Para escribir sobre Tibisay Lucena y su cínica estrategia del disimulo, hay que batallar contra la propia indignación que se dispara cada vez que la señora es noticia.
Cinismo que la ubica ahora nada menos que como ministra de Educación Universitaria, cuando -como me confirmó uno de sus profesores de la Escuela de Sociología de la UCV-, “ella fue siempre una estudiante mediocre, de las que sacaba 14 puntos máximo”, en una carrera donde tampoco hay que hacer un esfuerzo mayúsculo para engordar las calificaciones, y que me perdonen los sociólogos. Una alumna invisible, calladita, que jamás intervenía ni mucho menos para aportar alguna idea medianamente interesante, la misma mujer que, ya encargada de hacer ganar al chavismo en cuanta elección debió “arbitrar”, intentó saludar a este profesor (hoy exilado) y el amigo la dejó con los brazos abiertos. Pero, como siempre, ella disimuló que no había pasado nada.
Basta cualquier repaso veloz a lo que ha sido su negra trayectoria para imaginar que este nuevo destino que le encarga Nicolás Maduro va dirigido, otra vez, a desmoralizar las ya menguadas ganas del voto opositor. “La otrora Presidenta del organismo electoral es ahora mi ministra, qué tal”, pareciera que dicen los subtítulos imaginarios acompañando la imagen de Maduro anunciando el nuevo destino de su amiga chavista, un hombre a quien le debe importar un bledo que las universidades del país estén en manos de la invisible Lucena, ni que sigan en bancarrota, se encuentren destruidas o que sus profesores ganen 4 dólares.
Y menos aún le va a mortificar que el futuro del país siga en caída libre gracias al absoluto desprecio por la educación que ha mostrado el régimen durante y después de Hugo Chávez, porque un país educado jamás votaría por semejantes personajes ni podrían chantajear a nadie con una bolsa de comida de pésima calidad, esas que dejaron en las cuentas de Alex Saab y la pobrecita Camilla Fabri el presupuesto de toda la educación en Venezuela multiplicado por miles. Porque a la Universidad Simón Bolívar, por mencionar un ejemplo, le asignaron para este año 1,3 millones de dólares, la séptima parte del valor de uno de los apartamentos de Camilla Fabri, el de la lujosa Via Condotti, por mencionar solo un detalle. Presupuesto vergonzoso que obedece, como aseguró el sabio Héctor Rodríguez, a que “no los vamos a sacar de la pobreza para que se conviertan en escuálidos”. Asunto en el que han sido realmente exitosos.
De modo que la figura de Lucena, experta en desaparecer cuando le conviene, se encuadra perfectamente en ambas estrategias. El CNE nunca será confiable y la educación del país se la podemos encargar a cualquiera. Incluso a Tibisay, quien hizo de las suyas en el CNE sin ir a trabajar casi nunca, porque cabe recordar que la señora llegó a ser noticia en los medios oficiales porque acudía a su despacho, tal cual. Como si se tratara del milagro de la Virgen de Coromoto apareciendo en una cachapa, VTV y AVN anunciaban que “la rectora Tibisay Lucena se encuentra en la sede del ente comicial”, como si fuese una primicia por allá en 2016, cuando la Presidenta hizo un postgrado en hacerse invisible con tal de impedir que el Referendo Revocatorio contra Maduro osara llegar a feliz término.
Enconchada quien sabe donde para no dar respuesta a la solicitud constitucional de entregar la planilla que se necesitaba, inventó que se debía solicitar una segunda planilla que serviría -esta sí-, para agilizar el referendo revocatorio. Que se cansó Henrique Capriles de denunciar sus abusos después de que le envió cuatro veces la solicitud, hasta que Lucena respondió a través de VTV que “se necesitaba un nuevo requisito (que no estaba en el reglamento) y era que la oposición debía hacer asambleas en todo el país donde los ciudadanos debían pedirle a la MUD el revocatorio para que la MUD sirviera de mediadora ante el CNE y fuese la MUD quien pidiera las planillas para ir a recoger el 1% de las firmas que les permitirá, después, recoger el 20% necesario para revocar a Maduro… y bla, bla, bla”. Y cuando finalmente fueron a entregar las planillas, Tibisay les lanzó a la Guardia Nacional.
De manera que la efectiva Lucena alargó la arruga hasta que ya se hizo legalmente imposible salir de Maduro, con su misma cara de yo-no-fui con la que nunca repitió la elección de los tres diputados de Amazonas que, según el Tribunal Supremo de Justicia, fueron electos con trampas. Y todo esto sin hurgar en la posibilidad de que, como ha denunciado Hugo Carvajal, la señora presuntamente le regaló el poder a Hugo y a Nicolás mientras todos observábamos la baranda de nuestros tormentos.
“¿La señora Tibisay Lucena podrá dormir con la conciencia tranquila después de estas denuncias?” llegó a decir públicamente nada menos que Jorge Rodríguez, indignado porque, presuntamente, “recibimos muchos reportes de camaradas del partido que nos dijeron que presionaron su voto para el PSUV y se marcó para la MUD. Otros indicaron que les salió nulo”.
Duda a la que tampoco respondió nunca, como seguramente hará con los reclamos estudiantiles, de los obreros, y de los profesores universitarios, ese sector del país abandonado a su suerte quienes descubrirán ahora, como el viejo dicho, que “siempre se puede estar peor”.