En la aldea
21 diciembre 2024

El 21N: Algunas notas abiertas al tiempo

Del desempeño de quienes ocupen posiciones de poder dependerá en gran medida la ponderación futura del 21N de 2021. La dinámica electoral que impuso el contexto autoritario afectó a las estructuras partidistas, mermó su ánimo, resintió la cooperación interpartidista y no logró motivar a la ciudadanía. “Me atrevería a decir que este comportamiento contrasta con dos casos excepcionales: Zulia y Vargas”. Por lo pronto, es responsabilidad de los venezolanos comprender los resultados, ponerlos al servicio de la lucha democrática, y fortalecer a los partidos políticos; ya que “sin mecanismos de representación formal los movimientos políticos no tenemos herramientas inmediatas que nos permitan la construcción de reglas de juego”.

Lee y comparte
Paola Bautista de Alemán | 18 noviembre 2021

Faltan pocos días para las elecciones regionales y municipales del 21 de noviembre y La Gran Aldea me pidió un análisis sobre esta coyuntura. Escribir sobre la marcha de los acontecimientos es desafiante y un primer impulso me inclinaba a no hacerlo. Quizás tiendo al silencio porque tengo presente la advertencia que Tzvetan Todorov hiciera en “La experiencia totalitaria” (2011): La cercanía a los acontecimientos puede ser una suerte de miopía que solo el tiempo puede aliviar. Aún así, me animo a publicar estas notas que están abiertas al tiempo. Reflexiones sin reposar que están muy lejos de ser definitivas. Pensamientos que quizás podrían contribuir a la comprensión del momento actual.

La primera idea se refiere a la naturaleza autocrática del chavismo

Samuel P. Huntington destaca que los procesos de democratización están relacionados con la naturaleza de la autocracia que se desea superar. Este dato no es menor y tiene impacto en el ejercicio práctico de la política. Conviene entonces recordar que existen distintos tipos de autocracias. Todas son malas. Y algunas son peores. Se pueden distinguir según su capacidad de dominación. Unas se dan por servidas cuando logran controlar el hacer de las personas y otras, se esfuerzan por cooptar su ser. Quiero destacar así que el espectro de perversidad es amplio y cómo puede guardar relación con la viabilidad del tipo de cambio político que se desea alcanzar, debe ser un aspecto a considerar en los análisis de este tipo.

“En 2015 la construcción de una unidad electoral que pudiera derrotar al chavismo en las urnas rindió frutos. Logramos alcanzar la mayoría en la Asamblea Nacional y acudimos a las herramientas que ofrecía la Constitución para caminar hacia la democracia”

La autocracia que se ha configurado en Venezuela es compleja. Compendia ambiciones del siglo XX y herramientas del siglo XXI. Su ascenso y consolidación ha sido gradual. Esta forma sigilosa de avanzar la ha hecho especialmente resiliente. Se sobrepone ante las coyunturas. Supera escollos y acumula conocimiento que le ayuda a superar nuevas crisis. Además, es una dictadura militarista -no militar- que ha desarrollado una dinámica gansteril que impregna nuestra cotidianidad. No me refiero solamente a la corrupción, lamentable proceder que contribuyó con la destrucción de nuestra democracia. Esto es otra cosa. Y no es vulgar normalización, sometimiento voluntario o supervivencia. Repito: Esto es otra cosa. Es auténtica admiración por la cultura del carro blindado, de los escoltas armados, del bochinche descarnado y del dinero fácil de dudoso proceder. Y detrás de ese “glitter” -que escarcha a no más de ocho municipios del país- está la pobreza extendida y un terrible sistema de violación de derechos humanos que deja dolor, exilio y muerte a su paso. Es aquel país bipolar que El Chigüire supo advertir hace años.

La dictadura chavista es longeva y está consolidada. Más de veinte años en el poder nos han cambiado. Por un lado, el chavismo ha madurado el sentido de su ambición y lo ha colocado en una perspectiva de tiempo más amplia. Entiende que llegó al poder para quedarse. El “no volverán” es una consigna que trasciende lo material y se sustenta en una cosmovisión propia. Ciertamente es un enfoque desordenado, criollo, maleable. Quizás no llega a ser ideología. Pero no es fatuo. El chavismo no es un cascarón vacío forrado en billete mal habido. El chavismo tiene un carácter existencial que se sostiene en el resentimiento y lo obliga a permanecer en el poder a toda costa. Y por otro, nosotros hemos ido perdiendo el remanente de cultura democrática que acumulamos en la República civil. Basta darse un paseo por twitterzuela, escuchar nuestro espacio “no público” o proponer una idea que pueda generar disenso para advertir el profundo desgaste de nuestras condiciones predemocráticas. Somos un país invertebrado. Somos una nación que se va desintegrando porque las partes del todo comenzaron a vivir como todos aparte (Ortega y Gasset, 1921).

“El chavismo no es un cascarón vacío forrado en billete mal habido. El chavismo tiene un carácter existencial que se sostiene en el resentimiento y lo obliga a permanecer en el poder a toda costa”

Este diagnóstico -limitado- me invita a hacerme preguntas sobre la relación entre la naturaleza de la dictadura, sus efectos sobre la sociedad y la viabilidad de un cambio político. Las comparto a continuación y las dejo abiertas para la reflexión: Tal como está configurado el régimen actualmente, ¿es susceptible de adelantar reformas integrales -políticas y económicas- que pudieran abrir puertas a un proceso de democratización?, ¿puede salir de su seno un reformador como Mijaíl Gorbachov o Lenin Moreno que pueda liderar un cambio desde adentro? Y si no existiera esa potencialidad reformista, ¿a qué género de lucha debemos acudir?, ¿cómo profundizar la lucha por elecciones libres?, ¿cómo darles cauce práctico a nuestros impulsos democratizadores y electorales? De ser posible, ¿cómo propiciar que aparezca un reformador honesto?, ¿cómo enfrentar a la dictadura con realismo -con la audacia necesaria- para no contribuir con su estabilidad y propiciar elecciones presidenciales libres?

La segunda idea se refiere a la oposición democrática

Para analizar estas elecciones hay que volver a 2015. Y para profundizar en 2015, conviene retroceder nueve años. Las elecciones legislativas del 6 de diciembre son un hito en nuestra historia. Ese año capitalizamos la implementación de la ruta política que inauguramos en 2006, cuando comenzó a funcionar la Mesa de la Unidad Democrática. En 2015 la construcción de una unidad electoral que pudiera derrotar al chavismo en las urnas rindió frutos. Logramos alcanzar la mayoría en la Asamblea Nacional y acudimos a las herramientas que ofrecía la Constitución para caminar hacia la democracia. Sin embargo, esta realidad desató la ira del chavismo y se cristalizaron sus impulsos más perversos. Entre 2016 y 2021 pasaron muchas cosas en las que no me detendré y que merecen ser estudiadas en profundidad. Pero sí quiero precisar tres decisiones que tomó el régimen a partir de ese momento: Primero, se desprendió del barniz democrático que lo acompañó durante años y asumió públicamente su naturaleza no democrática. Segundo, perfeccionó sus herramientas de represión e instaló el sistema de violación de Derechos Humanos que opera en la actualidad. Y tercero, se propuso firmemente destruir a la oposición democrática que lo había derrotado con el voto popular.

Analizaré este último aspecto: La destrucción de la oposición. Para avanzar en este sentido, la dictadura acudió a los siguientes mecanismos: La proscripción de los principales partidos políticos; la persecución a su militancia y a su jefatura; la inhabilitación de sus liderazgos; y la creación de una oposición a su medida, entre otros. Esta última herramienta ha cobrado especiales dividendos en la cita electoral del 21 de noviembre.

“La autocracia que se ha configurado en Venezuela es compleja. Compendia ambiciones del siglo XX y herramientas del siglo XXI (…) Conviene entonces recordar que existen distintos tipos de autocracias. Todas son malas. Y algunas son peores”

Conviene profundizar en este punto. El primer instrumento al que acudió la dictadura para crear una “nueva oposición” fue el alacranismo. Pero esta jugada resultó ser demasiado malandra para los estándares nacionales e internacionales, y no cumplió sus objetivos. Entonces, decidieron apalancarse en las diferencias que ya existían en la oposición. Y de esta manera, comenzaron a fortalecer económica y políticamente a “nuevas fuerzas políticas” de dudosa cualidad opositora que hoy gobiernan espacios locales sin atentar en contra del poder central. De esta manera, la proliferación de “nuevas fuerzas políticas” no responde únicamente a una crisis de representación, la cual también merece ser atendida política e intelectualmente. Esta atomización -que desanima al país y es cantera de antipolítica- es producto de una estrategia sostenida e implementada durante años desde Miraflores.

Considero que toda aproximación al desempeño opositor en estas elecciones debe tomar en cuenta este contexto. Lo que vivimos hoy se puede explicar en nuestro ayer y en el obrar del régimen. Me atrevo a afirmar que un aprendizaje de este proceso es que la unidad electoral de la oposición en entornos autoritarios consolidados como el nuestro es una tarea especialmente compleja que trasciende al voluntarismo. No es un simple: “Ponerse de acuerdo”. El ejercicio de la voluntad política personal o institucional es absolutamente exiguo en contextos como el actual. Tampoco es suficiente identificar y exacerbar las carencias que son evidentes para quienes nos dedicamos a la política. Ciertamente, la ausencia de mecanismos de consensos interpartidistas es un obstáculo práctico que hay que solventar. Sin embargo, hay un problema anterior y fundamental: Sin mecanismos de representación formal –primarias, elecciones libres y transparentes que arrojen resultados confiables– los movimientos políticos no tenemos herramientas inmediatas que nos permitan la construcción de reglas de juego. Quiero decir con esto que el problema que subyace no se agota en la ausencia de mecanismos de cooperación interpartidista. La dificultad está relacionada con un cierto agotamiento de nuestro remanente democrático y es un signo de consolidación autocrática.

“El análisis postelectoral es importante. En entornos no democráticos las cifras no tienen el valor que les es evidente”

Antes de terminar este apartado debo referirme a quienes, a pesar de todo lo descrito, han dispuesto sus esfuerzos para hacer de este episodio una ocasión para luchar democráticamente. Especialmente a los hombres y mujeres de los partidos que forman parte de la Plataforma Unitaria. Ellos padecen en grado superlativo las adversidades que he descrito en estas líneas. Y aún así, siguen adelante comprometidos con sus organizaciones, con sus comunidades y con el país. El ámbito de los dirigentes regionales, municipales y parroquiales es especialmente difícil. Ellos deben acompasar carencias materiales y control social profundo. Y, a pesar de todo, siguen adelante. No podía finalizar esta segunda idea sin agradecer y valorar su testimonio. 

La tercera idea se refiere al futuro: 2022

Aún es pronto para valorar el impacto que tendrá este episodio de noviembre de 2021 en nuestra historia política. Por lo pronto, identifico tres desafíos inmediatos: Comprender los resultados, ponerlos al servicio de la lucha democrática, y fortalecer a los partidos políticos.

Comprender los resultados implica valorar qué hay detrás de los números, ¿qué nos dice la participación?, ¿qué esconde la abstención?, ¿cómo fue el comportamiento de los sectores populares?, ¿cuál fue el desempeño de la campaña paraguas?, ¿se debió recurrir al voto como expresión de protesta o rebeldía?, ¿cómo votó la clase media?, ¿cómo operaron los mecanismos de control social?, ¿cómo se comportó el PSUV?, ¿hubo intervención activa de grupos armados irregulares?, ¿cómo fue la cooperación interpartidista de la oposición el día de la elección?, ¿se registró violencia electoral?, ¿cómo actuó el Consejo Nacional Electoral?, ¿qué consecuencias políticas -institucionales y humanas- tiene participar en un evento sin condiciones electorales? El análisis postelectoral es importante. En entornos no democráticos las cifras no tienen el valor que les es evidente.

“¿Cómo aprovechar esos espacios para darle cauce al descontento popular? (…) No hay respuestas únicas ni sencillas”

El segundo desafío se refiere a los espacios políticos recuperados, ¿para qué se van a utilizar?, ¿cómo nos representarán políticamente?, ¿cómo será su relación con el régimen? En los cargos ejecutivos, ¿cómo se conciliarán las demandas de gestión local con la lucha nacional? En los cargos legislativos, ¿cómo aprovechar esos espacios para darle cauce al descontento popular? Estas son preguntas que nos deben invitar a la reflexión. No hay respuestas únicas ni sencillas. La experiencia de los gobernadores y alcaldes que llegaron al poder en 2017 no es del todo buena. En muchos casos se ganaron espacios, pero se perdieron dirigentes. Del desempeño de quienes ocupen estas posiciones de poder dependerá en gran medida la ponderación futura del 21 de noviembre.

Por último, el fortalecimiento de las organizaciones políticas. Pareciera que la dinámica electoral que impuso el contexto autoritario afectó a las estructuras partidistas, mermó su ánimo, resintió la cooperación interpartidista y no logró motivar a la ciudadanía. Me atrevería a decir que este comportamiento contrasta con dos casos excepcionales: Zulia y Vargas. Quizás, en el futuro, sería bueno estudiar en profundidad estas experiencias. Pareciera que estas elecciones, dadas sus características, no operaron en lo inmediato como un regenerador de la política en el país. El tiempo nos dirá si esta valoración cambia. El uso del pretérito imperfecto en las oraciones anteriores es deliberado. De nuevo: es pronto para ofrecer conclusiones definitivas. Después del 21 de noviembre, veremos.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión