En mi anterior artículo de opinión expuse algunos criterios sobre la necesidad de otra oposición, posible y necesaria, luego del evento electoral del 21 de noviembre próximo. Hoy, a escasos días de esa fecha que definí como un posible parteaguas, quiero ampliar algunas de mis consideraciones sobre el tema.
Antes, sin embargo, debo precisar algunos puntos sobre lo que, en mi opinión, podría ocurrir este 21 de noviembre. En primer lugar, creo que sus resultados serán poco relevantes para la oposición democrática, aun cuando pueda ganar alguna que otra entidad federal importante (Zulia, por ejemplo; tal vez Miranda). Incluso es posible que alcance la victoria en regiones menos pobladas, pero, ciertamente, la estrategia que adelanta el régimen, a través de sus colaboracionistas “alacranes”, confundirá a alguna gente despistada y restará votos indispensables para los candidatos de la unidad opositora en la mayoría de los estados.
En estas circunstancias, y como lo vienen advirtiendo analistas y encuestas serias, habría que dudar razonablemente sobre los efectos reales de este evento electoral en lo concerniente a la ejecución de una estrategia opositora valedera y eficaz más adelante. Sin embargo, y aun suponiendo que suceda lo contrario, es decir, que la MUD triunfe en una importante cantidad de entidades federales, ya se sabe cuál sería la respuesta del régimen si nos atenemos a la experiencia de los “protectores” y la negativa a entregar recursos a los elegidos de la oposición; sin mencionar que, como lo he señalado en otras oportunidades, las gobernaciones y las alcaldías están arruinadas y quebradas. En consecuencia, la acción gubernamental de los opositores elegidos resultaría seriamente limitada.
Quedaría claro, en este último caso, que una victoria opositora de tales características tendría repercusiones importantes fuera de nuestras fronteras y evidenciaría, otra vez, la orfandad popular que sufre el chavomadurismo. Nada que, por cierto, no sepan nuestros aliados internacionales. Sin embargo, no hay aparentemente garantías de que la actual dirigencia opositora pueda bloquear la estrategia del régimen para invalidar esas victorias electorales, como ya aconteció en 2013 y 2015. Y este es el segundo punto que debemos anotar.
Tampoco debería obviarse que aún existe una fuerte tendencia de muchos venezolanos reacios a votar como consecuencia de su desconfianza frente a un Consejo Nacional Electoral (CNE) controlado por el régimen, aparte del abstencionismo histórico. Y si bien es cierto que tal resistencia parece haber decrecido, esa circunstancia no la ha aminorado de manera significativa. El error de ciertos analistas y dirigentes partidistas es no haber comprendido aún que una abstención de tal naturaleza no obedece a líneas políticas, sino que constituye otra muestra más de la rebelión ciudadana ante la perversión del sufragio por parte del régimen. Al fin y al cabo, cada quien es dueño de su voto, sea que lo ejerza o no. Cualquiera de estas dos opciones es respetable, en mi opinión.
Así las cosas, lo que pareciera no admitir dudas es que el 22 de noviembre debería producirse un cambio en la dirigencia de la llamada oposición democrática; mientras que, en paralelo, también a partir de ese mismo día el régimen institucionaliza definitivamente su propia oposición colaboracionista, encarnada por los llamados partidos “alacranes”, lo cual desmarca a estos últimos de cualquier esfuerzo auténtico para sustituir al régimen. Serán precisamente todo lo contrario: un comodín para los objetivos de la dictadura por aparentar ser una democracia ante el mundo.
Resulta obvio que esta situación cancela igualmente cualquier intento de conciliación entre las directivas legítimas de los partidos secuestrados y sus agentes actuales, a quienes el régimen les entregó las tarjetas, símbolos y bienes de aquellos. Este conflicto se profundizará aún más y tendría que abrir paso a nuevos partidos democráticos o, tal vez, a un movimiento de movimientos que agrupe tendencias socialdemócratas, demócratas cristianas y liberales. Tal respuesta daría mayor fuerza, coherencia y dirección a una oposición que ha carecido de ellas en los últimos años.
Algo prioritario, para comenzar este nuevo ciclo en la lucha por sustituir al chavomadurismo es que todos entendamos, finalmente, la auténtica naturaleza del régimen. Este es un punto que muy poco se analiza, pero que constituye un elemento esencial para vencerlo. Desde 1999 hasta hoy, pocos lo han comprendido mientras que la gran mayoría de sus adversarios siguen sin entenderlo, y es lo que explica que muchos aún crean que en Venezuela -a pesar de todo- vivimos en democracia todavía y que, por esta razón, la alternabilidad sigue siendo una esperanza.
Como resulta lógico, una iniciativa como la planteada no podría intentarse con la actual dirigencia opositora de la MUD, con perdón de las excepciones que puedan existir. Si ahora mismo no han sido capaces de conciliar sus propósitos y algunos parecen más empeñados en descalificar a los otros en lugar de dirigir sus dardos contra el chavomadurismo, difícilmente los resultados del 21N los hará cambiar de criterio. Todo lo contrario, tal vez crean entonces que luego tendrán muchas más razones para esa política cainita que vienen implementando.
De producirse ese necesario relevo, la lucha opositora debería considerar de inmediato una posibilidad que está a la vuelta de la esquina: El referendo revocatorio, materia sobre la cual no tengo ahora una opinión definida. Pero, independientemente de eso, es una eventualidad que aparece en la Constitución y se aproxima en los tiempos. Por eso hay que analizarla y considerarla sin prejuicios de ninguna naturaleza. Por allí se ha dicho que cierta oposición se opondría en virtud del ofrecimiento hecho en México sobre unas posibles elecciones parlamentarias, tan pronto como en el año próximo y, tal vez, incluso las presidenciales. Como casi siempre ha ocurrido, el régimen por lo general tiene a mano unos cuantos caramelos para los lambucios que se los quieran comer.
Lo que sí debería estar al margen de cualquier discusión es que la mayoritaria de la oposición democrática no puede seguir mirándose el ombligo o, como la planteara recientemente Nelson Chitty La Roche “¿Seguimos pasivos o reaccionamos ante la evidencia que nos despoja hasta de nuestra propia dignidad?” (El Nacional, 12/11/2021). Pero el esfuerzo para que esa reacción sea efectiva e inteligente debe ser mayúsculo, como se ha demostrado hasta ahora. Y ese es el desiderátum, la cuestión esencial de esta lucha que hay que librar.