Carlos Andrés Pérez, que razones tenía más que nadie para decirlo, sostenía que a la política la había inventado el diablo. Y si no a la política, por lo menos al poder, ese trastorno enloquecedor que es parte de ella y que el escritor inglés John Tolkien sintetizó en un anillo. Uno de los rasgos más infernales de la política es la circunstancia de que no basta que un resultado sea deseable por la unanimidad de los actores, para que se produzca en el plano de lo real. De hecho, suele ocurrir exactamente lo contrario, aunque todos tienen el mismo objetivo, ocurre lo que nadie quiere, lo opuesto.
Venezuela es un laboratorio en el que este último carácter de la política se demuestra una y otra vez. La vasta mayoría de los venezolanos rechaza la dictadura. Consistentemente las encuestas señalan que ocho de cada diez venezolanos son contrarios al chavismo, reducido ahora a menos del 20% del apoyo popular. Es incuestionable que el chavismo es más frágil y está más disminuido que nunca antes, y, sin embargo, mantiene un férreo control del poder y ha ganado las elecciones, todas trampeadas pero muy útiles a sus fines, que se han hecho desde el 2015.
¿Cuál es la razón? La diabólica política que a veces se empeña en comportarse como una ciencia tan implacable con los hechos y sus valoraciones como cualquiera de las ciencias fácticas. Contra las “leyes físicas” de la política no bastan plegarias ni brujerías ni tiene espacio el pensamiento mágico. “Una minoría organizada derrota a una mayoría que no lo está”. Ley suficientemente probada en todo el planeta, los últimos en hacerlo, los talibanes.
La oposición venezolana no está desorganizada, su verdadera condición es caótica. Es un todos contra todos, sin reglas ni jerarquías, el catch as catch can de la lucha libre. En términos médicos padece de una enfermedad autoinmune que la lleva a atacar a su propio cuerpo. Los dirigentes de las organizaciones más importantes ni siquiera se llaman por teléfono y ni Joe Biden logra ese milagro.
Esa ha sido la verdadera gran trampa del chavismo, convertir en un caos el campo opositor. Uno a uno y a lo largo de los años, ha desbaratado las figuras políticas más relevantes de la oposición y las ha convertido en enanos políticos. Peor suerte han corrido sus partidos, demolidos por la dictadura y cuyos escombros fueron entregados a unos personajes oscuros, mediocres y corruptos. Personajes que siempre han medrado en el activismo político (son muy dedicados y consistentes en su militancia) gracias a su capacidad de hacer bien el trabajo sucio. En condiciones ordinarias, esos personajes están controlados y limitados por los jefes partidistas, pero la enfermedad autoinmune que consume a la oposición los libera y convierte en cepas virales peligrosas, suerte de alacranes.
Esa es la razón por la que aun cuando todos saben que la unidad real es una condición sine qua non para derrotar al chavismo, la unidad no es posible. Cuando hablo de la necesidad de ir juntos también incluyo a quienes se niegan a acudir a las elecciones porque “me van a robar mi voto”, vaya necedad. Se los robaron hace tiempo, mucho antes incluso de ir a votar con su política de desguañangar al liderazgo opositor partidista. “Pero como yo no milito en ningún partido…”.
Dado el carácter estructuralmente difuso de las próximas elecciones locales, literalmente es imposible que las organizaciones opositoras que pretenden organizar el caos puedan hacer algo. No hay organización, ni siquiera actuando coordinadamente con otras, que pueda obligar a ciertos caudillos políticos locales a actuar de acuerdo con lo que la racionalidad política ordena. Podría poner como ejemplo el caso de Roberto Patiño en Caracas, pero como vivo en Margarita, pongo el de acá. El gobernador Alfredo Díaz ha encontrado en Morel Rodríguez un adversario mucho más poderoso (por lo de autoinmune) que el candidato chavista. Morel se negó a participar en primarias, se niega a cualquier avenimiento, ha divido a la oposición y no parará hasta conseguir su propósito, que Alfredo Díaz no gane, vainas de la patología autoinmune.
Siendo esta solo uno de los tipos de defecto que denotan el mal estado en que se encuentra la oposición: ¿Qué va a pasar el 21 de noviembre? Lo que las leyes de la política dicen que tiene que pasar. Los chavistas ganarán sin problemas. No porque sean más o tengan más votos, ni por la trampa en las mesas (ya lo dije, que ya la hicieron desde hace años). Van a ganar porque tienen una maquinaria política preparada para hacerlo. El resto del trabajo lo hace la oposición enferma.
¿Y el 22 de noviembre? No solo los opositores que creen que magia puede contra ciencia van a amanecer devastados. Confieso que aunque sean previsibles las derrotas, los días post elecciones sufro lo indecible. Solo espero que por lo menos, a partir de esa fecha, los dirigentes de la oposición comiencen a actuar con aquello que el gran José Rodríguez Iturbe (Dios mío, cómo hace falta ahora esta marca de políticos) llamaba “sentido de Estado”. Ojalá el 22/11 sea el episodio sintomático que lleve al enfermo al médico y acepte hacerse el tratamiento. La negociación en México puede ser el primer paso para, a la sombra de la pax americana impuesta por las sanciones, hacer la tarea pendiente. Comenzar a reconstruir el orden democrático dentro de la oposición, que permita elegir autoridades indiscutibles y un candidato único, producto de primarias libérrimas, que aseguren, entonces sí, un triunfo arrollador en unas elecciones, cualesquiera que sean.