Pocas ocasiones como la de ahora para concentrar en un solo espacio del mapa los rasgos predominantes de la política venezolana para llegar a conclusiones que pueden explicar la totalidad de sus rasgos, especialmente el cúmulo de sus vicios y oscuridades. Las características de la elección nacional que acaba de llevarse a cabo se resumen en Barinas con una elocuencia tan devastadora que será difícil detallarlas con coherencia. Sin embargo, aun mirándolas como vayan pasando por los ojos del escribidor, dejan lecciones que vale la pena retener.
El asunto del fraude electoral, en primer lugar. Mucho se ha hablado de su puesta en marcha desde el advenimiento del chavismo, pero las objeciones se quedaban en el aire por la dificultad de respaldarlas con evidencias concretas. En el caso de la derrota de uno de los miembros de la sagrada familia revolucionaria en el terruño natal del “comandante eterno”, saltan a la vista con una espontaneidad brutal. La trascendencia concedida por la dictadura a la derrota de uno de los Chávez condujo a un desconocimiento de los resultados con una carencia de sustento que vieron los ciegos y oyeron los sordos, que se restregaron en la cara de los cercanos y llegaron fácilmente a la nariz de los lejanos. La retención de actas por un chafarote, en medio de una expectativa que sobrepasó los límites comarcales, el tiempo aprovechado por el ganador para comunicar su vicisitud desde Caracas a quien la quisiera oír y su inhabilitación por el Tribunal Supremo de Justicia, partiendo de un argumento peregrino que solo generó estupefacción y desprecio, hicieron trasparente el delito de fraude electoral después de dos décadas afanándose en ocultarlo. O hicieron que se vinculara con las trampas que campeaban entonces en el vecino Apure, ventiladas por el candidato a quien se escamoteaba la victoria ante un auditorio cada vez más concernido. Y con otras sospechas susceptibles de atención, desde luego.
La complicidad escandalosa de una oposición hecha a la medida de la dictadura, en segundo lugar. Se trató desde el poder, hasta ahora, de cubrir con un manto de legalidad el ataque de los partidos de la unidad opositora, y reemplazarlos por organizaciones supuestamente comprometidas con la doctrina y con la trayectoria de esos partidos; pero ahora la mudanza de cómplices a un lugar que no es precisamente de su atención vital en apoyo de un candidato “opositor” traído por las mechas, más extraño que oriundo, más capitalino que criatura del piedemonte, más mero de los mares que trucha de los ríos, independientemente de lo que asegure su partida de nacimiento, nos pone frente a un desfile de sinvergüenzas a quienes, en adelante, jamás les servirá la máscara para el ocultamiento de sus tropelías, de sus simulaciones, de sus negocios. El laboratorio de las orillas del Masparro le ha hecho a la sociedad el inestimable servicio de desnudar para siempre a un tipo venenoso de alacranes que querían pasar por benévolos, y sobre cuya utilidad muchos estaban dispuestos a jurar. Deben tener la muerte cerca, por lo tanto, o una agonía próxima.
La imposición de un candidato según los intereses exclusivos y excluyentes del poder que establece su voluntad desde Caracas, en tercer lugar. Se atropella paladinamente el discurso de la descentralización, el tema trillado del respeto a las particularidades regionales, la valoración de los liderazgos locales, el entendimiento republicano de los asuntos públicos y el peso de la modernidad en la valoración de las vicisitudes políticas; cuando un cogollo metropolitano posa la vista en un hijo político de Chávez y se lo lleva en volandas a ganar una nominación por el hecho esencial de ser el padre de los nietos del “héroe” de Sabaneta. Parecían cosas de las novelas de Rómulo Gallegos sobre la lucha entre la civilización y la barbarie, pero han vuelto a la vida debido a las necesidades del laboratorio barinés. Para algo sirve ese espacio de ensayo e investigación que hoy captura la atención de una ciudadanía que, pese a lo mucho que va visto y ha dejado de ver en los últimos años, puede manejar ahora una brújula más certera para saber dónde está parada.
La unidad de los partidos de oposición, por último. La necesidad de Barinas ha hecho que las organizaciones de oposición se vuelvan virtuosas; es decir, que la fuerza de las circunstancias las conduzca al sendero de la unidad que trillaron con renuencia en la víspera, cuando más se la necesitaba en las regiones cuyo gobierno se perdió por egoísmos y mezquindades que hoy parecen superados ante el desafío de derrotar a la dinastía Chávez en su propio feudo. Estamos ante el mejor aporte que proviene de una singular segunda elección que mucho dice de lo que hemos sido desde hace veinte años, y de lo que podemos ser aleccionados por los trompicones.