La dictadura ha efectuado una agresión contra la Universidad Central de Venezuela (UCV), pensando que estaba en capacidad de manejarse con comodidad ante las consecuencias que pudiera provocar. De allí que la llevara a cabo sin vacilación. Pero el ataque de una institución tan importante para las luchas republicanas se debió calcular en medio de meticulosas precauciones. ¿Acaso no se trata de una institución célebre por su papel contra la monarquía durante las guerras de Independencia, por su defensa de la civilidad en el siglo XIX, por sus reacciones contra el gomecismo y el perezjimenismo y por su aguerrida defensa de la autonomía durante el período de la democracia representativa?, ¿acaso no han salido de su seno, en los últimos años, miles de estudiantes levantados contra la oscuridad chavista? En teoría, una penetración de la caraqueña alma mater podía generar resistencias capaces de conmover los cimientos del régimen, pero Nicolás Maduro y sus allegados no vacilaron en cometer la tropelía.
Parece evidente que se movieron sin preocuparse por las antiguas luchas de la institución, obviando una historia que sugería comedimiento. Que la plana mayor del chavismo no tenga noticias ni de la mitad de las proezas ucevistas no debe llamar la atención, porque está integrada por individuos sin conocimientos dignos de tal nombre sobre la cultura formada por sus gobernados a través del tiempo, pero la carencia no significa que no supieran lo que tenían entre manos al dar el paso. No debemos olvidar que muchos de sus figurones se formaron y foguearon en el campus y lucieron por fin togas y diplomas hasta llegar a las alturas del poder. O también hicieron carrera de profesores durante décadas. De ellos podía esperarse la prevención de acercarse con cuidado a la candela, pero también la seguridad de que la barbarie se impondría sin escollos. Debieron sentir tan asegurada la profecía de su triunfo que no se fueron por las ramas. Al contrario, se dirigieron hacia centro de la escena sin la pausa de los recovecos.
El Aula Magna de la UCV es el lugar emblemático de la institución, no solo por su imponente arquitectura sino también por la trascendencia de los actos celebrados en su seno y por lo que importa a la sociedad que ve salir de allí a sus hijos con credenciales para cambiar su vida y la vida del prójimo. Es la estancia más reconocida y celebrada de la Ciudad Universitaria, y quizá una de las más admiradas por la inmensa mayoría del pueblo venezolano. Sede de las ceremonias fundamentales de una casa dedicada al saber, pero también de discursos memorables para la cultura y la política, o de presentaciones de las bellas artes que forman parte de lo más sensible de nuestro patrimonio espiritual; o, desde luego, de capítulos estelares de la lucha democrática, resume las gestas de una institución que ha sido tribuna esencial de la colectividad desde vísperas republicanas. Por si fuera poco, es la médula de un conjunto de edificaciones que la Unesco ha reconocido como Patrimonio de la Humanidad.
Como todos sabemos, sin autorización de las autoridades universitarias, de noche y forzando uno de los portones de su entrada, la Vicepresidenta bolivariana llegó hasta el Aula Magna con el objeto de inspeccionarla porque se le metieron en la cabeza las intenciones de ver cómo la retoca y la saca de una supuesta incuria. Para que quede clara la estatura de la demasía, fue como forzar la entrada del sagrario de la Catedral sin permiso del obispo, sin el mínimo conocimiento de las preceptivas del culto a la Eucaristía y del respeto que le profesan los feligreses. Piensen y verán lo ajustado de la analogía. Pero apenas fue el comienzo de una sobrevenida liturgia. Días después y también en gira nocturna, se hizo acompañar por Nicolás Maduro en una visita destinada a comprobar los esfuerzos del régimen (¿?) en el cuidado de la infraestructura de la Ciudad Universitaria. Ningún mandatario había protagonizado una gira tan atrabiliaria por el interior de la UCV, una visita tan desvergonzada y falaz. No solo fue noticia por la deshora y la prisa de la peregrinación, o porque no la anunció ante las autoridades de la casa, o porque mintió descaradamente al identificar a los responsables de la ruina física de la institución. Lo fue también por la imagen de cucaracha en baile de gallinas que obsequió a los espectadores al aparecer sentado en el pupitre de un aula, curioso estreno escolar capaz de confirmar la befa de lo que pudo ser un escándalo de grandes proporciones que no ha pasado de las comidillas intrascendentes.
El Consejo Universitario protestó a través de un Comunicado enfático y bien escrito, los profesores más concernidos con las luchas de su casa se han puesto a recoger firmas y un grupo de estudiantes inició una escuálida marcha en la Plaza del Rectorado para manifestar su repulsa. Seguramente la dictadura calculó que ocurrirían tales reacciones, pero también que no pasarían a mayores. Un ataque continuado contra la institución, destinado a la reducción de los programas académicos y de las actividades de investigación, con el agravante de una mengua planificada hasta convertir los sueldos de los catedráticos en consentida invitación a la pasividad de los pordioseros, han debilitado fuerzas y luces que antes fueron temibles. Maduro y sus secuaces sabían que, como consecuencia de una campaña de depredación puesta en marcha en los últimos años, poco podía hacer la UCV ante su avilantez. También estaban seguros de que una sociedad temerosa e indolente miraría el suceso desde la barrera, como si fuera asunto ajeno e intrascendente.
Si alguien dudaba de la fortaleza de la dictadura y de la debilidad de sus rivales, los trofeos que ahora ha ganado sin trabas en el desguarnecido campus nos ponen ante un espejo desolador.