 y 2017, cuando aún no se aplicaban sanciones. No existe país alguno que no produzca muertos y desplazados frente a semejante cataclismo económico. Entonces, ¿qué sentido tiene empeñarse en defender la vida para vivirla de la caridad pública?

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Ezio Serrano Páez | 01 febrero 2022

Así reza un viejo adagio castellano. Posee una fuerza desconcertante de reafirmación altiva frente a la adversidad. Un modo de salvar la dignidad y de afrontar las penurias sin sacrificar el honor, sin rendirse, sin doblegarse ante la oferta indecorosa que nos propone saciarnos pero a la vez domeñarnos. Por supuesto que es relativamente fácil exhibir tales arrebatos de coraje frente a la humillación del poder, cuando algo se tiene en la nevera o cuando en alguna medida, nos llega la remesa de algún doliente en la distancia.

Pero el honor existe y existirá mientras los sujetos conciban alguna manifestación de su fuero interno, su ser moral. Y si bien  la historia de la humanidad debió afrontar la pesadilla de quienes lo diluyeron en las costumbres para producir el quietismo medieval y aristocrático, no es menos cierto que el respeto por el ser de los humanos recoge en tiempos modernos su conexión con el honor.

La consideración aristotélica según la cual “el honor es considerado el premio a la virtud y al hacer el bien” es un prejuicio que sobrevive como piedra en el zapato para quienes no encuentran límites en su afán por exhibir sus carencias éticas. Honor a quien honor merece, pues la noción de respetabilidad y merecimiento traducen en nuestros tiempos esa idea de límite moral, la raya que no se puede pisar sin producir bochorno. Tal vez algo quede al respecto.

“Ahora se añaden muertos por hambre que ponen en entredicho una negociación sin apuros. ¿Y cuál es la prisa para salir de Maduro? Si hemos aguantado humillaciones por más de 20 años, ¿por qué no aguantar unos años más?”

La política en los modernos se fricciona con el honor o más bien con la respetabilidad. La premisa maquiavélica, el fin justifica los medios, no parece dejar dudas. No obstante, se sigue valorando al político y la política que aleccionan perseverancia, rectitud y probidad, hasta donde el poder de la opinión general lo permitan. Otra cosa es la Realpolitik, un mundo oscuro e incomprensible en el cual el poder asoma su rostro de hierro. Pero hasta en ese plano, su práctica puede adquirir justificación en la búsqueda del bien común.

Claro que la defensa del honor puede producir resultados indeseables y desastrosos cuando se asocia al conformismo frente al privilegio, a los usos de castas, prejuicios raciales, acciones inmorales, o prácticas malvadas en el ámbito público y privado: no ceder para no perder privilegios disfrazados de honor y moralina. Las malas pulgas de los modernos frente al honor, aspecto plenamente justificado, paradójicamente es el polvo que nos ha traído estos lodos contemporáneos: sociedades en las que todo vale y por consiguiente, nada vale. El triunfo del relativismo moral.

Pero la puerta franca al relativismo produce como efecto más evidente, la pérdida de la noción de límites, es decir, la ausencia de toda ética. Y es que, en un país desgarrado como Venezuela, la negación de la respetabilidad humana e institucional (los vestigios del honor) se traducen en una subasta al mejor postor de todo aquello que pudiera limitar la ambición de poder o ser obstáculo para los sobrevivientes que medran a la sombra de este. Bajo tales condiciones, las ovejas descarriadas que aún procuran preservar algunos principios, se convierten en sujetos de mala entraña, seres obtusos, portadores de retardo mental y político, aristócratas arruinados, negados a los fabulosos beneficios de la negociación con criminales.

El rescate de una pareja de profesores de la Universidad de Los Andes (ULA), ella muerta y él moribundo, resultó la radiografía de un país descompuesto hasta los tuétanos. Nos quedó perfectamente claro que, a la absoluta irresponsabilidad oficial, se debe sumar la total inconsciencia de una colectividad extraviada en la incomprensión del honor, la respetabilidad y el merecimiento.

“Sin nada que ofrecer como resistencia para limitar el avance de la tiranía, el hambre de la gente pasa a ser barajita de negociación, justamente frente a los bárbaros que producen nuestra tragedia. ¿Aún esperan conmoverlos?”

La tesitura  malévola de los gobernantes, principales causantes de la tragedia, quedó expuesta sin sorpresas. No podía ser de otro modo tratándose de un Estado que utiliza el hambre del prójimo como instrumento de control y dominio. Si recordamos nuevamente lo dicho por Aristóteles al definir el honor como “el premio de la virtud y del hacer el bien”, ya podemos comprender el ensañamiento de la dictadura contra los servidores públicos que rechazan el deshonor de ser tratados como mendigos o pedigüeños. Merecen desaparecer, da igual que se mueran o que se marchen.

Pero el desdichado acontecimiento con los colegas de la ULA también dejó desnuda a una sociedad enferma, pero sin conciencia de enfermedad. Algunos parecen descubrir que en Venezuela sí es posible morir de hambre, otros  atribuyen el sufrimiento de pensionados y jubilados a las sanciones imperiales. Se olvidan o se hacen los locos al desconocer que el Producto Interno Bruto (PIB) venezolano cayó 50% entre el año 2013 y 2017, cuando aún no se aplicaban sanciones. No existe país alguno que no produzca muertos y desplazados frente a semejante cataclismo económico. ¿Esperaban otra cosa?

La asociación de eventos como el de Mérida con las sanciones aplicadas a la dictadura, disimula el deseo del pacifismo venezolano por regresar a las negociaciones en México. Insisten en salvar el negocio a costa del honor y el mínimo decoro. Sin nada que ofrecer como resistencia para limitar el avance de la tiranía, el hambre de la gente pasa a ser barajita de negociación, justamente frente a los bárbaros que producen nuestra tragedia. ¿Aún esperan conmoverlos?, ¿les pasará por la testa a los que imploran negociación, su aporte a la humillación colectiva, al deshonor y su gran cuota a favor de la desesperanza? No existe la tal “desesperanza aprendida”. La desesperanza es enseñada y modelada por quienes acumulan derrota tras derrota, convierten victorias en lo mismo y luego no se responsabilizan por sus actos.

“La desesperanza es enseñada y modelada por quienes acumulan derrota tras derrota, convierten victorias en lo mismo y luego no se responsabilizan por sus actos”

¡No faltaba más! A las ovejas descarriadas que aún procuran preservar algunos principios; a los sujetos de mala entraña que no atisban la creciente mejoría del país; a los seres obtusos, portadores de retardo mental y político, ineptos para comprender la paxbodegon ni la política de altura, obsesionados con la naftalina del honor; a los aristócratas arruinados, negados a los fabulosos beneficios de la negociación con criminales; ahora se añaden muertos por hambre que ponen en entredicho una negociación sin apuros. ¿Y cuál es la prisa para salir de Maduro? Si hemos aguantado humillaciones por más de 20 años, ¿por qué no aguantar unos años más?

Los voluntaristas por su parte, encuentran la opción salvadora para las víctimas de la hambruna: redes de apoyo para la colecta y reparto de víveres y medicinas. ¡Si hay un viejo en tu edificio, ubícalo, ayúdalo, no lo pierdas de vista, adóptalo! ¿Les pasará por la testa a los voluntaristas que semejante “solución” ofende el honor de quien ha entregado su vida al servicio público? Nunca entenderán la premisa aristotélica. Enfrentados con esto, ¿cómo puede extrañarnos el éxito de la caja CLAP? ¡Viva la caja CLAP de oposición! Pensarán algunos.

Y no podía faltar el voluntarioso narcisista mostrando en Twitter la fotografía o el video como pruebas de su obsequiosidad para con un viejo abandonado: ¡Yo lo vi primero!, ¡observen como yo ayudo! ¿Les pasará por la testa a los voluntariosos que la vida en el deshonor no es propiamente vida, y que en tal circunstancia la muerte puede ser salvadora?, ¿qué sentido tiene empeñarse en defender la vida para vivirla de la caridad pública?

Con semejantes líderes y defensores del honor nacional, provoca abrazar el hambre como forma de trinchera, a lo Franklin Brito. Al fin y al cabo es lo único que nos han dejado. Por eso adquiere sentido el proverbio castellano: ¡En mi hambre mando yo! Que mi hambre no sea utilizada para el deshonor. Porque ya no se trata de exigir victorias, ni romper cadenas y menos inmolarse para complacer a quienes piden sacrificios. Se trata de al menos, no parecerse a los criminales, mantener el mínimo decoro, precisar los límites morales que nos diferencian, y no contribuir con la humillación cotidiana que supone admitir el dominio de los desalmados.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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