Esta columna va contra los paladines de la abstención y de la idea de pelear sin entrar en la batalla. A estas alturas de la lucha contra la dictadura está probado que los discursos que piden apartamientos severos para no contagiarse de un implacable virus gobiernero que se trasmite con facilidad, no conducen a ninguna parte. Dejan a la sociedad en el mismo lugar de la última década, clamando en el desierto sin que aparezca Moisés. Porque el líder que buscaron, fuerte y rico, desfachatado y desmesurado, fue echado de la Casa Blanca y estas son las horas en que no aparece su reemplazo. Muy lejos ese salvavidas, por lo tanto, lo demuestran los hechos, aparte de que solo se quería salvar él en unas elecciones que no podía ganar en su país pero que trataba de remendar con foráneos alientos.
¿Qué les quedó, entonces? La fidelidad a una causa que, pese a su descalabro en domicilio propio, se aferra a la sobrevivencia entre nosotros. Habían perdido al patrón, pero no la idea de esperar una apartada salvación que los discursos sin hueso no pueden encontrar. Le han metido el pecho atacando al nuevo inquilino de Washington, pero con más pena que gloria. Mantienen su fidelidad a un designio petrificado, a un empeño de batalla contra las innovaciones que tal vez tenga sentido en la anhelada metrópoli, pero que aquí no nos va ni nos viene. Más aun cuando la frivolidad, la inconsistencia y las murmuraciones rodean la biografía probablemente agotada del profeta sin fuerza física y sin argumentos dignos de relieve a quien todavía se aferran.
Otros han preferido estacionarse en Madrid y en sus rincones, como si de la villa y corte pudieran llover los remedios. No porque no pueda venir la inspiración de una cultura y de unos políticos tan vinculados con nosotros, tan íntimos y caros, partes de una misma o parecida historia, sino por arrimar la brasa hacia la sardina equivocada. ¿Acaso puede salir humo blanco para nosotros, o siquiera un soplo menos frustrante, de las lamentables y lóbregas arengas de VOX?, ¿nos traerá fortuna el plan de seguir las pataletas cada vez más exageradas del PP, a las que muchas figuras del exilio celebran y publicitan? El buscar oxígeno en los herederos del falangismo, criaturas de un autoritarismo macabro, y en las maniobras de un partido acorralado por la corrupción solo puede conducir a un limbo, aunque igualmente a un precipicio de oscuranas si se mira hacia el porvenir lejano.
También han puesto la mirada en los contornos latinoamericanos, pero desde la perspectiva de las comparaciones superficiales que dan los relumbrones del Twitter y los portales más apresurados. Se atienen a los panoramas sin detalles, a las escenas sin el juego de sus luces y de sus oscuridades, como si pudiera salir de ellos una pedagogía útil. Si se sabe que nadie aprende en cabeza ajena, y que cada sociedad bate el cobre a su manera, poco puede quedar de aprovechable si viene de la fugacidad y de los empeños subjetivos a través de los cuales solo se quieren reafirmar los prejuicios. Se da así la propuesta de un solo desenlace que depende de ignorar la realidad, de vivir y pensar como si no existiera. Pero con un agravante: cuando la realidad desafía y encuentra destinatarios, hacen mutis por el foro.
Ahora la realidad ha mostrado su imponente mole en los diálogos de México, impulsados por la Unión Europea y respaldados por los Estados Unidos. La mole ha encontrado respuesta en un elenco de políticos cansados de arar en el mar o conscientes de la necesidad de rectificar sus pasos, pero ese tipo de evidencias, pese a su contundencia, no convence a los augures de la nada. Para ellos solo existen las cosas que salen de su cabeza, lo que inventan a falta de mensajes dignos de atención y capaces de tocar tierra. Para ellos la realidad no muestra su cara en México, acompañada por fuerzas apreciables y consistentes, sino en el hueco de sus cráneos con más pelos que argumentos.
Es evidente que los dardos de hoy parten de una colosal subjetividad, de la posición tomada de antemano por el escribidor y dispuesta a expresarse sin ataduras cuando es menester. Puede ser objeto de todo tipo de reproches, por consiguiente, pero tal vez no resulte fácil despedazarla. Los voceros de la nada no pueden superar a quien busca claves en lo que puede ver y oler a través de sus sentidos. Aunque cueste trabajo e invite riesgos, es más razonable que perderse en lo remoto y en lo inaccesible.