“… no será la primera vez”
Franco De Vita
La mayoría de los analistas políticos advierten sobre el proceso de negociación en México que la ventaja la tiene el chavismo por la notable asimetría de poder, que las sanciones son la única razón por la que el chavismo asiste al proceso, y que la oposición no tiene mucho más con qué ejercer presión. Son datos sencillos, comprensibles, repetibles. Ese mismo ejercicio es el que deberían estar haciendo cada una de las personas, instituciones y partidos de oposición que avalan las elecciones de noviembre sin garantías ni condiciones. Los que se cuadraron con el poder ya se asumen ‘ganadores’, pero los demás deberán sortear sus tres escenarios probables: Perder; ganar y que no le reconozcan la victoria; o ganar, que le reconozcan la victoria y luego no le transfieran los recursos o le impongan una ‘autoridad’ que nadie eligió.
Desde hace meses hay un movimiento político para desbancar a Juan Guaidó, y con él al resto del interinato, porque las premisas de su ascenso e instalación no se cumplieron. Lo que no se comprende es por qué no trataron de hacerlo por las buenas, con racionalidad y transparencia, por qué todos los esfuerzos por reemplazarlos de la escena han sido tan opacos. Todo lo opaco favorece al chavismo. Los desbancadores negociaron por su lado, presionaron a su manera, y hasta contrataron talentos para repetir sus mensajes en las redes sociales, ¿podrían ahora admitir que avanzó 2021 y no les funcionó la estrategia? No es una solicitud cosmética, es que resulta absurdo leer argumentos a favor de la elección de noviembre, que la llamen incluso una ‘oportunidad de oro’ o un ‘chance irrepetible’. Es un exceso, máxime cuando la idea de fondo es que aún conscientes de que vamos a perder, ganaremos.
Las lluvias recientes colapsaron varias ciudades y caseríos en los que ninguna autoridad invierte en el mantenimiento de los sistemas de drenajes y mucho menos en el mantenimiento y conservación de los cauces de los ríos, una tarea que ayudaría a reducir sensiblemente el riesgo de inundaciones. El tema es que en pleno colapso, la primera decisión de Nicolás fue decretar el Estado de Emergencia en el estado Mérida y aprobar recursos que serán manejados por una ‘autoridad’ que nadie eligió, porque él se entiende con quien le da la gana, no con quien dicta la ley, el gobernador Ramón Guevara.
Está por cerrar el lapso de las postulaciones, y al parecer muchos más entraron en el carril de las elecciones regionales, sin candidaturas unitarias, pero supuestamente para darle a la ciudadanía la posibilidad de expresar su descontento votando en contra del chavismo; que, avezado en estas lides, invirtió hace mucho rato en partiditos prêt-à-porter, arrebató símbolos y tarjetas a partidos opositores importantes y hasta les instaló autoridades ficticias con la ayuda del Tribunal Supremo de Justicia. La gente que vaya a votar en noviembre no tendrá una alternativa democrática, sino varias opciones que decorarán un tarjetón electoral diseñado a favor del poder: ellos sí impusieron candidatos únicos que aparecerán varias veces en las primeras posiciones, todos uniformados de rojo.
No debería ser tan complejo decirle a la ciudadanía: “Aunque haya sólo un puñado de alcaldías y gobernaciones en manos de opositores, es importante mantenerlas, porque con ellas demostraremos que otra forma de gobierno es posible, que se puede administrar con transparencia, que se puede dar acceso a la información pública, que rendir cuentas es crucial, que el poder es para servir y no para ser servidos”. Sencillo, comprensible, replicable, todo lo que no es ese falaz razonamiento de ‘la enorme victoria’ que supondrá perder en una elección regional.
Un experto en Nueva Era no tendría las herramientas para desarticular nociones tan primarias como que perder es malo o al perder fracasamos, ni para disociar emociones como la tristeza, la vergüenza o la rabia por perder. Y no las tendría porque no se trata de millones de personas condicionadas a ver sólo el lado negativo del asunto (lo que se supone haría más difícil focalizar cuánto ‘ganamos’ al perder), sino que se trata de una nación sometida a una administración hostil, mediocre y corrupta, que difícilmente permitirá la gestión de un nuevo movimiento opositor que supere más de dos décadas de imposiciones antidemocráticas. Con el chavismo no coexiste nada que no se convierta en chavismo.
Nada en las campañas que he visto hasta ahora reta al poder, de modo que, la persecución política, las inhabilitaciones, las detenciones arbitrarias, la tortura, los juicios abiertos, el exilio, y el resto de las violaciones de los Derechos Humanos que han sufrido tantos políticos y ciudadanos no forman parte de la denuncia que debería ser la campaña; sin fiesta, sin recorridos multitudinarios, música ni promesas, porque asisten a estas elecciones como los rehenes que son, no como los pares que deberían ser. Y da igual si la Unión Europea envía una misión de acompañamiento, pues aunque permitiera sus términos, el chavismo sabe cómo y cuánto burlar informes y prescindir de datos objetivos.
No hay posibilidad de aprendizaje en esta derrota, porque las derrotas recientes se cimientan sobre la manipulación de las estructuras del Estado a favor del poder; es decir, hemos votado varias veces en contra del chavismo, y ese voto castigo fue burlado para seguir retrocediendo. En consecuencia, no han sido pérdidas de las que podamos sacar aprendizajes, cambios o transformaciones, han sido imposiciones que destrozaron toda noción de bienestar.
Con ese contexto, es complejo decirle a quien espera agua una vez a la semana o no sabe a qué hora le cortarán la luz, que celebre la reunificación de las fuerzas opositoras que podría empezar con esta derrota, aunque continúen las violaciones de los Derechos Humanos, el colapso de los servicios públicos y hasta la corrupción, mientras la comunidad internacional emite comunicados de desacuerdo con el abuso de poder. Si no hay una estrategia mayor para la convocatoria a ser derrotados, volveremos a enfrentarnos a situaciones similares con mayores desventajas, algo que callan los votacionistas.
Modificar la percepción de la derrota debería comenzar con un relato completo de lo que se pretende. La resignación no es atractiva. Sólo la violencia (desmedida e impune) opera en contra de nuestra enorme necesidad de protestar contra todo lo que no está bien, y hay una distancia inconmensurable entre reconocer que protestar es riesgoso y resignarnos a no volver a hacerlo. En todo caso, que a estas alturas no haya candidaturas unitarias es un mensaje en sí mismo, tan avasallante como las lluvias y sus consecuencias.
“El mundo no cambiará, alguien sin duda ocupe tu lugar”
@Naky