Para definir lo que se está haciendo en el país, evaluemos tres aspectos determinantes de la dinámica política actual la participación electoral, la narrativa y la unidad de propósito.
La participación electoral fue la expresión más directa, real y efectiva para generar cambios políticos. Fue la manera de generar muchas victorias, recuperar espacios y la manera en la cual se pudo ejercer una forma de lucha, que sistemáticamente fue cada día, siendo menos efectiva en lo político, mientras se tenía más resultado en lo electoral.
Este último punto marca la razón de la pérdida del voto como mecanismo de cambio político. El divorcio que tienen las elecciones como mecanismo con una gran parte del país, no se debe solo a las condiciones o resultados electorales, sino a la incapacidad de poder traducir las victorias electorales en los cambios que la población espera. La población eligió alcaldes, gobernadores y diputados que fueron perseguidos o desconocidos. Las elecciones dejaron de ser un mecanismo para resolver temas económicos, de servicios públicos y de desarrollo; porque mientras el poder siga secuestrado, se vota pero no se elige.
No podemos decir que la población dejó de votar porque los factores democráticos así lo establecieron. Esto sería un error y le atribuiría a la dirigencia democrática un esquema que se debe más a la propia pérdida de efectividad del voto, y esto pasó por la sencilla razón de que el país votó, ganó, y las cosas no cambiaron. En 2017, con los factores democráticos llamando a votar, la participación electoral apenas fue un 60%. La mayoría de la población no vota, no porque la oposición manifestó que no se votara, sino porque siente que no sirve para nada, porque ya lo hicieron, y ganaron, y no ocurrió el cambio esperado.
No ir a elecciones es un planteamiento estratégico distinto que busca liderar y articular a una sociedad que espera un mecanismo de participación diferente al voto. Hoy en día el debate de participar o no, visto solo desde la sencilla acción de votar o no votar, deja a una gran parte del país descontenta, porque en su mayoría quiere votar y sigue creyendo en el voto, pero otra buena parte no ve que tenga sentido su voto, y por eso no participa electoralmente.
Nace entonces una nueva narrativa que logró un apoyo internacional sin precedentes, una articulación interna de factores políticos y sociales, y generó acciones que realmente pusieron en entredicho la legitimidad del régimen, su funcionamiento y limitaron económicamente sus intereses logrando ejercer una presión real. Esta narrativa que se ha construido desde hace un tiempo, aún mantiene esquemas importantes al fijar grandes limitaciones para dos elementos clave: Que se dejara de usar los recursos de la nación (detener la raspada de olla), y marcar un cerco internacional que aislara al régimen de muchos grupos que con ciertos salvavidas, canjeaban sus aportes por recursos de la nación.
Esta narrativa tiene la misión de reducir las capacidades de un régimen que pretende controlarlo todo y necesita de estas herramientas para hacerlo. Para generar el cambio político hay que restarle poder y control a un grupo que pretende imponerse sin ser mayoría, con el control de las armas y todo el poder del Estado. La narrativa que se planteó al dejar la participación, ha tenido éxito con este objetivo, aunque no ha sido suficiente.
Parte del éxito de cambiar la narrativa pasó por generar una unidad de propósito donde todos buscaríamos apoyo internacional, presión interna y articular con actores sociales mucho más allá de hacer campaña. Fue así como nació una propuesta país, se articuló una coalición de apoyo internacional para atender temas humanitarios y se lograron congelar múltiples fondos de la corrupción que se usarían en un futuro para la reconstrucción de la economía del país y la atención de la Emergencia Humanitaria Compleja. Esta narrativa no ha sido suficiente para generar el cambio político, pero sin duda es la que ha generado las mayores capacidades.
Hoy estamos atrapados en un dilema, en el cual perdemos en ambos sentidos, porque nos encierran en una discusión donde participar no resuelve el problema, pero no participar tampoco lo resuelve, por lo que cualquier discusión que solo se centre en este aspecto, es estéril. Participar es una necesidad más que una decisión, no es una opción feliz y agradable que asumen los actores políticos, sino un mecanismo obligatorio impuesto, y parte de una premisa que debe orientarse y comunicarse: No participo porque quiero, sino porque tengo que. El voto no es mi finalidad, sino el mecanismo que me permite expresar y organizar realmente a todo aquel que esté en contra y quiera generar el cambio político.
Esto implica alejarse de quienes con bailecitos, tiktoks y pachanga piensan construir una fiesta electoral en un contexto de crisis humanitaria y económica compleja. La participación debe nacer de fortalecer la unidad y debe mantener la propuesta política y narrativa que se construyó. No podemos sacrificar las presiones, aliados internacionales y limitaciones para el régimen que se construyeron, pensando que 100 alcaldes o 10 gobernaciones, podrán más que Maduro, mientras el poder siga usurpado.
No podemos caer en el chantaje de ir a las elecciones solo para generar un espacio de convivencia para que ciertos actores que no pueden establecer su actuación política en resistencia, quieran hoy imponer una dinámica política y una narrativa más parecida a las zonas de confort en las cuales se sienten más seguros y acercar la política a sus esquemas para encabezarla, liderarla y llevarnos por ese camino que es más fácil y más conveniente, pero que sin duda irá de nuevo, a una derrota política, como ha sucedido con anterioridad. De esta forma tiene más sentido no participar, que ir al matadero voluntariamente.
El no participar puede construir mejor la narrativa, pero puede poner en terapia intensiva a la unidad, o al menos a la necesidad de permanecer unidos y de fortalecer la organización partidista. El dilema también se presenta en la supervivencia de la unidad como propósito y en alinear de alguna manera, a la mayor cantidad de actores posibles que hoy necesitan mecanismos para participar y mantener la narrativa.
De esta forma quisiera que cerráramos el debate estéril de ir o no, y de planteamientos que quienes van legitiman, y quienes no se dejan quitar espacios, y pasemos al debate serio que establezca realmente, en función de preservar la unidad de propósito y nuestra narrativa para presionar al régimen: Si participamos, ¿qué hacemos participando para que las elecciones sean en resistencia y no una fiesta electoral?, y en el caso de no participar, ¿qué hacemos para que la abstención se transforme en una estrategia política para mantener la unidad y nuestra narrativa?
Participando o no, ¿qué hacemos para cambiar las cosas en el país?
Ingeniero Químico de la USB,
Twitter: @JMartucci / Instagram: @javiermartucci