Se inicia el año político con una buena noticia para las fuerzas democráticas. Se trata del hecho de que la Asamblea Nacional ha prorrogado el Estatuto de la Transición y ratificado a Juan Guaidó como Presidente encargado, a título de Presidente de esa misma Asamblea Nacional. Eso le da a las fuerzas democráticas un piso institucional para seguir actuando en el terreno nacional e internacional y mantener el reconocimiento y apoyo formal de importantes países del mundo democrático. Ya queda en las manos de esas fuerzas y los partidos y dirigentes que aspiran a jugar papel de conductores, proceder a las reformas y cambios de conducta que las conecten con esa amplia aspiración de cambio político que va mucho más allá de esas organizaciones y personalidades. Si no proceden a ello, se agravará la situación que hemos estado viviendo: la de una sociedad movida por un anhelo colectivo de superación del actual régimen, pero que no encuentra adecuadas expresiones políticas para tal aspiración. Las que existen, tal como existen, les resultan estrechas, insuficientes, insatisfactorias, carentes de verdadera capacidad de canalización y la conducción de los deseos colectivos.
Pero al lado de esa exigencia de ponerse a la altura, e independientemente de que partidos y dirigentes respondan a ella, la vida política y el drama nacional siguen su curso. Hay desafíos perentorios en puertas, como el de Barinas. Hay otros de más largo plazo, pero que tienen un plazo de vencimiento muy definido, como lo es el del referéndum revocatorio.
Tengo al respecto un par de conjeturas que quiero proponer al lector. La primera es que el del referéndum revocatorio es el escenario al cual el régimen le tiene verdadero temor. El único al cual, en términos inmediatos, le tiene verdadero temor. Queremos decir: un escenario en el cual el referéndum revocatorio se haya convertido en una bandera nacional, en eso que llaman un “sentimiento nacional”, al cual se sume el apoyo decidido de la comunidad democrática internacional. Siendo ello así, el objetivo no confesado del régimen es lograr que tal peligro pase. Para ello cuenta con la indecisión, las dudas, las vacilaciones, la resistencia que ante el referéndum revocatorio muestran parte de las fuerzas democráticas, los partidos políticos, las organizaciones sociales, los dirigentes, las referencias de opinión que dan forma a aquellas fuerzas. Cuenta también, cómo no, con la complacencia de lo que para abreviar se ha llamado “capitalismo de bodegones”.
En tal sentido, el régimen actuará de forma que alimente las ilusiones de los grupos que piensan que es posible una proceso de concesiones graduales por parte de quienes están en el poder, que llegarían a tal punto de acumulación “incremental” -así la llaman tales grupos- que se haga posible un cambio político. Se supone que, al mismo tiempo, las fuerzas democráticas se revisan, se agrupan y reorganizan, de modo de sacar provecho a las concesiones que se vayan obteniendo, concesiones cuyo ejemplo emblemático son los dos rectores del CNE. Esos grupos consideran al referéndum revocatorio algo demasiado confrontacional, que va a “distraer energías” -es la expresión consagrada- de ese doble proceso de cambios graduales en el cual tienen cifradas sus esperanzas.
Como consecuencia de esa primera hipótesis, viene esta otra. Una vez que pase el peligro del referéndum revocatorio, el régimen dedicará todas sus energías a consolidar, ya sin mucho que temer, su permanencia en el poder. Las “concesiones” que, de acuerdo a lo dicho en el anterior párrafo, se haya mostrado dispuesto a hacer, habrán sido lo suficientemente limitadas para poder ser manejadas y reorientadas en el sentido de esa consolidación en el poder.
La conducta del régimen ante las negociaciones de México revela con claridad que no está dispuesto a dejarse atrapar en ninguna red de la que luego le sea difícil salirse. Si por ejemplo en México se pone en el tapete el tema de la reforma judicial, el régimen se adelanta y hace la suya, a su gusto, saltándose y dejando colgada de la brocha a la delegación de las fuerzas democráticas y a los países facilitadores.
Por mi parte, no veo necesario considerar antitéticas la estrategia incremental y la que impulsa el revocatorio. No tienen por qué descalificarse la una a la otra ni oponerse a los avances que se pueda conseguir en cada una de las rutas. Al contrario, deberían verse como complementarias y considerar los logros de la otra como elementos que facilitan la realización de la propia. No está nada mal tener más jueces imparciales en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), como no lo está lograr que se cambie la antidemocrática reglamentación que actualmente rige el revocatorio.
El 10 de enero, y por espacio de un año, se abre el período en el cual la realización del referéndum revocatorio conduce a unas nuevas elecciones en este mismo 2022. Luis Ugalde calificaba recientemente la posibilidad de que este régimen durara hasta el 2024 de “una desgracia”. Para mí también lo es. La dirigencia política y social del país tiene la tarea de apoyar con todas sus fuerzas la promoción y realización del referéndum revocatorio. Un grupo de ciudadanos agrupados en la asociación civil Mover, ha venido abriendo el camino de tal opción, con una ímproba labor y ante la mirada escéptica y reticente de muchos. Lo ha hecho apoyándose en el respaldo personal, cada vez más amplio, de ciudadanos comunes y corrientes de todas partes del país. No tengo dudas que ese es el camino a transitar. Pero se necesita un apoyo decidido de las voces y organizaciones que le pueden dar mayor impulso, sin por eso quitarle el carácter, que debe conservar, de iniciativa ciudadana. Los líderes y políticos más connotados del país han sido emplazados de manera genuina y convincente a darle su respaldo. Lo que vale para ellos, vale para el conjunto de la sociedad organizada. El referéndum revocatorio debe coger vela. No ayudar a ello, dejar que el régimen vea pasar el peligro, nos llevará a pagar un precio demasiado alto pues será, en efecto, una desgracia.