Los Juegos Olímpicos son una especie de radiografía de cómo marchan las cosas en el planeta, lo que allí ocurre debe ser visto con ojo crítico, analítico, pues nada es casual. Hasta ahora hay un dominio deportivo de los poderosos de siempre, se puede ver también a algunos países emergentes cuyo desempeño ponen en evidencia su expansión en niveles de bienestar y desarrollo humano. Hemos presenciado un Estado de cuestionable ética -que sólo son el reflejo de los personajes que lo gobiernan-, como es Rusia, a quienes descubrieron una estrategia oficial para la utilización de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento de sus “atletas”, lo que no es más que hacer trampa, por eso sus connacionales no pueden competir bajo la bandera de ese país.
Pudimos ver a las atletas de gimnasia de Alemania competir con un traje que cubría gran parte de su cuerpo, como respuesta a la sexualización de las jóvenes que practican este deporte. Hemos disfrutado un despliegue tecnológico digno de la vanguardia que representan los japoneses en el planeta. En fin, son muchos los aportes que esta cita deportiva nos aporta para comprender los acontecimientos del planeta. Sin embargo, quiero referirme a un hecho particularmente significativo, como es la presencia de los refugiados en esta cita.
Por segunda vez en la historia de los Juegos se ha incorporado un Equipo Olímpico de Refugiados, en esta ocasión integrado por 29 atletas originarios de 11 países, quienes competirán en 12 disciplinas deportivas. Estos atletas viven y entrenan en 13 países anfitriones. Todos tienen en común que no pueden representar a sus países de origen por tener la condición de perseguidos por el poder temporal que se ejerce en estos Estados, y otros porque han tenido que huir de la inseguridad y la violencia que sufrían. Estos 11 países representan regiones altamente conflictivas, guerras, gobiernos tiránicos, ausencia de instituciones, inseguridad, pobreza, persecución, son algunas de sus características más resaltantes. Venezuela figura en esa lista, junto a Siria, Sudán del Sur, Eritrea, República del Congo, Irán, Camerún, Afganistán, entre otros. Nunca habíamos tenido un venezolano dentro del equipo de refugiados, pero como dije, los Juegos Olímpicos son una fuente de información invaluable a la hora de calibrar nuestro mundo.
La lista de países de origen de los refugiados, no son más que un muestrario de sistemas contrarios a la dignidad humana. Cada uno tiene conflictos internos y externos de distinto origen y naturaleza, pero ninguno es capaz de brindar estabilidad, seguridad, derechos y bienestar a su población. Todos han fracasado y tienen gobiernos que en su mayoría persiguen a sectores o grupos poblacionales.
Eldric Sella es un venezolano que tuvo que huir de Venezuela tratando de conseguir seguridad y condiciones de vida dignas. Se estableció en Trinidad y Tobago, que no es precisamente un Estado que se caracterice por brindar condiciones de inclusión a los migrantes, todo lo contrario. Eldric representa a más de 5 millones de venezolanos que hemos sido expulsados de nuestro país por una tiranía que ha asumido el destierro como una política pública. Algunos huyen de la persecución política, otros de la violencia policial o de bandas organizadas, otros lo hacen del hambre, de la enfermedad, de la falta de servicios, de la opresión. Pero también representa a los otros 25 millones de venezolanos que permanecen dentro del país, y que tienen a sus familias rotas, divididas, y que anhelan alguna posibilidad de reunificación.
Eldric es cada venezolano que está por el mundo sin papeles, es el sueño cumplido de una revolución resentida y fracasada que llama “apátridas” a todo aquel que disienta de sus miserias. En eso convirtió el chavismo a los venezolanos, en apátridas. No contamos con un Estado que sea capaz de garantizar nuestros derechos, que nos aporte siquiera un documento de identidad que nos permita identificarnos ante otros. Eldric coloca en contexto cómo funcionan las relaciones entre el poder y la sociedad venezolana, un poder que sólo quiere incondicionales que se dobleguen, que no reclamen, que no se formen y si hacen deporte, que sirvan de propaganda a la franquicia de la revolución, como aquella llamada “generación de oro” de la cual Chávez tanto alardeaba.
Por eso me atrevo a decir que Eldric es como todos nosotros. Uno más que anhela el retorno de la libertad y la democracia y poder realizar su proyecto de vida en el país. Mientras tanto no tiene bandera, tampoco himno, sólo entereza, fuerza y dignidad de gritar con su ejemplo al mundo entero, que en Venezuela se violan derechos y muchos tienen que huir para procurarse un futuro. Eldric perdió su presentación en boxeo ante un peleador dominicano, pero es un ganador, es un embajador de lo que padecemos, es la encarnación de lo que le ocurre a los ciudadanos ante el desmontaje de las instituciones, es un hijo de la ausencia de democracia, es un refugiado de los escombros en que la revolución convirtió a Venezuela, un sobreviviente que sigue luchando por sus anhelos, de hecho ya ganó.