Hay pasajes de la historia en los que cada segundo pareciera haber transcurrido fiel a las notas en una partitura de Vivaldi. ¿Cosas del destino?, ¿el universo conspirando?, ¿quizás solo cuestión del azar? ¡Quién puede saberlo! Pero cuando en la línea del tiempo están involucrados elementos religiosos, la fe toma el control y las cosas parecieran cobrar sentido.
El 10 de octubre de 1953 se dio inicio a la novena temporada de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP). Por primera vez en la historia dos equipos del interior del país se integraban a la Liga en un torneo que pasó a ser conocido como “el Rotatorio”. Gavilanes y Pastora del estado Zulia disputarían el campeonato con Leones y Magallanes, alternando sedes entre la capital y Maracaibo. El campeonato de la LVBP 1953-1954 se convertía entonces en un hecho histórico.
Sin embargo, la fecha que pasaría a ser recordada por siempre en el mundo de la pelota local sería el 18 de noviembre de 1953 -sí, a San Juan de Dios nos vamos-, porque ese Día de La Chinitael Olímpico de Maracaibo se llenó de amantes del béisbol para presenciar el retiro como jugador de una leyenda deportiva zuliana: Luis Aparicio “El Grande”.
La figura de Aparicio forma parte fundamental en el desarrollo de la pelota en el estado Zulia. Comenzó jugando béisbol en 1920 con el club Atlético B.B.C., fundado en Maracaibo por el deportista Luis Alejandro Blanco Chataing. En 1928 Luis y su hermano Ernesto armaron el club “Los Muchachos”, que más adelante se convirtió en “Gavilán”, nombre que finalmente derivó en “Gavilanes”. Con el tiempo las cosas se pusieron serias y la pelota en la región creció tanto en calidad como en nivel de organización. Fue entonces cuando en 1932 se fundó la Liga Zuliana de Béisbol de Primera División, en la que las divisas de los Aparicio y el Pastora se convirtieron en los grandes protagonistas año tras año. El dominio de Gavilanes fue contundente: los rapaces conquistaron 13 de los 17 campeonatos celebrados durante el tiempo en el que la Liga estuvo operativa.
En aquellos años quienes destacaban en el béisbol viajaban de manera continua para jugar con diferentes equipos interesados en sus servicios. Luis Aparicio “El Grande de Maracaibo” pronto se convirtió en uno de esos peloteros. Su nombre pasó en tiempo récord a ser una referencia obligada en las paradas cortas. Durante su tiempo activo Aparicio jugó para una variedad de clubes entre los que destacan Águilas del Concordia, Magallanes y Sabios del Vargas. Con el Magallanes formó parte de la histórica rivalidad de los turcos y el Royal Criollos. Con el Concordia de Gonzalo Gómez, hijo del Benemérito Juan Vicente Gómez, Aparicio formó parte de la primera novena del país que viajó al extranjero a disputar torneos por el Caribe, junto a figuras de la talla de Alejandro “Patón” Carrasquel; Balbino Inojosa; Manuel “Cocaína” García; Juan Esteban “Tetelo” Vargas; Manuel “El Pollo” Malpica, y Martín Dihigo. Eso sí, siempre navegando, porque a “El Grande” no le gustaban los aviones. Con Sabios del VargasAparicio jugó durante seis temporadas en la LVBP (1946-1952), luego de jugar un año con Magallanes en la campaña inaugural de la Liga (1946).
En 1934 Luis Aparicio “El Grande” se convirtió, junto a “Manduco” Portillo y “Chingo Cañón” Díaz, en los primeros peloteros criollos en ser contratados para jugar en ligas extranjeras. Ese año el trío debutó con los Tigres del Licey en la liga dominicana.
Las habilidades de Luis Aparicio en el campocorto le habían ganado la admiración de los fanáticos. Poco a poco la leyenda creció hasta convertirse en “El Grande de Maracaibo”. Y así llegó 1953 cuando, luego de más de 30 años de batear y atrapar pelotas en el terreno de juego, Aparicio diría adiós como jugador activo.
El retiro estaba pautado para el martes 17 de noviembre. El Diario Panorama se había encargado de regar la noticia en su edición 24 horas antes. Aparicio, de 41 años, había elegido el momento de colgar los spikes para hacerlo coincidir con un hecho que formaba parte de sus sueños de padre. La nota del diario informaba también al respecto: el hijo del ídolo veterano, Luis Ernesto Aparicio, de 19 años, debutaría como jugador profesional en ese partido.
Ya de Luisito se hablaba maravillas. Apenas unas semanas atrás había participado en la XIV Serie Mundial Amateur de Béisbol celebrada en Caracas, en la que destacó con el bate y el guante. Quienes lo habían visto moverse en el terreno de juego sabían que el muchacho tenía un “don”. Luis Ernesto era rápido, inteligente y con una inusual elegancia en sus movimientos. “Parece que flotara”, escribió una vez un periodista en la prensa de los Estado Unidos. El muchacho era toda una promesa y su padre estaba consciente de ello. Además, eso de llevar el nombre de los hermanos Aparicio, quizá la primera dupla estelar de doble matanzas del país, ya era todo un presagio, ¿no?
Sin embargo, el cielo de Maracaibo se abrió aquella tarde y la lluvia impidió que el juego se celebrara. «Eso fue obra de La Chinita», ha repetido cientos de veces Luis Ernesto a lo largo de su vida. Y así lo aseguran cientos de miles de zulianos. Entonces, ¿quién soy yo para ponerlo en duda? Aquel palo de agua forzó que el juego del retiro del padre consagrado y del debut del hijo promesa se celebrara el miércoles 18 de noviembre, día de la patrona del Zulia. ¡La Chinita y sus travesuras!
Para el gran encuentro Gavilanes fungía el rol de visitador y Pastora el de home club. El Estadio Olímpico de Maracaibo se llenó de fanáticos a reventar. Llegada la hora de play ball Pastora salió al terreno de juego. Entonces los parlantes del Estadio anunciaron al primer bateador del encuentro: Luis Aparicio Ortega, el “Grande de Maracaibo”. El veterano caminó hacia el cajón de bateo en medio de una lluvia de aplausos que con orgullo regalaban tanto jugadores como los miles de fanáticos, todos de pie. Aparicio se cuadró para batear y el lanzador, Howard Fox, se preparó para hacer sus movimientos. Entonces “El Grande” abandonó el plato y se volteó hacia su hijo, le pidió acercarse y le ofreció el bate: su bate. Luisito tomó el madero de manos de su padre y la ronda de aplausos se convirtió en tormenta. Aquella fue quizás la única vez que tanto jugadores y fanáticos de Pastora y Gavilanes se unieron en algarabía. La rivalidad más férrea que haya existido en la pelota venezolana pactó unos minutos de tregua para rendir honor a un apellido que ya era parte de la cultura popular.
Luis Ernesto conectó un rolling entre primera y segunda base. El inicialista Rafael García atrapó la pelota y la lanzó a Howard Fox que había ido a cubrir la almohadilla para completar la jugada. Luisito había fallado en su primer turno al bate como profesional. Sin embargo, no había apuro. Para demostrar de qué estaba hecho, al muchacho le quedaban por consumir 1.504 oportunidades más en la pelota venezolana y 10.230 en las Grandes Ligas.
El pequeño acto que protagonizaron los Aparicio aquel Día de La Chinita simbolizó la transición de la dupla padre-hijo más famosa en la historia de la pelota criolla, aunque en aquel momento pocos hubiesen podido imaginar la magnitud que cobraría lo ocurrido.
Al día siguiente el Diario Panorama reseñó lo vivido en el Olímpico:
“En una ceremonia sencilla, como fue su vida misma dentro del deporte, Luis Aparicio ‘El Grande’ legó, ayer en manos de su vástago los ‘hierros de la profesión’. Y ante el aplauso emocionado, espontáneo, que surgió al unísono de compañeros, adeptos y rivales, salió a la arena quien habrá de seguir conservando en lo más alto de la idolatría popular un apellido que es ya tradición gloriosa dentro del beisbol profesional de Venezuela”.
La nota finalizó con las siguientes líneas:
“Y otro Aparicio surgió en el campo corto del Gavilanes. Surgiendo con la aparición de este una incógnita en la mente de los aficionados. Que sólo el tiempo habrá de despejar”.
Por supuesto, aquel Día de La Chinita nadie podía asegurar qué terminaría consiguiendo Luisito en un camino que apenas iniciaba. Hoy sabemos que la aventura se convirtió en una carrera de 13 temporadas en Venezuela y 18 en la Gran Carpa, en las que acumuló nueve guantes de oro, nueve títulos consecutivosde bases robadas -el único jugador que hasta el presente lo ha hecho en la historia de las Grandes Ligas- y 10 Juegos de Estrellas, logros que en 1984 le condujeron al templo de los inmortales de Cooperstown. Sí, el tiempo se encargó de despejar aquella incógnita, para el orgullo de un “grande” que vio a su pequeño ascender a lo más alto.
Luis Aparicio Ortega, “El Grande de Maracaibo”, falleció el primero de enero de 1971, a la edad de 59 años. A su hijo le quedaban aún dos años por jugar en las Grandes Ligas y cuatro en la LVBP. Trece años después, desde el cielo y de la mano de La Chinita, “El Grande” acompañó a Luisito al acto en el que aquel muchacho al que le entregó el bate un 18 de noviembre de 1953 fue inmortalizado en el mejor beisbol del mundo.
Luis Aparicio Montiel sobre su padre, Luis Aparicio Ortega, en una entrevista para Colombeia TV:
“… menos mal que no le dejé quedar mal”.