Si usted pretende saber qué sucedió en las recientes elecciones alemanas, se va a Internet y lee las diferentes informaciones y apreciaciones sobre el todavía incierto desenlace. Incierto no porque alguno de los contendientes haya denunciado fraude sino porque el candidato de la ya casi legendaria Angela Merkel, Armin Laschet, no logró concitar el apoyo de quienes amaban a la canciller (jamás voy a escribir cancillera) y votaban indefectiblemente por ella. La lección que se deriva de esa situación es que las popularidades políticas no son transferibles. Nadie, llámese líder o partido político, (salvo que sea el PSUV o cualquier otro de una dictadura) puede imponer candidatos como quien endosa un cheque.
La introducción viene a cuento porque nosotros no solamente no somos suizos sino tampoco alemanes. Imaginemos que llega a Caracas un periodista extranjero de gran nivel, de esos que suelen estar muy bien informados sobre el acontecer mundial, quien debe hacer un reportaje sobre las elecciones regionales del 21/11/2021. Su primera entrevista es al vicepresidente pero en realidad operador político del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) Diosdado Cabello. El mismo declara que sus candidatos arrasarán en esas elecciones y que no hay oposición que los asuste. El periodista lo toma como un arranque se soberbia y no le cree.
Entonces decide entrevistar a la oposición, para ello no le basta un traductor sino que busca un zoólogo porque le informaron que hay un partido o grupo de “alacranes”. Un carpintero que le explique en qué consiste la “Mesita”. Luego pregunta si existe un Instituto de la Mujer que haya analizado la inclinación de la única dirigente femenina en la oposición, especialista en oponerse a todo lo que surja de la oposición.
Casi al borde del surmenage el periodista pregunta por el G4. Le informan que en abril de este mismo año 2021, la oposición venezolana anunció el relanzamiento de su plataforma unitaria bajo la dirección de diez partidos políticos mayoritarios y la conformación de más de 30 organizaciones minoritarias. En vista de la imposibilidad de reunirse con todos, elige a las cabezas visibles de Acción Democrática (AD), Primero Justicia (PJ), Voluntad Popular (VP), y Un Nuevo Tiempo (UNT). Cada uno de ellos le ofrece su versión optimista sobre los resultados que obtendrán el 21N. Pero ninguno pierde la oportunidad para hablarle mal del otro.
El periodista ya al borde del colapso pregunta si hay algún especialista en psiquiatría electoral porque gracias al traductor que es muy avispado, se entera de que en un Comunicado de Primero Justicia casi se acusa de corrupto a Juan Guaidó, que es de Voluntad Popular pero que es además el Presidente interino o líder máximo de la oposición aceptado así por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países y organizaciones internacionales. Para colocarle la guinda a la torta, el canciller designado por Juan Guaidó, es Julio Borges, el más importante dirigente de Primero Justicia el partido que acusa a Guaidó.
El periodista le pide al psiquiatra que le recete un ansiolítico y un somnífero. Ya algo estabilizado, se entera de que en el estado Miranda hay dos candidatos opositores a la gobernación. Que en Caracas desplazaron a Roberto Patiño un joven ingeniero con años de trabajo social en las parroquias y sectores populares, para imponer a un dirigente nacional. El enredo no queda solo en Caracas y Miranda, en casi todo el país hay dos y tres candidatos al mismo cargo porque no aceptaron la decisión de la eufemísticamente llamada “Unidad”. El periodista decide al fin escribir una reseña de su visita, el título: “Venezuela y el Harakiri”.