Frente a los desafíos de la verdad y la política, nos vamos encontrando con percepciones y prácticas inquietantes, la de nuestros jóvenes. Es necesaria esta mirada, la del joven que nació bajo este sistema de dominación, el que ha vivido una historia fuera de la democracia, que ha tenido que aprender a diferenciar los conceptos porque el régimen habla de “democracia directa” cuando en realidad se trata de una impostura, un señuelo que busca atrapar en la mentira que le constituye.
Vida en la mentira. Camino velado y oscuro, basado en la manipulación de los conceptos, vaciado de su sentido original y resignificados en un cuerpo teórico-político que no tiene nada que ver con el origen del concepto. La democracia directa para el chavismo es dominación sin mediación, como lo ha dicho claramente uno de nuestros entrevistados que forma parte del aparato comunal: “Democracia directa, esto es, del Presidente al jefe de calle…”. ¿Más claro?
Esta claridad, al parecer no es tan así para los políticos, pero sí para nuestros jóvenes quienes no se creen la mentira tras la palabra democracia que pronuncia este régimen. Ramón Piñango en una entrevista que le concede recientemente a Politiks.co, lo dice muy abiertamente: “Una cosa que me preocupa a mí de la oposición venezolana es que parece ser que se olvidan que esto es una dictadura”. Piñango, como nuestros jóvenes, define fuera de la democracia a este sistema de dominación, “esto es una dictadura”. ¿Será que nuestros jóvenes no se olvidan de que están en un sistema autoritario, dictatorial, pese a que el régimen dice constantemente que sí son demócratas y la oposición asiste a las elecciones como si estuviéramos en democracia?, ¿estas mentiras los llevan a definir la democracia como autoritarismo? Estas preguntas tendrán sentido más adelante, te invito a que me acompañes en esta interpretación.
El abordaje de este tema lo haré a partir de dos fuentes: La Encuesta Nacional sobre Juventud 2021 (Enjuve 2021) realizada por la UCAB, y los resultados de una investigación cualitativa denominada “Pensamiento y Libertad” desarrollada por nosotros (Centro de Investigaciones Populares) y Changing The Story.
Tomaré, para ello, dos datos fundamentales, edades y posición política, nada más. Ambas investigaciones produjeron importantes hallazgos, me limitaré a tomar de la primera una dura aproximación, según la cual, el 50% de los jóvenes encuestados dicen que la democracia es preferible, pero esta preferencia se matiza en un porcentaje del 78% que siente insatisfacción con la democracia, “es la población juvenil que no está nada satisfecha o no muy satisfecha con el funcionamiento de la democracia en Venezuela”. ¿Democracia en Venezuela?, ¿será que la pregunta está mal hecha?, ¿habría que plantearla desde el sentido real y no desde la ficción?
El otro 50% de los jóvenes encuestados dijeron que un régimen autoritario puede ser preferible (22,1%) y otros opinaron que da lo mismo una democracia o una dictadura (27,5%). Todas respuestas lógicas, nada sorprendente, si esto es una democracia es natural que se perciba como lo peor, para nuestros jóvenes da igual estar en democracia o dictadura. ¿Quién hace pedagogía política con estos muchachos, será posible que se desnude la naturaleza totalitaria, o por lo menos, autoritaria de este sistema?
Nuestros jóvenes no han conocido la democracia. Lo que han vivido no se puede llamar democracia, ellos lo saben, por eso no están satisfechos y les da igual cualquier sistema en el sentido que no tienen las herramientas conceptuales ni vivenciales que les permitan distinguir un sistema de otro. Se dice que no hay democracia, pero se sigue actuando como si existiera.
Ahora vamos a hacer una aproximación a partir de nuestros hallazgos, colocamos en relieve la narrativa de nuestros jóvenes, reproduzco acá una conversación en el marco de los grupos focales:
María tiene 18 años al momento de realizar esta investigación, pregunto al grupo: “¿Con qué idea política te identificas?” María responde: “Supongo que con la democracia, pero, por ejemplo, yo no soy fanática de la política”. A lo que respondo “ajá, esa es una definición”, pero ella sigue diciendo, “me parece que puede haber gente buena y puede haber gente mala, dentro de la democracia igual existe lo corrupto y toda política que tenga ideología también, entonces como no me llevo ninguno, yo no soy fanática de eso; no puedo decir: ¡Ay, soy demócrata!, porque no puedo”. En esta joven se borró la noción de justicia y de las instituciones que la garantizan, hay solo arbitrariedad. ¿De dónde le viene la idea?
Pregunto al grupo: “¿No puedes decir que eres demócrata?”, y vuelve a responder María: “No, porque no, no me siento identificada con ninguna, o sea, democracia es la que fuese como que la más justa pero igual hay de todo adentro, entonces es como que nada me convence ahí”.
A nuestros muchachos les llega solo el mensaje del sistema, la autopercepción del régimen, sus elaboraciones teóricas, sus vías, pero no son aceptadas; se las juzga, se la reconoce como autoritaria, si eso es la democracia, entonces cuenta con su rechazo. Se trata de una impostura reconocida como tal.
El promedio de edad de los chamos que participaron de la investigación fue de 18 años, ante la pregunta por las condiciones más extremas que han vivido, respondieron: “Bueno hubo una época en la que yo estaba en el teatro de Petare, justamente, estábamos a punto de presentar una obra y hubo un momento de la economía muy jodido, que estuve casi una semana sin comer absolutamente nada, hubo un momento que no tienes nada, ver gente comiendo de la basura, ver gente que asesinaron a sus hijos intentando buscar una democracia, ver personas que se han quedado completamente solas, o los abuelos que se han quedado completamente solos… todas esas cosas que, que son absurdas pero son totalmente fuertes e incluso son ajenas a ti, es algo depresivo, muy jodido, o sea, crecer en un país que, aparte es el segundo país más peligroso del mundo, y vives en la ciudad más peligrosa del mundo, o sea, no sé, crecer rodeado de ese ambiente, eh… el hecho de todo lo negativo, de muerte, de penumbra, de oscuridad, me ha parecido muy jodido. Sobre todo, querer hacer algo y simplemente no, no puedes hacer nada”.
Es un relato desgarrador, pura piel, conmueve lo vívido, son sólo jóvenes a quienes el mundo se les vino encima, sobrevivientes de los años 2014, 2017, 2018, 2019, 2021. Sobrevivientes de esta revolución. Han tenido que huir como un modo de resistencia, irse ha sido una opción para la vida. No la única, pero está como una de las pocas posibilidades.
Profundizando un poco más en las condiciones de vida y en ese complejo mundo de las percepciones, insisto en la pregunta: “¿Con qué idea política se identifican frente al contexto político del país?”.
La respuesta es rotunda, tajante, sin espacio para la dubitación: “Con ninguna”. Afirmo la respuesta, “con ninguna… a ver”. No puedo creer tanta seguridad, busco que argumenten y vuelven a afirmar en conjunto “NINGUNA”. Insisto: “A ver, ¿quiénes se identifican con ninguna? Levanten la mano”. Todos levantan la mano. Digo incrédula: ¿Todos?, ¿no se identifican con ninguna idea, ni partido, ni…?”.
Responde José: “Ningún partido es bueno ni malo, solamente que un partido beneficia más a unos que otros. Porque ahorita, el socialismo beneficia más a los que están en el Gobierno que a los que no están en el gobierno…”; y culmina diciendo: “Estamos solos, no hay alternativas”.
No me sorprende que los jóvenes piensen así, Gobierno y oposición son para ellos cara y sello de una misma moneda. El sistema sin autoridad ni legitimidad se autodefine como democracia y la oposición reproduce esa definición al aceptar el lenguaje y los mecanismos de participación que el régimen permite y favorece. Lo que me asombra es que no tengan opciones, que no se haya producido un liderazgo que tenga la contundencia de diferenciarse en la oscuridad, con un discurso y práctica que llegue, que produzca identidad. Son 22 años dominados por una sola idea, ¿por qué no se ha producido el clic afectivo que tenga la fuerza de originar un movimiento socio-político que articule a nuestros jóvenes?
En esta línea, Antonio, un joven de 21 años, petareño y activista en una de las manifestaciones políticas más grande de nuestra historia, protestas del año 2017, plantea lo siguiente en estos grupos focales que les comento: “Muchas personas me decían… -se detiene en la narración-. Tuve muchos conflictos con mi mamá porque ella decía: ‘tú dices que no te identificas con nadie, pero vas a, sales a luchar y eso…’. Bueno, yo soy como Aquiles. Si ustedes ven Troya, cuando Aquiles llega a la isla, él no luchaba por Agamenón, él luchaba por algo de sí mismo, algo interno, y yo luchaba por eso mismo, yo no luchaba por ningún Guaidó, ningún Leopoldo…”.
Continúa diciendo Antonio: “Yo luchaba…, porque yo en un futuro quiero que esto cambie, lucho porque mis hermanos se fueron. Lucho porque mi familia se ha ido, mucha de mi familia se ha ido, lucho porque tengo una primita que tiene cáncer y es un problema pasarle la quimioterapia porque no llega. Entonces, muchas veces uno tiene que hacer de todo para poder hacer esos esfuerzos de quimio, y por eso es que luchaba”.
En el fondo, Antonio lucha por su familia, por su país, por la gente, por personas concretas. La idea es una construcción que se alimenta de la vida, la familia, las relaciones afectivas. Su lucha está anclada al modo como lo hace la cultura, convivencia, relación afectiva, solidaridad, ¿surgirá un liderazgo inculturado capaz de dar cauce a estos sueños y a la ética que lo sostiene?
La experiencia de Antonio y de todos estos jóvenes con los que hemos venido trabajando en esta interesante investigación, nos plantea grandes desafíos. Cito acá un tuit de Ramón Piñango que empalma con la narrativa de estos muchachos: “Debo señalar que ser líder es diferente a ser dirigente, candidato o funcionario público. El líder llega a ser tal por el reconocimiento a lo que ha hecho y porque su discurso convence a muchos. Un líder no se selecciona por votación”.
Esta afirmación de Antonio “… yo no luchaba por ningún Guaidó, ningún Leopoldo…” empalma con la idea de que estos dos nombres señalados están más en la línea de ser dirigentes o funcionarios. Ahora bien, según la interpretación que se desprende de este trabajo de campo, nos queda en la boca el mal sabor que deja en nuestros jóvenes el no encontrar con palabras con significado, que implique una relación entre la vida y el lenguaje, desde la filosofía arendtiana sería fusión entre palabra y acto.
“El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades… Cabría decir que el poder es siempre un poder potencial y no uno intercambiable, mensurable y confiable entidad como la fuerza. Mientras que esta es la cualidad natural de un individuo visto en aislamiento, el poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan”.
Esta tesis la hemos venido trabajando, no partimos de ella, hemos llegado a ella por caminos distintos a los tomados por Hannah Arendt. No repetimos teoría, nos encontramos con esta a partir de la vida. Nuestros jóvenes no tendrán estos conceptos, pero sí las vivencias que puedan generar acercamientos similares.
La palabra democracia ha sido despojada de su sentido original, está vacía de significado, tanto que a nuestros jóvenes le da igual hablar de democracia o dictadura; y llegan a pensar que un régimen autoritario puede ser preferible. ¿Lograremos producir un movimiento que articule palabra y acto, que la vida se corresponda con el lenguaje? Un gran desafío para el liderazgo que emerja.
*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita