“En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas”
Ernesto Che Guevara
Mientras más conozco al “hombre nuevo” que ha venido construyendo el Socialismo del Siglo XXI, más quiero a mi perrita Chanel, digo yo parafraseando a Lord Byron. Y no son solo los hombres, esto incluye a las mujeres que detentan poder absoluto bajo un sistema único, muy criollo, además. Por décadas hemos escuchado a los socialistas hablar de ese “hombre nuevo” en permanente construcción como decía el Che Guevara, ese sujeto que la educación debe ir modelando hasta convertirlo en un furibundo militante de la causa revolucionaria.
Ese “hombre nuevo” que por más de 20 años no se ha vinculado con valores cívicos, y menos aún con la legalidad, se ha venido transformando en un sujeto con toda una gama de comportamientos antisociales, dignos de análisis criminológico. Quienes detentan el poder revolucionario, se han venido modelando a sí mismos y pretenden modelar al resto de la sociedad como más les conviene a sus objetivos fundamentales, como son mantener el poder a toda costa, y enriquecerse a expensas del Estado todo lo que sea posible.
Dentro de esa fauna de nuevos ricos, enchufados, contratistas, sujetos ligados al espectáculo, politiqueros y populistas que se hacen una estatua con dinero público, va reptando escondido un sujeto que sirve a los fines del “proceso”, poco se deja ver, pero resume en gran medida los valores que han inspirado este periodo de accidente histórico por el que atravesamos los venezolanos. Me refiero a los torturadores, individuos enquistados en diversos organismos del Estado, cuya única destreza es generar los peores tormentos posibles a otros seres humanos a su merced.
Hace poco pude escuchar el relato de algunos familiares de presos políticos. No hubo ninguno que no refiriera alguna situación de tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes. Algunas de las conductas descritas muestran un grado superlativo de perversidad, que nos hace preguntarnos si nos encontramos frente a verdaderos trastornados. En un reciente evento virtual de Derechos Humanos, el abogado Alonso Medina aportaba un dato del que muchos sabíamos pero que, analizado más cuidadosamente, resulta escalofriante. Exponía que en el caso de los presos militares muchos de sus torturadores los conocían, eran compañeros de promoción, subalternos o superiores, en fin, habían tenido un vínculo académico o profesional con la víctima en algún momento. Cualquier forma de tortura es inaceptable, pero cuando el perpetrador y la víctima se conocen, esto agrega un elemento que nos obliga a hurgar sobre qué fuerzas son tan poderosas como para determinar a un sujeto a comportarse así con alguien con quien probablemente en algún momento de su vida tuvo alguna relación.
En Venezuela la tortura ya forma parte de una política de Estado, con ella se envían mensajes muy claros a todos los que osen articularse a favor de la democracia o de algún reclamo ciudadano; de hecho, a la dictadura le conviene que estos relatos se difundan para así propagar el miedo que paraliza la sociedad y es tan conveniente al sistema. Esto se hace recurrente sobre todo con quienes fueron antiguos aliados, casos como los de Miguel Rodríguez Torres o Raúl Isaías Baduel son emblemáticos, para mantener aterrorizados a los disidentes y conservarlos dentro del barco.
Nuestro país ha suscrito todos los instrumentos internacionales contra la tortura, a la par que ha venido formando sistemáticamente torturadores, en ello no ha habido ninguna improvisación. En cada organismo los funcionarios saben quiénes son los expertos en torturas, y estos forman a las nuevas generaciones que quieren dar sus primeros pasos en ese ignominioso mundo. Se profesionalizan en acabar con la dignidad humana, a reducir a las víctimas a un objeto con el que satisfacen sus instintos más perversos y primitivos. Lo peor es que algunos de ellos tienen rangos de investigadores, inspectores de algo, comisarios o comisionados en algo, cuando de eso no saben absolutamente nada, su única pericia es generar sufrimiento. En honor a la verdad la tortura es de vieja data en Venezuela, solo que es ahora cuando ha alcanzado verdaderos niveles de profesionalización y se practica sin pudor alguno. No olvido aquella anécdota de Francisco Pimentel, escritor, ilustrador y humorista siempre enfrentado a la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando el esbirro por enésima vez lo interrogaba antes de ingresar de nuevo a la cárcel, al preguntarle por su profesión, respondió: ‘preso político, pues ustedes no me han permitido desempeñar ninguna otra’. Así algún día al enfrentar la Justicia, los torturadores se les preguntará por su profesión u oficio a lo que esperamos que respondan con la verdad: Torturador.
Amo los pesados grillos
que me dieron por tormento:
son recios como mi aliento,
como mis versos, sencillos.
(…)
Y bendita la crueldad
que me da, a más del encierro
por cada libra de hierro
un quintal de dignidad.
(…)
Y con amarlos me vengo
del mal que se me procura:
¡me los dieron por tortura
y yo por gloria los tengo!
Francisco Pimentel
“Hierro Dulce” (Fragmento)
La Rotunda, 1919