Las fuerzas democráticas del país enfrentan un terrible obstáculo para lograr su objetivo fundamental: el cambio político. Todos conocemos ese obstáculo, pero no está demás recordarlo, a los fines de este artículo. Consiste en la voluntad del régimen de impedir ese cambio a como dé lugar y cerrar todas las vías constitucionales y democráticas para producirlo, contando en ello con el pleno control de todas las instituciones del Estado.
En ese obstáculo han encallado todas las iniciativas que se han emprendido en esa dirección, como el Referéndum Revocatorio de 2016 y ahora el intento de 2022, del que volveremos a hablar en estas líneas. Pero no sólo encallan esas iniciativas, sino todos los que las critican, que, después de dedicar amplios argumentos para descalificarlas, al llegar a la hora de plantear sus propuestas alternativas, resulta que en realidad no tienen nada que ofrecer. La descalificación invariablemente va por los terrenos de calificar esos intentos de ingenuos y que de alguna manera caen en el juego del régimen, en sus esfuerzos por lavarse la cara ante la comunidad internacional. Ello implica que los promotores de tales cosas están ciegos al obstáculo mencionado en las primeras líneas de este artículo.
Pero llega el momento crucial de proponer algo más práctico y más lúcido, y allí siempre se queda la cosa corta. Por ejemplo, tengo delante un artículo escrito por una persona de experiencia política y peso intelectual, que luego de transitar los caminos habituales de la crítica, desemboca en sus propias propuestas. Dicen así: “La elección, selección, escogencia, de una dirección política comprometida con el objetivo del ‘cese de la usurpación’ y que organice y coordinen las fuerzas domésticas e internacionales”. No luce una propuesta muy práctica y realista. En realidad tengo la impresión de que el problema quedó intacto.
El reto es cómo proponer algo que, al tiempo que supere esos niveles de inoperancia y abstracción, pueda a la vez escapar a las fauces de la arbitrariedad del régimen. Lo que al respecto estoy en capacidad de decir es que hay que poner en marcha, movilizar, las fuerzas ciudadanas existentes en el país, tras una bandera que tenga ese poder de movilización, y que para ello ha de significar una tarea concreta a llevar a cabo que tenga como horizonte real producir el cambio político. Esa es la gran virtud de la idea del Referéndum Revocatorio. De hecho, la bandera del revocatorio impulsó el inicio de un proceso de movilización ciudadana como el mencionado. De ahí la prisa del Consejo Nacional Electoral (CNE) en abortarlo. Al momento de escribir esto, ignoro si el revocatorio está definitivamente cancelado como bandera. También ignoro si, en ese caso, es posible poner en su lugar una causa capaz de jugar el mismo papel movilizador. Los promotores del revocatorio tienen también la opción de mantener en marcha y a cómo de lugar, la movilización ciudadana que se había iniciado, fuese cual fuese la magnitud que había alcanzado. Para ello habrá de echar mano de cuanto recurso aparezca, que tenga el suficiente poder de convocatoria, entre ellos quizá la defensa misma del derecho a revocar, tan salvajemente vulnerado.
No pretendo sugerir que la movilización revocatoria, a la que he apoyado, vaya a lograr el objetivo de revocar a Maduro. O que lo hubiera hecho. Es casi -o sin casi- seguro que en algún momento el régimen lo iba a impedir. Pero lo importante es la movilización y organización ciudadanas a las que ha dado lugar. El desafío es continuarla y sacar la lección: la ciudadanía es en verdad movilizable cuando se le ofrece una causa política real por la cual luchar. El revocatorio no era un invento ni una abstracción: está ahí, en el Artículo 72 de la Constitución, y produce un cambio político. Tiene octanos para movilizar a la gente. Barinas es otro ejemplo de ello.
La gran carencia de la dirigencia democrática establecida ha sido el no haber podido ofrecer a la ciudadanía banderas movilizadoras, desde hace ya un par de años. Lo que me luce la gran debilidad de la propuesta que hacen quienes, dando por cancelado el revocatorio, ofrecen el horizonte de 2024, es precisamente esa, que no mueve a la acción. Demasiado lejos, demasiado “sensata”, demasiado paciente.
De todo lo dicho deriva un criterio al que atribuyo la capacidad de orientar lo que se vaya a hacer: la guía es la de movilizar, o continuar movilizando, a la ciudadanía como tal, a través de propuestas con la suficiente sustancia concreta.